8.10.10


Costas imaginarias. Ilustración de Los objetos fractales. Benoît Mandelbrot.
Recopilación de textos sobre la analogía.




 Si yo fuera un pensador atrevido diría que sólo existe una docena de metáforas y que todas las otras metáforas sólo son juegos arbitrarios. Esto equivaldría a la afirmación de que entre las "diez mil cosas"  de la definición china sólo podemos encontrar doce afinidades esenciales. Porque, por supuesto, podemos encontrar otras afinidades que son meramente asombrosas, y el asombro apenas dura un instante.

Jorge Luis Borges
Arte poética. Seis conferencias.



VIII. La diferencia y el parecido.

Escribí un libro en el cual hay máscaras de oro, un salvaje con el morro de piel, camioneros italianos con cara de apestados y camioneros franceses con caras falsas, galeotes de yelmos rojos, mujeres jóvenes que envejecen súbitamente frente al espejo, y una banda singular de leprosos, embalsamadoras, eunucos, asesinos, endemoniados y piratas, entre los cuales pido al lector que no crea que tengo preferencias, ya que estoy seguro de que no son muy diferentes. Y para demostrarlo con más claridad, no me preocupé de su mascarada para acoplarlos a la cadena de sus historias: ya que los encontramos ligados porque se parecían entre sí o bien porque eran opuestos. Si están ustedes sorprendidos les diré que la diferencia y el parecido son solamente puntos de vista. No sabemos distinguir a un chino de otro chino, pero los pastores distinguen a sus corderos por signos que son invisibles para nosotros. A una hormiga, las demás hormigas le parecerán tan diferentes como a nosotros nuestros curas, nuestros comerciantes y nuestros soldados. Si los microbios están dotados de la más mínima conciencia, tienen matices por los cuales se reconocen. No somos los únicos individuos de este universo. Tal como en el lenguaje las frases se separan poco a poco de los periodos, y las palabras se liberan de las frases para adquirir independencia y color, nosotros nos hemos diferenciado gradualmente en una serie de yoes de valor bien relativo. Un par de siglos por ejemplo borran las diferencias, y no podríamos saber a partir de qué rasgos los atenienses comparaban el estilo de Aristófanes con el de Eupolis. Ante un observador venido de otro mundo, mis embalsamadoras y mis piratas, mi salvaje y mi rey hubieran parecido iguales. (...)

Marcel Schwob
Ensayos y perfiles



En general es aquí donde se produce la fractura: en las analogías.

José Saramago
El crepúsculo inevitable



En los alrededores del siglo V antes de J.C. viven Sócrates, Confucio, Buda. Son reformadores morales (no metafísicos) que nada deben el uno al otro y cuyas doctrinas presentan muchos puntos comunes. Grandes movimientos de pensamiento han nacido al mismo tiempo sin que hubiese entre ellos parentesco histórico. De ahí que el estudio de las filiaciones deba dejar paso al de las analogías.

