10.7.12


Puerta, 1995. Joaquín Vaquero Turcios


Las heterotopías

Así, pues, hay países sin lugar e historias sin cronología; ciudades, planetas, continentes, universos cuya huella sería muy imposible detectar en ningún mapa ni en cielo alguno, muy sencillamente porque no pertenecen a ningún espacio. Sin duda esas ciudades, esos continentes, esos planetas nacieron, como se dice, en la cabeza de los hombres o, a decir verdad, en el intersticio de sus palabras, en el espesor de sus relatos, o incluso en el lugar de sus sueños, en el vacío de sus corazones; en pocas palabras, es la dulzura de las utopías. Sin embargo, creo que hay -y esto en toda sociedad- utopías que tienen su lugar preciso y real, un lugar que se puede situar en un mapa; utopías que tienen un tiempo determinado, un tiempo que se puede fijar y medir según el calendario de todos los días. Es muy probable que cada grupo humano, cualquiera que sea, recorte, en el espacio que ocupa, donde realmente vive, donde trabaja, lugares utópicos y, en el tiempo en que se atarea, momentos ucrónicos.
Esto es lo que quiero decir. No se vive en un espacio neutro y blanco; no se vive, no se muere, no se ama en el rectángulo de una hoja de papel. Se vive, se muere, se ama en un espacio cuadriculado, recortado, abigarrado, con zonas claras y zonas oscuras, diferencias de niveles, escalones, huecos, protuberancias, regiones duras y otras desmenuzables, penetrables, porosas. Están las regiones de pasaje, las calles, los trenes, los metros; están las regiones abiertas del alto transitorio, los cafés, los cines, las playas, los hoteles, y después están las regiones cerradas del reposo y de la propia casa. Ahora bien, entre todos esos lugares que se distinguen unos de los otros, hay algunos que son absolutamente distintos: lugares que se oponen a todos los otros, que están destinados de algún modo a borrarlos, a neutralizarlos o a purificarlos. Son de alguna manera contraespacios. (...)
¡Y bien! Yo sueño con una ciencia -bien digo, una ciencia- que tendría por objeto esos espacios diferentes, esos otros lugares, esas impugnaciones míticas y reales del espacio donde vivimos. Esta ciencia estudiaría no las utopías, puesto que hay que reservar ese nombre a lo que no tiene realmente ningún lugar, sino las hétero-topías, los espacios absolutamente diferentes; y por fuerza la ciencia en cuestión se llamaría, se llamará, se llama ya, "la heterotopología".
Hay que dar los primerísimos rudimentos de esta ciencia que está naciendo. Primer principio: probablemente no haya una sociedad que no constituya su heterotopía o sus heterotopías. A no dudarlo, ésta es una constante en todo grupo humano. Pero a decir verdad, esas heterotopías pueden adoptar, y siempre lo hacen, formas extraordinariamente variadas, y tal vez no haya, en toda la superficie del globo o en toda la historia del mundo, una sola forma de heterotopía que haya permanecido constante. (...)
Segundo principio de la ciencia heterotopológica: en el curso de su historia, toda sociedad puede perfectamente reabsorver y hacer desaparecer una heterotopía que había constituido antes, o incluso organizar otras que no existían todavía. (...)
En general, la heterotopía tiene por regla yuxtaponer en un lugar real varios espacios que normalmente, serían, deberían ser incompatibles. El teatro, que es una heterotopía, hace suceder sobre el rectángulo de la escena toda una serie de lugares ajenos. El cine es una gran escena rectangular en cuyo fondo, sobre un espacio de dos dimensiones, se proyecta un espacio nuevamente de tres dimensiones. Pero tal vez el más antiguo ejemplo de heterotopía es el jardín, creación milenaria que ciertamente tenía en Oriente una significación mágica. El tradicional jardín persa es un rectángulo que está dividido en cuatro partes, que representan los cuatro elementos de que está compuesto el mundo, y en cuyo medio, en el punto de unión de esos cuatro rectángulos, se encontraba un espacio sagrado: una fuente, un templo. Y alrededor de ese centro, toda la vegetación ejemplar y perfecta del mundo debía encontrarse reunida. Ahora bien, si se piensa que los tapices orientales eran, en el origen, reproducciones de jardines -en el sentido estricto, "jardines de invierno"-, se comprende el valor legendario de los tapices voladores, de los tapices que recorrían el mundo. El jardín es un tapiz donde el mundo en su totalidad viene a consumar su perfección simbólica, y el tapiz es un jardín móvil a través del espacio. ¿Era parque o tapiz ese jardín descrito por el narrador de Las mil y una noches? Se ve que todas las bellezas del mundo vienen a concentrarse en ese espejo. El jardín, desde el fondo de la Antigüedad, es un lugar de utopía. Tal vez se tiene la impresión de que las novelas se ubican fácilmente en jardines: dehecho, ocurre que las novelas sin duda nacieron de la institución misma de los jardines. La actividad novelesca es una actividad de jardinería.
Resulta que las heterotopías la mayoría de las veces están ligadas a recortes singulares de tiempo. (...)
Por último, como quinto principio de la heterotopología, me gustaría proponer este hecho: que las heterotopías siempre tienen un sistema de apertura y de cierre que las aísla respecto del espacio circundante. (...)
Las heterotopías son la impugnación de todos los otros espacios.(...)
Y si pensamos que el barco, el gran barco del siglo XIX, es un trozo de espacio flotante, un lugar sin lugar, que vive por sí mismo, cerrado sobre sí, libre de un sentido, pero entregado fatalmente al infinito del mar y que, de puerto en puerto, de barrio de chicas en barrio de chicas, de derrotero en derrotero, va hasta las colonias a buscar lo que éstas encubren de más precioso en esos jardines orientales que evocábamos en su momento, se comprende por qué el barco fue para nuestra civilización -y por esto por lo menos desde el siglo XVI- a la vez el mayor instrumento económico y nuestra mayor reserva de imaginación. La nave es la heterotopía por excelencia.

Michel Foucalt