10.4.22

 


https://issuu.com/sistemasolar/docs/calapez_o_segredo_da_sombra_excerto/16



Obrigado a Pedro Calapez por me ter falado sobre este texto.


Tudo começa no rosto de outro. Mesmo na pintura e no desenho de Pedro Calapez [Lisboa, 1953]. Sobretudo, nesse risco de indiscrição que é o desenho. Não na proximidade de luz que possa trazer e guardar, mas na expressão verbal da sua sombra; esta, sim, é muito mais do que uma mímica, é uma voz que comanda a fragilidade do traço, que não o deixa morrer só, prisioneiro de indiferença, num desfazer de presença. Com uma palidez de bico de lápis ou de ténue carvão, antes de ser absorvido pela mancha que lhe está próxima, diz-nos: «Olhem-me.» De facto, esse ponto de junção, essa passagem, também ela nos olha, mas o seu rosto que foi de traço, de quebrada linha, de risco entre dois instantes perdeu — perdeu e ganhou — o seu rosto particular, para se deixar ser no rosto geral e maior que é a mancha, a sombra. O risco que prendeu o rosto do outro, que guardou a água de um rio, a árvore de uma floresta, a cor de um incêndio ou que foi a expressão pura do seu próprio não-rosto entrou no segredo da sombra. Foi tomado por um cinza, por um negro, por uma cor que é como o pensamento do próprio desenho [da pintura, mesmo, se quisermos]. Pulsação responsável da vida que corre nos traços de culpabilidade e de inocência do que foi [rosto] e é [rosto de] desenho. 



A mulher de Lot olhou para trás,

e ficou convertida numa estátua de sal

Génesis, 19, 26


Anna Akhmatova escreveu um poema sobre a mulher de Lot ("A mulher de Lot", Anno Domini, 1921-23).

Seguiam atrás do anjo de deus. Que os levava para fora de Sodoma. Eram os justos. Ou assim se dizia. Ou assim pareciam ser. Tal vez fossem. A cidade que era a sua era grande, próspera, por isso crescera na encosta da montanha. Lot e os seus seguiam o anjo. Também a sua mulher, os seus passos iam no caminho do anjo. O Livro não achou digna de lhe guardar o nome, ela é somente a mulher de Lot. A tristeza marcara-lhe a face, pela mão o filho mais novo. O vulto do anjo, branco, cabelos ardentes, á sua frente. A saudade feria-a, da Sodoma natal, do seu dédalo de ruas, do mercado; um magoado sentimento falava-lhe do pátio onde fiara, da casa onde tivera os filhos e amara. Ela, num repente de incontida dor virou-se, olhou para trás. Salgaram-se-lhe os olhos, cegos. Sodoma restara na lonjura da memória. E na transparência do sal em sal, a mulher de Lot ficou à beira de um caminho.

Transcrevo os últimos versos do poema de Akhmatova: "Quem chorará esta mulher? / Que importância tem? / Mas o meu coração nunca a esquecerá / Ela que, por um olhar, deu a sua vida."

Porque gosto, também, da mulher de Lot? Porque a chamei a estas páginas sobre desenho? Pelo seu simples movimento de olhar para trás, para o que ficou detrás. Porque os seus sentidos se prenderam ainda, por instantes, num gesto volitivo, ao que iria deixar. Com quem se quisesse entregar a esse olhar derradeiro e ali mesmo o fosse então abandonar num para sempre. o caminho que levaria junto dos seus, atrás do anjo, não guardaria mais lugar para a sua cidade, que morreria nesse seu último olhar. A mulher de Lot, comparo-a à folha de papel pronta a receber um desenho. Onde tudo o que há ficar, vai ficar. Onde não há hipótese de apagar e recomeçar desenho sobre desenho ao modo da superfície da madeira ou da tela que suporta a pintura. Porque o papel abre facilmente ferida, porque o papel, ao receber o desenho, aceita a sua mobilidade de inscrição veloz, avessa ao sentimento do palimpsesto. O desenho, tal como a mulher de Lot, não guarda lixo dentro de si. Camadas sobre camadas. Uma camada de derradeiro desenho a ocultar vidas outras que lhe foram anteriores, e que permanecem sob um chão tempestuoso de cores e magoadas manchas, que são e serão memória a latejar. A mulher de Lot somente queria partir esse lastro. O olhar derradeiro para a sua cidade, era o que lhe permitia a folha branca, límpida, por inteiro entregue ao esquecimento. De qualquer forma, não terá a mulher de Lot desenhado o primeiro desenho? Aquele que a mancha fez sobre a escura terra, quando a estátua translúcida de sal em que se terá transformado se liquefez.

(...) Que significação mais precisa se poderá pedir a um desenho do que o inverso do seu limite (peras) físico, do que o contrário da finita e inmediata perfeição do espaço que no é dado a ver? Pelo indefinido, pelo infindo o desenho opera a sua passagem, mais do que a um seu contrário, a uma transposição e a uma pluralidade, e como que escapa ás suas margens de limite. Por detrás e por dentro do desenho está a sua simplicidade, que se traduz por uma constante ideia de fuga, isto é, de partida; a qual muitas vezes é encantamento e servidão - ainda, o dar a vida por um olhar, para que não esqueçamos a mulher de Lot - e onde não se separa a alma do espirito nem tão-pouco do corpo e o que é belo é então necessariamente justo.


