20.5.11





¿Qué es lo que llevamos cuando vamos a otro lugar?
¿Qué llevamos cuando viajamos, incluso cuando viajamos a lugares remotos de la tierra?
¿Es diferente lo que llevamos según sea nuestro objetivo?

No, ya que no sabemos qué clase de cosas estamos llevando.
No somos conscientes de la mayoría de las cosas que acarreamos.
Por lo cual no hay diferencias entre lo que deberíamos llevar para cada objetivo,
siempre llevamos todo con nosotros mismos,
sin saber qué es.

La diferencia yace en lo que se hace visible de todo lo que llevamos,
varias cosas necesitan un lugar específico de donde salir.
Las cosas que llevamos todo el tiempo
se vuelven visibles solamente en ciertos lugares,
tan visibles que pareciera que nunca antes hubieran estado allí.
Y viajar, es lo que se llama "ganar nuevas impresiones";
que significa que reconocemos cosas que antes no sabíamos
que estaban con nosotros.

Anselm Kiefer



 16. 04. 11

Las urnas

En Córdoba todo son urnas, urnas unas dentro de otras. Urnas en la Mezquita con sus arcos que envuelven otros arcos. Urna es también todo el muro que la rodea dejando el diamante petrificado de viento preñado dentro. Urnas las rejas , las celosias, las puertas a los patios. Urnas las calles. Urnas que te conducen y esconden a la vez el sueño de la llama. Este tipo de urna propicia así el mito del sueño, el amor doble y el fuego. La ensoñación antropológica de Córdoba es la unión de la tierra y el fuego.
No quiero decir con esto que sea única en su especie. De alguna forma esto siempre sucede en todas las ciudades o por lo menos la ciudad por las que han pasado distintas culturas acaba recogiendo sus sígnos estratificados en el tiempo. Lo que queda de ellos son las urnas, la piel, el envoltorio que los enmarcaban. Lo enmarcado asume su desaparición dejando paso al vacío. Algunos dicen que es entonces cuando se vuelve más real e innasible, más eterno. Quedando en los sueños y la memoria. Pero en Córdoba lo que pasa es que esto en concreto se vuelve algo característico. Este mecanismo es el que la define. Su concepción desde la Mezquita hasta el último rincón de sus calles respira, condensa el tiempo de tal forma y todo sucede para cristalizar esta idea. Conlleva que una urna, un marco, llena siempre otro, creándose un laberinto de espejos en el que se pierde la noción de cual es el observador y que es lo observado. Así nació el concepto de infinito en Occidente. Y así las referencias que se establecen son limpias y todo se refleja en todo continuamente, como en el juego de las muñecas rusas, como un espejo enfrentado a otro espejo.
La planta de la Mezquita asemeja a un escarabajo atrapado en la telaraña. Es propiamente el laberinto. Es el bosque con el claro en el medio por el que vemos el cielo. Dos tipos de luz. Me imagino al arquitecto de la Catedral mascando esta ensoñación mientras implantaba la vertical de la luz cristiana en medio de la horizontal del mundo islámico. Hasta las columnas de la Mezquita, tan leves con todo su peso, como levitando, parece que guardan dentro un universo. Urnas, todo acompaña a esa materialidad.
Las calles de Córdoba como urnas del cielo. Es a través del marco de los tejados como van apareciendo los edificios que te orientan y dan significado a la trama. Así la mirada es conducida hacia fuera de la calle y para dentro a través de las celosias donde aparecen los patios como cuevas subterráneas o sueños irreales, almacenes de recuerdos. Ante este mecanismo hermético aparecen asomándose las ramas de las plantas de los tejados y las azoteas como cabellos de las casas. Es por eso que crean ese sentimiento de intensidad; con su fragilidad golpeando el cielo, es como si acuchillaran una leve grieta en el azul y en el laberinto. No hay sombras marcadas en las calles. Todo sucede para que no esten. Hasta la iluminación nocturna colocada en medio del tránsito produce este efecto. Donde si aparecen esas sombras en plenitud es en las plazas. Había soñado con varias de ellas. Me pregunto qué relación podrían tener las cosas con sus sueños. Las sombras de un árbol solidificada en el tiempo como huella de su sueño en la piel del muro.
Ese amasijo de urnas unas sobre otras, unas dentro de otras, como estratos, es lo que hace que exista esa repetición de la imagen en su estructura con sus detalles cambiantes. Ejemplo de esas variaciones serían los portones de la Mezquita. Este repetición de los elementos es lo que crea los signos. El sígno nace de la repetición. De tal manera que te predispone a establecer las coordenadas entre las cosas o la propensión a las coincidencias. Me pregunto si no será al final esa tendencia que experimentamos con facilidad  a adquirir costumbres una búsqueda de repeticiones en la vida diaria para llegar a encontrar los signos que te dejen "ver". El signo es lo que perdura de nosotros, lo que define nuestras acciones y sus secuencias de causa-efecto. El signo entendido como acto de resistencia.

