El 6 de abril de 1922, Einstein se encontraba con Bergson en la Sociedad de Filosofía de París. Bergson había ido para "escuchar". Pero, como ocurre a veces, la discusión languidecía. Se decidió pues a presentar algunas de las ideas que estaba defendiendo en Durée et simultanéité -y propuso a Einstein un medio de desarmar la apariencia paradójica de su teoría y reconciliarla con los hombres simplemente hombres. Sea por ejemplo la famosa paradoja de los tiempos múltiples, ligados cada uno al tiempo de ubicación del observador. Bergson proponía distinguir entre verdad física y verdad. Si, en las ecuaciones del físico, una variante, que se tiene la costumbre de llamar tiempo porque marca unos tiempos transcurridos, aparece como solidaria del sistema de referencia en el que uno se coloca, nadie podrá negar al físico el derecho de decir que el tiempo se dilata o se acorta según se le considere aquí o allá, y que hay por lo tanto diversos "tiempos". ¿Pero se refiere a lo que los demás hombres designan con este nombre? ¿Acaso esta variante, esta entidad, esta expresión matemática designaría el tiempo si no le prestáramos las propiedades de otro tiempo -el único que es sucesión, devenir, duración, el único que en fin es verdaderamente tiempo- del que tenemos la experiencia o la percepción antes de toda física?
En el campo de nuestra percepción, hay acontecimientos simultáneos. Por lo demás vemos también en él a otros observadores cuyo campo se apodera paso a paso del nuestro, podemos imaginar a otros todavía cuyo campo se apodera del de los precedentes, y así es como llegamos a extender nuestra idea de simultaneidad a unos acontecimientos tan alejados como se quiera el uno del otro, y que no dependen del mismo observador. Por esto es por lo que hay un tiempo único, un único tiempo universal. Esta incertidumbre no se ve atacada por los cálculos del físico, sino que incluso esta sobreentendida en ellos. Cuando dice que el tiempo de Pedro está dilatado o acortado hasta el punto en que se encuentra Pablo, no expresa en absoluto lo que es vivido por Pablo, pues éste percibe todas las cosas desde un punto de vista no teniendo ninguna razón para sentir el tiempo que corre en él y alrededor de él de una manera diferente de la de Pedro. El físico presta abusivamente a Pablo la imagen que Pedro se hace del tiempo de Pablo. Absolutiza los puntos de vista de Pedro con quien hace causa común. Se supone espectador del mundo entero. Hace lo mismo que tanto se reprocha a los filósofos. Y habla de un tiempo que no es de nadie, habla de un mito. Hay que ser en esto, dice Bergson, más einsteniano que Einstein.
"Soy pintor y tengo que representar a dos personas, Juan y Jaime, uno de los cuales se encuentra a mi lado, mientras que el otro se encuentra a doscientos o trescientos metros de mí. Dibujaré al primero de tamaño natural y reduciré al segundo a la dimensión de un enano. En cambio uno de mis colegas, que se encuentre cerca de Jaime y quiera hacer lo mismo que yo, hará lo contrario de lo que yo hago; pintará a Juan muy pequeño y a Jaime de tamaño natural. Ambos tendremos razón. Pero, precisamente porque los dos tenemos razón, ¿tenemos también derecho a afirmar que Juan y Jaime no tienen ninguno de los dos ni la talla normal, ni la de un enano, o que tienen las dos a la vez, o que es como cada uno quiere? Evidentemente no... La multiplicidad de los tiempos que así obtengo no impide la unidad del tiempo real; más bien la presupone, de la misma forma que la disminución de la talla con la distancia, en una serie de retratos en los que yo representara a Jaime más o menos alejado, indicaría que Jaime conserva la misma altura"
Idea profunda: la racionalidad, lo universal fundados de nuevo, y no sobre el derecho divino de una ciencia dogmática, sino sobre la evidencia pre-científica de que sólo hay un mundo sobre una razón anterior a la razón que esta implicada en nuestra existencia, en nuestro comercio con el mundo percibido y con lo demás. Al hablar así, Bergson salía al paso del clasicismo de Einstein. Se podía reconciliar la relatividad con la razón de todos los hombres, con la única condición de tratar los tiempos múltiples como si fueran expresiones matemáticas, y reconocer, aquende o allende de la imagen físico-matemática del mundo, un punto de vista filosófico del mundo que es al mismo tiempo el de los hombres existentes. Con que sólo aceptaran ceñirse al mundo concreto de nuestra percepción con sus horizontes, y situar en él las construcciones de la física, la física podría desarrollar libremente sus paradojas sin que por eso autorizara la sinrazón.
¿Qué iba a contestar Einstein? Había escuchado con atención, como lo prueban sus primeras palabras: "El problema se plantea pues así: ¿el tiempo del filósofo es el mismo que el tiempo del físico?" Pero no estuvo de acuerdo. Admitía que el tiempo del que tenemos experiencia, el tiempo percibido, está en el punto de partida de nuestras nociones sobre el tiempo, y que nos ha conducido a la idea de un tiempo único de un extremo al otro del mundo. Pero este tiempo vivido no tenía competencia más allá de lo que cada uno de nosotros ve, y no tenía autoridad para permitirnos extender al mundo entero nuestra noción intuitiva de lo simultáneo. "No existe pues el tiempo de los filósofos". La verdad sobre el tiempo como sobre todo lo demás, hay que preguntarla sólo a la ciencia. Y la experiencia del mundo percibido con sus evidencias no es más que un balbuceo antes de la clara palabra de la ciencia.
De acuerdo. Pero esta negativa nos encara con la crisis de la razón. El sabio se niega a reconocer otra razón que no sea la física, y a ella se remite como en tiempos de la ciencia clásica. Pero esta razón física, así revestida de una dignidad filosófica, abunda en paradojas, y se destruye, por ejemplo cuando enseña que mi presente es simultáneo del porvenir de otro observador lo suficientemente alejado de mí, y arruina así el sentido mismo del porvenir.
Precisamente porque guardaba el ideal científico clásico y reivindicaba para la física el valor, no de una expresión matemática, y de un lenguaje, sino de una notación directa de los real, Einstein como filósofo estaba condenado a la paradoja que nunca buscó ni como físico ni como hombre. No es reclamado para la ciencia un tipo de verdad metafísica o absoluta como se protegerán los valores de la razón que la ciencia clásica nos ha enseñado. El mundo, aparte de los neuróticos, cuenta con un buen número de "racionalistas" que son un peligro para la razón viva. y por el contrario, el vigor de la razón va ligado al renacimiento de un sentido filosófico que, sin lugar a dudas, justifica la expresión científica del mundo, pero en su orden, en su lugar en el todo que es el mundo humano.
Maurice Merleau-Ponty
Einstein y la crisis de la razón
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