29.3.10
Earth, 1984. Jean-Michel Basquiat.
Introducción
¡NO TOCAR! Cuando -hace más o menos tres siglos- las obras de arte se confinaron en los museos esta prohibición vino a colmar su proscripción. De esta forma, se quiso prevenir cualquier intento de superar la percepción óptica -considerada como la única aproximación lícita a la obra- con la experiencia táctil. La prohibición cortaba por lo sano cualquier veleidad tendente a comprobar hasta qué punto el arte y la vida podían intercomunicarse, hasta qué punto se podía experimentar el fluir de la vida en el arte. La fórmula ¡NO TOCAR! era (y es aún) la consecuencia de privilegiar en la obra de arte la "imagen" sobre el "objeto"; la consecuencia, en fin, de subrayar su parte de irrealidad. Las imágenes, como es sabido, se diferencian del resto del mundo por algo fundamental: las imágenes no existen. "Tocar la obra" equivale a retrotraerla al estadio de objeto, atentando contra su esencia, que pertenece al orden de lo imaginario.
Este libro estudia un fenómeno ambiguo, investiga el límite entre arte y realidad; es decir, se interesa por la imagen que parece poseer una existencia propia. Ya Platón, en un pasaje muy comentado del Sofista, llamaba la atención sobre una fisura esencial, al referirse a dos maneras de fabricar imágenes (eidolopoiké). El arte de la copia (eikastiké) y el arte del simulacro (phantastiké). A partir de Platón, la imagen-eikon (la imagen-copia) se ve sometida a las leyes de la mimesis y atraviesa triunfalemente la historia de la representación occidental, mientras que el estatuto de la imagen-simulacro (phantasma) se caracterizará por ser fundamentalmente borroso y por estar cargado de oscuros poderes. La física de los atomistas, que proclamó la materialidad difusa de toda imagen, lejos de aportar la solución al ambiguo estatuto del simulacro, acentuó su caracter altamente problemático. Así su portavoz, Lucrecio, escribió en su De Rerum Natura (siglo I a. C.) :
Ahora, tras haber dado a conocer la naturaleza de los elementos constitutivos del Universo, la variedad de sus formas, el movimiento eterno que las arrastra espontáneamente en el espacio, y la posibilidad que tienen de crear todas las cosas; después de haberte enseñado igualmente la naturaleza del alma, su constitución, su unión íntima con el cuerpo durante la vida, y la forma en que, una vez arrancada de aquél, ella retorna a sus elementos primeros, voy a ocuparme de un asunto que se relaciona estrechamente con este último: de entre todos los objetos existen unos que llamamos simulacros...
Para Lucrecio, el simulacro es un ente intermedio, un objeto ambiguo entre el cuerpo y el alma, "una especie de membrana ligera desprendida de la superficie de los cuerpos, que gira en el aire". Un cuerpo-alma, un alma-cuerpo. Su grado de realidad importa poco. Lo importante, dice Lucrecio, es que de una manera u otra "el simulacro" existe (esse ea quae rerum simulacra vocamus).
Debemos a la filosofía de fines del siglo XX el haber puesto de relieve el carácter operativo de esta noción, haciendo del simulacro una de las nociones clave de la modernidad y de la posmodernidad. Gilles Deleuze, en unas páginas ya famosas, demostró que el verdadero caballo de batalla del platonismo no fue la imagen-icono, engendrada por la mimesis, como se creyó y sostuvo durante largo tiempo, sino la "otra imagen", la imagen que se basa no en la "semejanza" sino en la "existencia", esto es, el fantasma, el simulacro. Esta construcción artificial, carente a veces de modelo, se presenta con una existencia propia. Ya no copia necesariamente un objeto del mundo, sino que se proyecta en el mundo. Existe.
El simulacro es un objeto hecho, "un artefacto", que si bien puede producir un efecto de semejanza, al mismo tiempo enmascara la ausencia de modelo con la exageración de su "hiperrealidad". Jean Baudrillard ve en él una de las grandes trampas de la Modernidad, no sólo por su enorme peso frente al icono, sino por su fuerza propia, que amenaza lo real mismo. Según él, el simulacro hace estallar el orden establecido de la representación occidental basada en la noción de mimesis. Más aún, el simulacro lo trasciende e invalida, en nombre del espejismo de una "ideología" y de un "modo de vida" posmodernos. El triunfo moderno del simulacro sustituye la realidad por la apariencia de lo real. Desde la perspectiva de la historia de las ideas estéticas, el simulacro proclama el triunfo de los artefactos-fantasmas y marca la crisis de la concepción de la obra como imitación de un modelo.
Victor I. Stoichita
Simulacros. El efecto Pigmalión: de Ovidio a Hitchcock