4.1.11

Las palabras son fragmentos de discursos trazados por ellas mismas, modalidades de enunciados coagulados y reducidos al neutro. Antes que las palabras estaban las frases; antes que el vocabulario estaban los enunciados; antes que las sílabas y el acomodo elemental de los sonidos estaba el indefinido murmullo de todo lo que se diría. Efectivamente, antes de que hubiera lengua se hablaba. Pero ¿de qué se hablaba si no era de ese hombre que aún no existía puesto que no estaba dotado de ninguna lengua, de qué si no era de su formación, de su lento acomodo a la animalidad, si no era de la ciénaga de la que penosamente escapaba su existencia de renacuajo? De modo que bajo las palabras de nuestra lengua actual se dejan oír frases -pronunciadas dentro de esas mismas palabras o casi- por hombres que aún no existían y que hablaban de su nacimiento futuro.
(...)
Ni génesis lenta, ni progresiva adquisición de una forma y de un contenido estables, sino aparición y desaparición, parpadeo de la palabra, eclipse y retorno periódico, surgimiento discontinuo, fragmentación y recomposición.
En cada una de sus apariciones, la palabra tiene una nueva forma, tiene una significación diferente, designa una realidad distinta. Su unidad no es por tanto ni morfológica, ni semántica, ni referencial. La palabra sólo existe incorporada a un escenario en el que surge como grito, murmullo, mandato, relato; y su unidad se la debe, por una parte, al hecho de que, de escena en escena, a pesar de la diversidad del decorado, de los actores y de las peripecias, corre el mismo ruido, se desprende de la refriega el mismo gesto sonoro y, durante un instante, flota por encima del episodio, como su enseña audible (...)
Y he aquí que por encima de estas invectivas múltiples, de estas escenas abigarradas y atravesadas por gritos de guerra se pone a girar la forma alada, majestuosa, encarnizada y negra, de la porquería misma. Ruido único. Porquería de las guerras y de las victorias en el lodo. Porquería de la muchedumbre en fiestas que injuria a los cautivos. Porquería de las prisiones. Porquería de las recompensas distribuidas, porquería de los mercados donde se compra la carne de los hombres. Lo que constituye la esencia de la palabra, su forma y su sentido, su cuerpo y su alma es en todas partes aquel mismo ruido, siempre aquel mismo ruido.
Los soñadores, cuando parten a la búsqueda del origen del lenguaje, se preguntan siempre en qué momento el primer fonema fue por fin arrancado del ruido; introduciendo de un golpe y de una vez por todas, más allá de las cosas y de los gestos, el orden puro de lo simbólico.


Michel Foucault
Siete sentencias sobre el séptimo ángel