9.12.10

Permítanme emplear una parábola. La parábola del árbol.
Nuestro artista se ha hallado en conflicto con el mundo multiforme y, supongamos, casi se ha reconocido en él. Sin el menor ruido. Ya lo tenemos suficientemente bien orientado y hasta en condiciones de ordenar el flujo de las apariencias y experiencias. Yo desearía comparar esta orientación de las cosas de la naturaleza y de la vida, este orden y sus ramales y ramificaciones, con las raíces de un árbol.
De esa región fluye hacia el artista la savia que lo inunda y que se le entra por los ojos. El artista se encuentra, pues, en la situación del tronco.
Bajo la impresión de esa corriente que lo asalta, encamina en su obra los datos que le proporciona su Visión.
Y como todo el mundo puede ver de qué modo se abre en todas las direcciones, simultáneamente, el ramaje de un árbol, lo mismo ocurre con la obra.
A nadie le vendrá la idea de exigirle a un árbol que forme sus ramas por el modelo de sus raíces. Todos estamos de acuerdo en que la copa no puede ser un mero reflejo de la base. Es evidente que a diferentes funciones ejercidas en órdenes diferentes deben corresponder serias desemejanzas.
(...)
Ni sumiso servidor, ni amo absoluto: simplemente intermediario.
De manera, pues, que el artista ocupa un lugar muy modesto. No reivindica la belleza del ramaje; ésta sólo ha pasado por él.


Paul Klee
Acerca del arte moderno



Por lo que parece, el artista actúa como una especie de medium que por un laberinto más allá del tiempo y del espacio, busca la salida a una claridad.


Marcel Duchamp. Houston, 1958