16.3.11
Union of the Torus and the Sphere, 2001. Richard Serra
Peso
Uno de mis recuerdos es el de ir conduciendo con mi padre, mientras amanecía, cruzando el Golden Gate. Íbamos a los astilleros Marine, donde mi padre trabajaba como ajustador de tuberías, para contemplar la botadura de un barco. Fue en mi cumpleaños, en otoño de 1943. Tenía cuatro años. Cuando llegamos, el petrolero negro, azul y naranja estaba en camino, suspendido sobre su andamiaje. Era desproporcionadamente horizontal y, para un niño de cuatro años, tan grande como un rascacielos. Recuerdo haber caminado por el casco con mi padre, haber mirado por el enorme propulsor de latón, haberme asomado entre los postes de aquel entramado. Luego, en un repentino torbellino de actividad, los puntales, las vigas, los tablones, los postes, las barras, los bloques de la quilla, todo aquel andamiaje se retiró, se soltaron los cables, se quitaron las sujeciones y se abrieron los cierres de los ganchos. Había una total falta de correspondencia entre el desplazamiento de aquel enorme tonelaje y la rapidez y la agilidad con las que se realizó la tarea. Mientras se retiraba y se resquebrajaba el andamiaje, el barco descendió la rampa hasta el mar, se oyeron los gritos habituales de celebración, las sirenas, los silbidos. Libre de ese entramado, con los troncos rodando, el barco se deslizó fuera de su cuna con una velocidad creciente. Fue un momento de tremenda ansiedad cuando el petrolero golpeó, se balanceó, se inclinó y se hundió en el mar, a medias sumergido, para luego emerger y elevarse y encontrar su equilibrio. No sólo el petrolero se rehizo, sino también la multitud de espectadores, que contempló cómo el barco pasaba de ser un enorme y tosco peso a una estructura flotante, libre y a la deriva. Mi admiración y mi asombro de aquel momento perduraron. Toda la materia prima que necesitaba está contenida en la conservación de este recuerdo, que se ha convertido en un sueño recurrente.
El peso es para mí un valor, no porque sea más atractivo que la ligereza sino porque sencillamente sé más sobre el peso que sobre la ligereza, y por tanto tengo más que decir sobre él, más que decir sobre el modo de equilibrar un peso, de disminuirlo, de añadirlo o sustraerlo, de concentrarlo, de suspenderlo, de apoyarlo, de colocarlo, de cerrarlo, de establecer sus efectos psicológicos, de desorientarlo, de desequilibrarlo, de hacerlo rotar, de hacer que se mueva, de darle dirección, de conferirle una forma. Tengo más que decir sobre los perpetuos y meticulosos ajustes del peso, más que decir del placer que obtengo de la exactitud de las leyes de la gravedad. Tengo más que decir sobre el procesado del peso del acero, más que decir sobre la forja, la acería y el horno industrial.
Es difícil transmitir ideas sobre el peso a partir de objetos de la vida cotidiana, pues la tarea sería infinita: hay una inabarcable variedad de pesos. En cambio, sí puedo trazar la historia del arte como una historia de la particularización del peso. Tengo más que decir sobre Mantegna, Cézanne y Picasso que sobre Botticelli, Renoir y Matisse, aunque admiro aquello de lo que carezco. Tengo más que decir sobre la historia de la escultura como historia del peso, más que decir sobre los monumentos a la muerte, más que decir sobre el peso y la densidad y la concreción de innumerables sarcófagos, más que decir sobre tumbas, más que decir sobre Miguel Ángel y Donatello, más que decir sobre la arquitectura micénica e incaica, más que decir sobre el peso de las cabezas olmecas.
Estamos sometidos y limitados por la gravedad. Sin embargo, Sísifo, empujando el peso de su roca eternamente colina arriba, no me seduce tanto como la incansable labor de Vulcano al pie del cráter humeante, martilleando sobre la materia prima. El proceso constructivo, la concentración diaria y el esfuerzo me atraen más que lo fantástico, más que la búsqueda de lo etéreo. Todo lo que en esta vida elegimos debido a su ligereza no tarda en mostrar su insoportable peso. Nos enfrentamos al peso de un rostro insoportable: el de la represión, de la constricción, del gobierno, de la tolerancia, de la resolución, de la responsabilidad, de la destrucción, del suicidio, el peso de la historia, que disuelve el propio peso y erosiona el sentido hasta dar lugar a una calculada construcción de palpable ligereza. El residuo de la historia: la página impresa, el brillo de la imagen, siempre fragmentaria, siempre diciendo algo menos que el peso de la experiencia.
Es la distinción entre el prefabricado peso de la historia y la experiencia directa lo que en mí evoca la necesidad de hacer cosas que no se han hecho antes. Intento continuamente enfrentarme a las contradicciones de mi memoria y limpiar la pizarra, confiar en mi propia experiencia y mis propios materiales, aunque se enfrente a una situación que supere mi esperanza de lograrlo. Inventar métodos sobre los que no sé nada, utilizar el contenido de la experiencia para que se me vuelva conocida, y entonces desafiar a la autoridad de esa experiencia y de ese modo retarme a mí mismo.
Richard Serra
Escritos y entrevistas, 1972-2008