La llamada de S. Pedro y S. Andrés, 1481. Domenico Ghirlandaio
NUBES SOBRE FERRARA
A María Rzepínska
1
Blancas
alargadas como naves helénicas
bruscamente cortadas por debajo
sin velas
sin remos
cuando las vi
por primera vez en un cuadro de Ghirlandaio
pensé
que son un producto de la imaginación
una fantasía del artista
pero existen
blancas
alargadas
bruscamente cortadas por debajo
el atardecer las arropa con el color
de la sangre
del cobre
del oro
o de un verde celeste
al anochecer
espolvoreadas
con una fina
violácea
arena
se desplazan
lentísimas
prácticamente resultan inmóviles
2
en mi vida nada
pude elegir
por mi voluntad
conocimientos
o buenas intenciones
ni mi profesión
ni un refugio en la historia
ni un sistema que lo eludice todo
ni tantas otras cosas
por eso elegí lugares
numerosos lugares donde parar
-tiendas de campaña
-hostales al borde del camino
-casas de acogida para los sin techo
-habitaciones para huéspedes
-pernoctaciones sub Iove
-celdas de conventos
-pensiones al lado del mar
y vehículos
como alfombras voladoras
de cuentos orientales
me trasnportaban
de un lugar a otro
somnoliento
fascinado
torturado por la belleza del mundo
en realidad
acabó siendo un viaje mortificador
enmarañados caminos
aparente falta de destino
huidizos horizontes
y ahora claramente puedo ver
esas nubes sobre Ferrara
blancas
alargadas
sin velas
prácticamente inmóviles
desplazándose con lentitud
pero seguramente
hacia litorales
desconocidos
en ellas
y no en las estrellas
decídese
el destino
Zbigniew Herbert
El entierro del nacionalista Apollo Korzeniowski se convirtió en una gran manifestación silenciosa. A lo largo de las calles cortadas al tráfico, permanecían de pie, presos de una solemne emoción, trabajadores con la cabeza descubierta, niños de escuela, estudiantes universitarios y ciudadanos con sombrero de copa alta en la mano, y por doquier, en las ventanas de los pisos superiores abiertas hacia fuera, se apiñaban grupos de personas vestidas de negro. El cortejo fúnebre con Konrad, de doce años, al frente como principal familia del difunto, salía del estrecho callejón y atravesaba el centro de la ciudad pasando por las torres desiguales de la iglesia de Santa María con dirección a la Puerta de Florian. Era una tarde hermosa. El cielo azul se abovedaba sobre los tejados de las casas y la nubes pasaban muy altas, empujadas por el viento, como una escuadra de veleros. Quizá durante el sepelio, mientras el sacerdote embutido en pesados ornamentos bordados en plata murmuraba palabras mágicas que acompañaban al muerto a la fosa, Konrad alzara la mirada una vez y viera este espectáculo de veleros de nubes como no lo había visto antes en toda su vida, y quizá en ese momento le sobreviniera la idea absolutamente desacertada para el hijo de un hidalgo polaco de provincias, de querer hacerse capitán, idea que expresa por primera vez tres años después frente a su tutor y de la que más tarde no se deja disuadir por nada en el mundo, tampoco cuando el tío Tadeusz le envía a Suiza con Pulman, su profesor particular, en un viaje de verano de varias semanas. Pulman, a la mínima ocasión, debía mostrarle cuántas carreras diferentes hay además de la profesión de marinero, pero Konrad, sin tener en cuenta nada de lo que decía en presencia del salto del Rin, cerca de Schaffhausen, en Hospenthal, visitando las obras del túnel de San Gotardo o más arriba, en el paso de Furka, insistió firmemente en el plan ya concebido. Tan sólo un año después, el 14 de octubre de 1874 -todavía no tiene diecisiete años-, se despide en la estación de Cracovia, ya al otro lado de la ventana del tren, de su abuela Theophila Bobrowska y de su fiel tío Tadeusz. El billete a Marsella que tiene en el bolsillo ha costado 137 florines y 75 céntimos. Además de esto sólo lleva consigo lo que le cabe en su pequeña maleta de mano, y pasarán dieciséis años antes de que, de visita, regrese a su país natal, que todavía no ha sido liberado.
En 1875 Konrad Korzeniowski cruza por primera vez el océano Atlántico en el Mont Blanc, el buque de tres palos. A finales de julio está en Martinica, donde el barco permanece anclado dos meses. El viaje de vuelta a casa dura casi un cuarto de año. Hasta el día de Navidad el Mont Blanc, duramente golpeado por las tormentas invernales, no arriba en El Havre. Sin turbarse por esta ardua iniciación en la vida del mar, Konrad Korzeniowski sigue haciendo más viajes a las islas de las Indias Occidentales, a Cabo Haití, Puerto Príncipe, a Santo Tomás y a San Pedro, poco después destrozado por la erupción del Mont Pelée.
W. G. Sebald
Los anillos de Saturno