11.12.17

May picture, 1925. Paul Klee


EL DESLIZARSE DE LAS IMÁGENES

Es múltiple la imagen siempre, aunque sea una sola. Un doble, causa de alteración de aquel ante quien se presenta. Siempre llega, aunque se haya asistido a su formación, con ansias de enseñorearse tal como si pidiese, ella también, existir, como escapada de un reino donde solamente el ser y la vida caben. Mas la realidad, eso que se llama realidad, es casi de continuo imagen. «De sí misma», podría decirse en seguida, deslizándose sobre la aparente identidad de las hojas del fuego apagado, convertidas en río o en cascada cuando se las ve. Cuando se las ve en esa franja que ofrece la realidad, que no puede quedarse en ser «nuda, escueta realidad», y pide como mendiga en ocasiones, como sierva siempre, aun cuando se imponga para completarse. Pues que la realidad que al ser humano se le ofrece no acaba de serlo; a medias real tan sólo y, a veces, irreal por asombrosa, por sobrepasarse a sí misma, pide. Y se es requerido constantemente por la realidad que suplica ensoberbecida y al par sierva, algo así como si le dieran la verdad que le falta, el ser que se quedó atrás, en la casa del Padre quizás —en algún lugar de donde salió— a la busca como la sierpe, y arrastrándose como ella. La realidad como deseó ella misma ser, como un ansia de fundar otro reino. Como la luna de la que no se sabe si salió, si se salió del orden del que conserva, como hija perdonada, el tener una órbita. Mas aun así, con su órbita, no anda entera; se disminuye, se acrecienta, se presenta en una imagen de plenitud, que no logra dar en verdad; es sólo una imagen de plenitud, le falta la otra cara que en el sol no se echa de ver que falte. La luna no hace sentir lo esférico de su cuerpo, ni aun su cuerpo: espejo. Y la realidad al pedir, siempre anda así también. Es una realidad ésta que se nos concede y, al par, nos acomete, que anda suelta. Y su órbita más que su imagen es lo que de veras pide al hombre.

MUSICALIDAD

Y lo que da de sí se ofrece sin máscara en la música y antes que en ella, en la musicalidad, que es su lugar, como la espacialidad lo es de los cuerpos, y la visibilidad de las presencias, y el alma de todo lo que alienta. Y el pensamiento, de todos los pensamientos, aun de los que se mustian al nacer. Que algo transcurre, que él, el tiempo mismo, transcurre recogiendo su paso, apareciendo de acuerdo con su ser que no es sustancia, tal es lo que se da en este transcurrir puro sin acontecimientos. Un puro transcurrir en que el tiempo se libera de esa ocupación que sufre de hechos y sucesos que sobre él pasan. Y entonces da de sí dándose a oír y no a ver, dando a oír su música anterior a toda música compuesta de la que es inspiración y fundamento. Y sólo el rumor del mar y el viento, si pasan mansamente, se le asemejan. Y más todavía ciertos modos del silencio sin expectación y sin vacío. Pues que ha de ser por la música que en el inimaginable corazón del tiempo viene a quedarse todo lo que ha pasado, todo lo que pasa sin poder acabar de pasar, lo que no tuvo sustancia alguna, mas sí un cierto ser o avidez de haberla. Todo lo que se interpuso en el fluir temporal deteniéndolo. Todo lo que no siguió el curso del tiempo con sus desiertos, donde tanto abismo se abre; lo que no se acordó con su invisible ser, que solamente se nos da a sentir y a oír, mas no a ver —el ver lo que el tiempo ha causado es ya un juicio.

María Zambrano
Claros del bosque