1.11.10

La primera se refiere al tiempo, a nuestra percepción del tiempo, pero también al uso que hacemos de él, a la manera en que disponemos de él. Para un cierto número de intelectuales, el tiempo ya no es hoy un principio de inteligibilidad. La idea de progreso, que implicaba que el después pudiera explicarse en función del antes, ha encallado de alguna manera en los arrecifes del siglo XX.

El mundo de la supermodernidad no tiene las medidas exactas de aquel en el cual creemos vivir, pues vivimos en un mundo que no hemos aprendido a mirar todavía. Tenemos que aprender de nuevo a pensar el espacio.

Si nos detenemos un instante en la definición de lugar antropológico, comprobaremos que es ante todo algo geométrico.

Curiosamente, una serie de rupturas y de discontinuidades en el espacio es lo que representa la continuidad temporal.
Sin duda se puede atribuir este efecto mágico de la contribución espacial al hecho de que el cuerpo humano mismo es concebible como una posición de espacio, con sus fronteras, sus centros vitales, sus defensas y sus debilidades, su coraza y sus defectos. Tenemos ejemplos de territorios pensados a imagen del cuerpo humano, pero a la inversa, también el cuerpo humano es pensado como un territorio, en forma bastante generalizada.

Si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse ni como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico, definiría un no lugar. La hipótesis aquí defendida es que la sobremodernidad es productora de no lugares, es decir, de espacios que no son en sí lugares antropológicos y que, contrariamente a la modernidad baudeleriana, no integran los lugares antiguos: éstos, catalogados, clasificados y promovidos a la categoria de "lugares de memoria", ocupan allí un lugar circunscripto y específico.


Marc Augé
Los no lugares. Espacios del anonimato