24.12.12



La nube
Como huella
Nacarada de caracol
Atravesada
Por el viento pétreo
Es el espejo
Del sueño de
La piel.
           El mar.




Cúmulos de estratos aplastados
que contienen aparatos domésticos y
arena,
antenas e insectos,
restos de grasa y bolsas de basura.

Debajo paisajes hechos de viento y agua
con los que alguna vez soñaste.
La vibración de las hojas y la sombra
en el suelo.

Por encima el reflejo de la oscuridad y
el vacío cayendo, siempre cayendo,
siguiendo movimientos sin sentido.

Y al final de la cueva el brillo en el cristal
que te calma y te responde.




Una vez que el ala plateada
se clava a cuchillo en la piel del mar
el tiempo, ese invento tan torpe,
desaparece.

De la porosidad del agua
emergen esas fisuras del vuelo
generando nuevas piedras
cuya ambigüedad reside
en la duda de si fueron
posibles ensayos de constelaciones
creadas por las manos de algún alfarero
o el gusto por la búsqueda de eternidades
que adquiere el azar en cada momento
efímero de memoria.

Brillando
entre nubes que pasan
como resonancias de nuevas civilizaciones
que se nos vuelcan del hueco de las manos.

El sonido del mar
como una gran campana invertida.




Las rocas de la playa
como anclas del viento
son la frontera. El límite
donde las cosas se asoman.
Son esculturas ya despojadas
del espacio que las abrazaba.

Como carne desnuda
depositada al sol. Son luz
que ya no podemos tocar.

En su ceguera dialogan entre espejos
tejiendo redes que oscilan
como un péndulo.

Vibran a medida
que son mordidas por las mareas.
Se deforma su peso en la caida

Y acaban convirtiéndose
en pensamientos .
que vuelven a nosotros
en otras estaciones
sin que podamos reconocerlos.




No podemos ver el mar a través de los ojos. No es la forma que tenemos de percibirlo.

Nuestra mirada sobre el mar se produce en realidad a través de nuestro sistema nervioso.

Nuestra sangre tiene una composición química análoga a la del mar de los orígenes.

El mar como seno materno. De alguna forma nuestro latido es una continuación de aquella primera ola. Nuestro sistema nervioso, como un cordón umbilical, es las raíces del mar.

La única ruptura que se produjo en el cambio es que el exterior se volvió interior.

Pero aun así el único movimiento real sigue siendo ese. Lo que ha quedado fuera, el mundo, es estático. Son secuencias de piedras inmóviles que engendramos a cada momento e interrogamos.

La gran obsesión de Occidente de la piel y la carne, de esconder la máxima profundidad en la superficie, es un espejismo de esa corporeidad del mar, ese otro desierto.

Esa circulación de la sangre, esa superficie que sueña la profundidad ya estaba en el inicio.

El peso del mar lo sentimos como propio.


Así, a veces, contemplando el mar, se siente por un momento como si el movimiento de las olas fuera en sentido opuesto, que nacieran desde la orilla hacia mar adentro.

Es como intuir un tiempo invertido.

Como parar en el momento en que la memoria de la realidad se destruye en mil pedazos.

Mientras en la playa quedan formas y secuencias que se repiten irregularmente, indescifrables como figuras yacentes.


Publicación del libro Entremareas de Ernesto García. Textos de César Barrio.