15.10.12


Villa di Livia a Prima Porta, Roma.


Casas de Pompeya

Estábamos tan ensimismados mirando los pájaros que picotean las uvas de Zeuxis, que no hemos visto esos otros que han venido a posarse en los aleros de las casas de Pompeya y vuelan por sus jardines.
Las idas y venidas de los pájaros en los frescos romanos no son ociosas; constituyen focos inestables de atención que conectan lo grande con lo pequeño, lo próximo con lo lejano, lo simulado con lo fingido. Su vuelo bullicioso atraviesa y activa "continuidades paralelas", como diría Juan Navarro de las estampas y los haikus japoneses; convoca y entremezcla lenguajes heterogéneos. Esos pájaros son los vicarios de nuestros ojos inquietos, y la madeja de sensaciones que van devanando, una trampa mucho más eficiente que el orden asténico de la perspectiva artificial.
Esa mirada vertiginosa circula por las casas romanas como si estuvieran hechas de aire. La vemos detenerse en un racimo de uvas, sobrevolar un cuerpo desnudo, sorprender una conversación, enroscarse en una columna, dejarse llevar por el viento, cruzar la lluvia... Pero tal vez, en efecto, ni siquiera haya casa, sino sólo una mirada que se evapora.

Ángel González García
De pura sombra lleno