Pablo Picasso, 1925
Física de la poesía
I
Representar a tal hombre, a tal mujer, pero no al hombre, a la mujer. -El tema: este terreno da sobre el mar, el mar sobre el cielo, el cielo sobre mí. ¿Qué es lo que veo? ¿Se abrocha mi ojo este cinturón? Estoy lejos de este espejo, y grande, estoy lejos en este espejo, y muy pequeño. ¿Cuál es, para mi tamaño en constante movimiento, sin cesar diferente, el tamaño del mundo? Es como querer medir el agua. -Las relaciones entre las cosas, apenas dadas, se borran para permitir que intervengan otras, igualmente fugitivas. -Nada se describe suficientemente, nada se reproduce literalmente. La vanidad de los pintores, que es inmensa, les ha empujado desde hace mucho tiempo a situarse ante un paisaje, ante una imagen, ante un texto como si lo hicieran ante una pared, para repetirlos. No tenían hambre de sí mismos. Se esforzaban. El poeta, en cambio, piensa siempre en otra cosa. Lo insólito le es familiar, la premeditación desconocida. Víctima de la filosofía, el universo lo habita. "Es un hombre o una piedra o un árbol lo que comenzará el cuarto canto" (Lautréamont). Si es un hombre, ¿será aquel que se agita inútilmente, o aquel otro que se come su estúpida sonrisa como un gran mostacho? La semejanza niega lo universal, no hace el retrato del hombre. Es un hombre que habla por el hombre, es una piedra que habla por las piedras, es un árbol el que habla por todos los bosques, por el eco sin rostro, el único que subsiste, a fin de cuentas, el único en haber sido expresado. Un eco general, una vida compuesta de cada instante, de cada objeto, de cada vida, la vida.
II
El péndulo tañe dos cuchilladas y la sangre de la virgen suavemente vuela bajo la luna.
Los poemas tienen siempre grandes márgenes blancos, grandes márgenes de silencio donde se consume ardiente la memoria para recrear un delirio sin pasado. Su principal cualidad no es evocar, sino inspirar. Muchos son los poemas de amor sin objeto que han unido a los amantes. (...)
III
¿Cuántas imágenes necesitará el pintor para mostrar los desordenes más simples, las metamorfosis más habituales, como: "Es un hombre o una piedra o un árbol lo que comenzará el cuarto canto?". Porque si se limita a representar tal piedra o tal árbol, responderemos siempre que se trata de esta piedra o de este árbol y no de otro, por definición más evidente, ya que no nos ha sido propuesto. Y así hasta el infinito. ¿Y el hombre? ¡Oh, Lautréamont sin rostro! ¿Y que pasa con la palabra o? ¿Cuántas imágenes necesitará el pintor para mostrar miserablemente la lluvia, última energía de las nubes, cansadas de ocultar sus verdaderas intenciones? ¿Cuántas imágenes o fragmentos de imágenes hacen falta para representar todo lo que no vive sino el tiempo que tarda en deshacerse y no especula sino con la sorpresa, los contratiempos, el contrasentido, el olvido? "Nada, dijo el cabo. Pájaros". (Alfred Jarry). ¿Y los encantadores lapsus, las palabras nuevas, las mágicas palabras, los encubridores del fósforo de los deseos, del plomo de la candidez, del ágata del odio? ¿Cuál es la línea que separa decir "te amo" de no ponerlo en duda? Las palabras salen victoriosas. Solo vemos lo que queremos con los ojos cerrados, todo se puede expresar en voz alta.
(...)
V
A partir de Picasso, los muros se derrumban. El pintor no renuncia más a su realidad que a la realidad del mundo. Se sitúa frente a un poema como el poeta frente a una pintura. Sueña, imagina, crea. Y de repente, he aquí que el objeto virtual nace del objeto real, que se hace a su vez real, creando una imagen que va de lo real a lo real, como una palabra con todas las demás. No nos equivocamos de objeto, ya que todo coincide, se une, se afirma, se reemplaza a sí mismo. Dos objetos no se separan si no es para mejor encontrarse en su distancia, pasando a través de la escala de todas las cosas, de todos los seres. El lector de un poema necesariamente lo ilustra. Bebe en la fuente. Esta noche, su voz tiene otro sonido, la cabellera que ama se aligera y se apelmaza. Ella rodea el lúgubre pozo del ayer o se hunde en la almohada, como un cardo.
Es entonces cuando los bellos ojos comienzan de nuevo, comprenden y el mundo resplandece.
Paul Eluard
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