9.2.11
Cuando Bird tocaba de esa manera, tenía la sensación de oír música por primera vez. Jamás había oído a nadie que tocase de aquel modo. Más tarde, Sonny Rollins y yo intentamos hacer algo igual, y Trane y yo, con aquellas cortas y duras andanadas de frases musicales. Pero cuando Bird tocaba de aquella manera, era ultrajante. Detesto utilizar una palabra como "ultrajante", pero eso era. Tenía fama por la forma en que tocaba sus combinaciones de notas y frases. El músico medio habría intentado el desarrollo de algo más lógico, pero no Bird. Todo lo que tocaba, cuando se lanzaba a tocar de veras, era terrorífico, ¡y yo lo escuchaba cada noche! Por supuesto, no podíamos pasarnos la noche entera diciendo: ¡Qué! ¿Has oído eso?, porque no habríamos tocado nada. Así llegamos a un punto en que, cuando él comenzaba a tocar de manera "ultrajante", hacíamos la vista gorda. Los ojos se nos habrían abierto más de lo que ya estaban, y lo estaban de sobra. Con ello, tocar junto a aquel gran hijoputa llegaba a ser comparable, no sé, a un día más en la oficina, cosa que lo hacía más irreal todavía.
Miles Davis
Miles. La autobiografía
(...) Te estaba diciendo que cuando empezé a tocar de chico me dí cuenta de que el tiempo cambiaba. Esto se lo conté un día a Jim y me dijo que todo el mundo siente lo mismo, y que cuando uno se abstrae. Pero no, yo no me abstraigo cuando toco. Solamente que cambio de lugar. Es como un ascensor, tú estás en el ascensor hablando con la gente, y no sientes nada raro, y entretanto pasa el primer piso, el décimo, el veintiuno, y la ciudad se queda ahí abajo, y tú estás terminando la frase que habías empezado al entrar, y entre las primeras palabras y las últimas hay cincuenta y dos pisos. Yo me dí cuenta cuando empezaba a tocar que entraba en un ascensor, pero era un ascensor de tiempo, si te lo puedo decir así. No creas que me olvidaba de la hipoteca y de la religión. Solamente que en esos momentos la hipoteca y la religión eran como el traje que uno no tiene puesto; yo sé que el traje está en el ropero, pero a mí no vas a decirme que en este momento ese traje existe. El traje existe cuando me lo pongo, y la hipoteca y la religión existían cuando terminaba de tocar y la vieja entraba con el pelo colgándole en mechones y se quejaba de que yo le rompía las orejas con esa música-del-diablo.
Dédée ha traído otra taza de nescafé, pero Johnny mira tristemente su vaso vacío.
-Esto del tiempo es complicado, me agarra por todos lados. Me empiezo a dar cuenta poco a poco de que el tiempo no es como una bolsa que se rellena. Quiero decir que aunque cambie el relleno, en la bolsa no cabe más que una cantidad y se acabó. ¿Ves mi valija, Bruno? Caben dos trajes y dos pares de zapatos. Bueno, ahora imagínate que la vacías y después vas a poner de nuevo los trajes y los dos pares de zapatos, y entonces te das cuenta de que solamente caben un traje y un par de zapatos. Pero lo mejor no es eso. Lo mejor es cuando te das cuenta de que puedes meter una tienda entera en la valija, cientos y cientos de trajes, como yo meto la música en el tiempo cuando estoy tocando, a veces. La música y lo que pienso cuando viajo en métro.
-Cuando viajas en el métro.
-Eh, sí, ahí está la cosa -ha dicho socarronamente Johnny-. El métro es un gran invento, Bruno. Viajando en el métro te das cuenta de todo lo que podría caber en la valija. A lo mejor no perdí el saxo en el métro, a lo mejor...
Se echa a reír, tose, y Dédée lo mira inquieta. Pero él hace gestos, y se ríe y tose mezclando todo, sacudiéndo de debajo de la frazada como un chimpancé. Le caen las lágrimas y se las bebe, siempre riendo.
-Mejor es no confundir las cosas -dice después de un rato-. Lo perdí y se acabó. Pero el métro me ha servido para darme cuenta del truco de la valija. Mira, esto de las cosas elásticas es muy raro, yo lo siento en todas partes. Todo es elástico, chico. Las cosas que parecen duras tienen una elasticidad...
Piensa concentrándose.
-... una elasticidad retardada (...)
... ¿Por qué no podré hacer como él, por qué no podré tirarme de cabeza contra la pared? (...)
Bruno, ese tipo y todos los otros tipos de Camarillo estaban convencidos. ¿De qué, quieres saber? No sé, te juro, pero estaban convencidos. De lo que eran, supongo, de lo que valían, de su diploma. No, no es eso. Algunos eran modestos y no se creían infalibles. Pero hasta el más modesto se sentía seguro. Eso era lo que me crispaba, Bruno, que se sintieran seguros. Seguros de qué, dime un poco, cuando yo, un pobre diablo con más pestes que el demonio debajo de la piel, tenía bastante conciencia para sentir que todo era como una jalea, que todo temblaba alrededor, que no había más que fijarse un poco, sentirse un poco, callarse un poco, para descubrir los agujeros. En la puerta, en la cama: agujeros. En la mano, en el diario, en el tiempo, en el aire: todo lleno de agujeros, todo esponja, todo como un colador colándose a sí mismo... Pero ellos eran la ciencia americana, ¿comprendes, Bruno? El guardapolvo los protegía de los agujeros; no veían nada, aceptaban lo ya visto por otros, se imaginaban que estaban viendo. Y naturalmente no podían ver los agujeros, y estaban muy seguros de sí mismos, convencidísimos de sus recetas, sus jergas, su maldito psicoanálisis, sus no fume y sus no beba... Ah, el día en que pude mandarme mudar, subirme al tren, mirar por la ventanilla cómo todo iba para atrás, se hacía pedazos, no sé si has visto cómo el paisaje se va rompiendo cuando lo miras alejarse... (...)
Julio Cortázar
El perseguidor