30.11.24

La llamada de S. Pedro y S. Andrés,  1481. Domenico Ghirlandaio





NUBES SOBRE FERRARA

A María Rzepínska



1


Blancas

alargadas como naves helénicas

bruscamente cortadas por debajo


sin velas

sin remos


cuando las vi

por primera vez en un cuadro de Ghirlandaio

pensé

que son un producto de la imaginación

una fantasía del artista


pero existen


blancas 

alargadas

bruscamente cortadas por debajo


el atardecer las arropa con el color

de la sangre

del cobre

del oro

o de un verde celeste


al anochecer

espolvoreadas

con una fina

violácea

arena


se desplazan 

lentísimas


prácticamente resultan inmóviles



2


en mi vida nada

pude elegir

por mi voluntad

conocimientos

o buenas intenciones


ni mi profesión

ni un refugio en la historia

ni un sistema que lo eludice todo

ni tantas otras cosas

por eso elegí lugares

numerosos lugares donde parar


-tiendas de campaña

-hostales al borde del camino

-casas de acogida para los sin techo

-habitaciones para huéspedes

-pernoctaciones sub Iove

-celdas de conventos

-pensiones al lado del mar


y vehículos

como alfombras voladoras

de cuentos orientales

me trasnportaban

de un lugar a otro

somnoliento

fascinado

torturado por la belleza del mundo


en realidad

acabó siendo un viaje mortificador


enmarañados caminos

aparente falta de destino

huidizos horizontes

y ahora claramente puedo ver

esas nubes sobre Ferrara

blancas

alargadas

sin velas

prácticamente inmóviles


desplazándose con lentitud

pero seguramente

hacia litorales

desconocidos


en ellas 

y no en las estrellas

decídese

el destino


Zbigniew Herbert









El entierro del nacionalista Apollo Korzeniowski se convirtió en una gran manifestación silenciosa. A lo largo de las calles cortadas al tráfico, permanecían de pie, presos de una solemne emoción, trabajadores con la cabeza descubierta, niños de escuela, estudiantes universitarios y ciudadanos con sombrero de copa alta en la mano, y por doquier, en las ventanas de los pisos superiores abiertas hacia fuera, se apiñaban grupos de personas vestidas de negro. El cortejo fúnebre con Konrad, de doce años, al frente como principal familia del difunto, salía del estrecho callejón y atravesaba el centro de la ciudad pasando por las torres desiguales de la iglesia de Santa María con dirección a la Puerta de Florian. Era una tarde hermosa. El cielo azul se abovedaba sobre los tejados de las casas y la nubes pasaban muy altas, empujadas por el viento, como una escuadra de veleros. Quizá durante el sepelio, mientras el sacerdote embutido en pesados ornamentos bordados en plata murmuraba palabras mágicas que acompañaban al muerto a la fosa, Konrad alzara la mirada una vez y viera este espectáculo de veleros de nubes como no lo había visto antes en toda su vida, y quizá en ese momento le sobreviniera la idea absolutamente desacertada para el hijo de un hidalgo polaco de provincias, de querer hacerse capitán, idea que expresa por primera vez tres años después frente a su tutor y de la que más tarde no se deja disuadir por nada en el mundo, tampoco cuando el tío Tadeusz le envía a Suiza con Pulman, su profesor particular, en un viaje de verano de varias semanas. Pulman, a la mínima ocasión, debía mostrarle cuántas carreras diferentes hay además de la profesión de marinero, pero Konrad, sin tener en cuenta nada de lo que decía en presencia del salto del Rin, cerca de Schaffhausen, en Hospenthal, visitando las obras del túnel de San Gotardo o más arriba, en el paso de Furka, insistió firmemente en el plan ya concebido. Tan sólo un año después, el 14 de octubre de 1874 -todavía no tiene diecisiete años-, se despide en la estación de Cracovia, ya al otro lado de la ventana del tren, de su abuela Theophila Bobrowska y de su fiel tío Tadeusz. El billete a Marsella que tiene en el bolsillo ha costado 137 florines y 75 céntimos. Además de esto sólo lleva consigo lo que le cabe en su pequeña maleta de mano, y pasarán dieciséis años antes de que, de visita, regrese a su país natal, que todavía no ha sido liberado.

  En 1875 Konrad Korzeniowski cruza por primera vez el océano Atlántico en el Mont Blanc, el buque de tres palos. A finales de julio está en Martinica, donde el barco permanece anclado dos meses. El viaje de vuelta a casa dura casi un cuarto de año. Hasta el día de Navidad el Mont Blanc, duramente golpeado por las tormentas invernales, no arriba en El Havre. Sin turbarse por esta ardua iniciación en la vida del mar, Konrad Korzeniowski sigue haciendo más viajes a las islas de las Indias Occidentales, a Cabo Haití, Puerto Príncipe, a Santo Tomás y a San Pedro, poco después destrozado por la erupción del Mont Pelée.

W. G. Sebald
Los anillos de Saturno