El sueño de Eva

Llegué a Córdoba a las 6 de la mañana. Nada más bajarme del autobús y agacharme para recoger la maleta olí el jazmín. En el centro de la estación había un jardín con árboles antiguos que probablemente respetaron al construir el edificio. Este jardín quedaba delimitado por una celosia cilíndrica abierta en su parte baja de tal manera que enmarcaba su centralidad en el lugar. El movimiento de viajeros y autocares no hacía más quecontrastar con su vacío estático. Me dí cuenta que ya había soñado con ese espacio. No es nada extraño que yo sueñe con espacios en los que nunca he estado. Hay algunos de ellos que incluso se repiten con cierta constancia. Lo que me llamó la atención fue el argumento de aquel sueño en sí. Al final del mismo estaba esperando el autobús para irme. Todo parecía estar bien. Y justo cuando lleguó la hora de salida me fijé en ese mismo jardín que ahora acababa de ver y que en el sueño tenía a mis espaldas. Al volverme a través de las ramas de los árboles podía ver iluminada una escultura, un busto de un hombre colocado sobre su basamento de tal forma que desde mi posición lo percibía desde atrás. Me entró una gran ansiedad en el sueño. De repente todo dependía de poder acercarme a ver esa escultura de cerca. Daba la impresión de que era una escultura abandonada en medio de los árboles. Hasta ese momento no le había dado ninguna importancia. Alguien que me acompañaba me decía que si estaba loco, que iba a perder el bus. Bueno, por supuesto que eso me suele pasar en los sueños y en la vida real pero para mí era crucial tomar una decisión. Todo dependía de ello. Era como si en el hecho de acercarme a la escultura hubiera depositado todas mis esperanzas. Con lo cual me acercé dando un rodeo para encontrar los escalones de entrada al jardín con el sentimiento de miedo por no saber lo que me iba a encontrar y con la sensación de que todo se podía desmoronar, sin saber lo que iba a pasar. Y cuando estuve enfrente del busto de aquel hombre y ví la belleza con que lo había esculpido el escultor mientras lo tocaba se me reveló el camino. Me dí cuenta que todo estaba bien y fue como volver a casa dentro de mí y reencontrarme con algo dormido hacía tiempo en estado puro. Me inhundó un sentimiento de felicidad. Salí del jardín, cogí el autobús y me desperté. Es lo que se dice un buen sueño.
 Lo fuí recordando mientras dejaba atrás el jardín y la estación de camino al hotel. Y tras una mañana trabajando, motivo de esta mi primera visita a Córdoba, por la tarde me perdí por sus calles. Tras despertarme cuando todavía era de noche empecé a escribir estas notas mientras esperaba encontrar algún bar abierto sin darme cuenta de la cercanía del jardín que describo. Tras tomarme un café me he acercado con cierta curiosidad a ver ese espacio del sueño. Me está pareciendo una buena idea ya que no quiero arriesgarme a perder el autobús de vuelta que sale esta tarde. Nada más entrar en la estación me encuentro una foto de la Victoria de Samotracia en una urna de cristal, algo de publicidad. Justo el día anterior antes de salir de viaje había visto fotos de ella por casualidad en internet. No le presto mucha atención y continuo hasta el jardín. La escultura del busto del hombre que ví en mi sueño y que creí ver ayer cuando llegué no estaba. En su lugar había otra escultura que veía de frente en medio del jardín enmarcada por todos los árboles. Me acercé lentamente rodeando el patio hasta encontrar unos escalones. Era la imagen de una mujer desnuda sin brazos rodeada por una serpiente. En medio de ese espacio cogía una gran fuerza. Aparte de distintas revelaciones del momento que sentía todas a la vez y que difícilmente podría describir debido a la mezcla de extrañeza y de confirmación había una relación muy obvia con la visión de Aby Warburg sobre el arte, personaje trascendental en mi visión del mismo y estudiado en profundidad a principios del año. Para Warburg el arte no era algo lineal sino que eran imágenes que conformaban como mitos u obsesiones la realidad del hombre desde siempre y que aparecían en distintos tiempos y lugares sin ninguna conexión aparente. El tiempo en el arte no existe, todo es nuevo. Es conocido su viaje a Ámerica y su estudio sobre el ritual de la serpiente de los indios Hobi y en el cual establece su relación con el Laooconte. He estado un rato enfrente de la escultura.
... Y la boca de la serpiente como el pezón del pecho del corazón de la mujer marcando una dirección hacia afuera como si la figura se convirtiera en una constelación preñada de estrellas.
Al rato de observarla me fijé en un letrero en su base. Título: Eva, autor: Sergio Portela. Su color gris oscuro fue cogiendo brillos mientras iba amaneciendo. Recogí cuatro frutos del suelo, me los metí en el bolsillo y salí por otros escalones distintos a los que había entrado.