Jean Grenier
Ècrits sur le quietisme, 1984



Representar

1. Don Quijote
Con todas sus vueltas y revueltas, las aventuras de Don Quijote trazan el límite: en ellas terminan los juegos antiguos de la semejanza y de los signos; allí se anudan nuevas relaciones. Don Quijote no es el hombre extravagante, sino más bien el peregrino meticuloso que se detiene en todas las marcas de la similitud. Es el héroe de lo Mismo. Así como su estrecha provincia, no logra alejarse de la planicie familiar que se extiende en torno a lo Análogo. La recorre indefinidamente, sin traspasar jamás las claras fronteras de la diferencia, ni reunirse con el corazón de la identidad. (...)
Y cada episodio, cada decisión, cada hazaña serán signos de que Don Quijote es, en efecto, semejante a todos esos signos que ha calcado.
(...) Su aventura será un desciframiento del mundo: un recorrido minucioso para destacar, sobre toda la superficie de la tierra, las figuras que dicen que los libros dicen la verdad. La hazaña tiene que ser comprobada: no consiste en un triunfo real -y por ello la victoria carece, en el fondo, de importancia-, sino en transformar la realidad en signo. En signo de que los signos del lenguaje se conforman con las cosas mismas. Don Quijote lee el mundo para demostrar los libros. Y no se da otras pruebas que el reflejo de las semejanzas.
(...)
Don Quijote esboza lo negativo del mundo renacentista; la escritura ha dejado de ser la prosa del mundo; las semejanzas y los signos han roto su viejo compromiso; las similitudes engañan, llevan a la visión y el delirio; las cosas permanecen obstinadamente en su identidad irónica: no son más que lo que son; las palabras vagan a su aventura, sin contenido, sin semejanza que las llene; ya no marcan las cosas; duermen entre las hojas de los libros en medio del polvo. La magia, que permitía el desciframiento del mundo al descubrir las semejanzas secretas bajo los signos, sólo sirve ya para explicar de modo delirante por qué las analogías son siempre frustradas. La erudición que leía como un texto único la naturaleza y los libros es devuelta a sus quimeras: depositados sobre las páginas amarillentas de los volúmenes, los signos del lenguaje no tienen ya más valor que la mínima ficción de lo que representan. La escritura y las cosas ya no se asemejan. Entre ellas, Don Quijote vaga a la aventura. (...) Las palabras se encierran de nuevo en su naturaleza de signos.
Don Quijote es la primera de las obras modernas, ya que se ve en ella la razón cruel de las identidades y de las diferencias juguetear al infinito con los signos y las similitudes; porque en ella el lenguaje rompe su viejo parentesco con las cosas para penetrar en esta soberanía solitaria de la que ya no saldrá, en un ser abrupto, sino convertido en literatura; porque la semejanza entra allí en una época que es para ella la de la sinrazón y de la imaginación. Una vez desatados la similitud y los signos, pueden constituirse dos experiencias y dos personajes pueden aparecer frente a frente. El loco, entendido no como enfermo, sino como desviación constituida y sustentada, como función cultural indispensable, se ha convertido, en la cultura occidental, en el hombre de las semejanzas salvajes. Este personaje, tal como es dibujado en las novelas o en el teatro de la época barroca y tal como se fue institucionalizando poco a poco hasta llegar a la psiquiatría del siglo XIX, es el que se ha enajenado dentro de la analogía. Es el jugador sin regla de lo Mismo y de lo Otro. Toma las cosas por lo que no son y unas personas por otras; ignora a sus amigos, reconoce a los extraños; cree desenmascarar e impone una máscara. Invierte todos los valores y todas las proporciones porque en cada momento cree descifrar los signos: para él los oropeles hacen un rey. Dentro de la percepción cultural que se ha tenido del loco hasta fines del siglo XVIII, sólo es el Diferente en la medida en que no conoce la Diferencia; por todas partes ve únicamente semejanzas y signos de la semejanza; para él todos los signos se asemejan y todas las semejanzas valen como signos. En el otro extremo del espacio cultural, pero muy cercano por su simetría, el poeta es el que, por debajo de las diferencias nombradas y cotidianamente previstas, reencuentra los parentescos huidizos de las cosas, sus similitudes dispersas. Bajo los signos establecidos, y a pesar de ellos, oye otro discurso, más profundo, que recuerda el tiempo en el que las palabras centelleaban en la semejanza universal de las cosas: la soberanía de lo Mismo, tan difícil de enunciar, borra en su lenguaje la distinción de los signos.
De allí proviene, sin duda, en la cultura occidental moderna, el enfrentamiento entre la poesía y la locura. Pero no se trata ya del viejo tema platónico del delirio inspirado. Es la marca de una nueva experiencia del elnguaje y de las cosas. En los márgenes de un saber que separa los seres, los signos y las similitudes, y como para limitar su poder, el loco asegura la función del homosemantismo: junta todos los signos y los llena de una semejanza que no para de proliferar. El poeta asegura la función inversa; tiene el papel alegórico; bajo el lenguaje de los signos y bajo el juego de sus distinciones bien recortadas, trata de oír el "otro lenguaje", sin palabras ni discursos, de la semejanza. El poeta hace llegar la similitud hasta los signos que hablan de ella, el loco carga todos los signos con una semejanza que acaba por borrarlos. Así, los dos -uno en el borde exterior de nuestra cultura y el otro en lo más cercano a sus partes esenciales- están en esta "situación límite" -postura  marginal y silueta profundamente arcaica- en la que sus palabras encuentran incesantemente su poder de extrañeza y el recurso de su impugnación. Entre ellos se ha abierto el espacio de un saber en el que, por una ruptura esencial en el mundo occidental, no se tratará ya de similitudes, sino de identidades y de diferencias.

Michel Foucault
Las palabras y las cosas