João Miguel Fernandes Jorge

O segredo da sombra



Todo comienza en el rostro del otro. Incluso en la pintura y el dibujo de Pedro Calapez [Lisboa, 1953]. Sobre todo, en ese riesgo de indiscreción que es el dibujo. No en la proximidad de la luz que puede traer y guardar, sino en la expresión verbal de su sombra; ésta, sí, es mucho más que una mímica, es una voz que ordena la fragilidad del trazo, que no lo deja morir solo, prisionero de la indiferencia, en un deshacer de la presencia. Con una palidez en la punta del lápiz o en el tenue carbón, antes de que sea absorbida por la mancha de al lado, nos dice: "Mírame". En efecto, en ese punto de unión, en ese pasaje, ella también nos mira, pero su rostro que era de trazo, de línea quebrada, de riesgo entre dos instantes ha perdido -perdido y ganado- su rostro particular, para dejarse estar en el rostro general y mayor que es la mancha, la sombra. El riesgo que sostenía el rostro del otro, que sostenía el agua de un río, el árbol de un bosque, el color de un fuego o que era la pura expresión de su propio no rostro entraba en el secreto de la sombra. Ha sido tomado por un gris, por un negro, por un color que es como el pensamiento del propio dibujo [de la pintura, incluso, si se quiere]. Pulsación responsable de la vida que corre en las huellas de la culpa y la inocencia de lo que fue [rostro] y es [rostro de] dibujo. 



La mujer de Lot miró hacia atrás

y se convirtió en una estatua de sal


Génesis, 19, 26


Anna Akhmatova escribió un poema sobre la mujer de Lot ("La mujer de Lot", Anno Domini, 1921-23).

Siguieron al ángel de Dios. Que los sacó de Sodoma. Eran los justos. O eso es lo que se decía. O al menos eso parecían. Tal vez lo eran. La ciudad que era suya era grande, próspera, por lo que había crecido en la ladera de la montaña. Lot y su gente siguieron al ángel. Su esposa también, sus pasos estaban en el camino del ángel. El Libro no la encontró digna de conservar su nombre, sólo es la esposa de Lot. La tristeza marcaba su rostro, con su hijo menor de la mano. La figura del ángel, blanco, con el pelo ardiendo, frente a ella. Le dolía el recuerdo de su Sodoma natal, por su mosaico de calles, por el mercado; un dolor le hablaba del patio donde había estado hilando, de la casa donde había tenido a sus hijos y amado. Ella, en un súbito arrebato de dolor incontrolable, se volvió y miró hacia atrás. Sus ojos salados, cegados. Sodoma quedó en la distancia de su memoria. Y en la transparencia de la sal sobre la sal, la mujer de Lot se paró al lado de un camino.

Transcribo los últimos versos del poema de Akhmatova: "¿Quién llorará a esta mujer? / ¿Qué importancia tiene? / Pero mi corazón nunca la olvidará / Ella que, por una mirada, dio su vida".

¿Por qué me gusta también la mujer de Lot? ¿Por qué la llamé a estas páginas sobre el dibujo? Por su simple movimiento de mirar hacia atrás lo que quedó atrás. Porque sus sentidos seguían apegados, por un momento, en un gesto volitivo, a lo que iba a dejar atrás. El camino que tomaría con los suyos, tras el ángel, ya no tendría cabida para su ciudad, que moriría en esa última mirada suya. La esposa de Lot, la comparo con la hoja de papel lista para recibir un dibujo. Donde todo lo que ha de ser, será. Donde no hay posibilidad de borrar y volver a empezar a dibujar a la manera de la superficie de la madera o del lienzo que soporta la pintura. Porque el papel abre fácilmente una herida, porque el papel, al recibir el dibujo, acepta su movilidad como una inscripción rápida, adversa al sentimiento del palimpsesto. El dibujo, como la mujer de Lot, no guarda el borrador dentro. Capas sobre capas. Una capa del dibujo definitivo que oculta otras vidas que la precedieron, y que permanecen bajo un suelo tormentoso de colores y manchas magulladas, que son y serán recuerdos palpitantes. La mujer de Lot sólo quería romper este lastre. La última mirada a su ciudad, fue la que le permitió la hoja blanca, límpida, enteramente entregada al olvido. En cualquier caso, ¿no habrá realizado la esposa de Lot el primer dibujo? La que la mancha hizo en la tierra oscura, cuando la estatua translúcida de sal en la que se había convertido se había licuado.

(...) ¿Qué significación más precisa puede pedirse a un dibujo que la de la inversa de su límite físico, que la opuesta a la perfección finita e inmediata del espacio que nos es dado ver? A través de lo indefinido, a través de lo infinito, el dibujo opera su paso, más que a su contrario, a una transposición y a una pluralidad, y como si escapara a sus márgenes de límite. Detrás y dentro del dibujo está su sencillez, que se traduce por una idea constante de huida, es decir, de salida; que es a menudo encantamiento y servidumbre -incluso dando la vida por una mirada, para no olvidar a la mujer de Lot- y donde el alma no se separa del espíritu, ni del cuerpo, y lo que es bello es entonces necesariamente justo.


João Miguel Fernandes Jorge

El secreto de la sombra