28.4.13


Altar, 2012. Pablo Genovés.


Para la historia en su forma clásica, lo discontinuo era a la vez lo dado y lo impensable: aquello que se ofrecía con el carácter de los acontecimientos dispersos -decisiones, accidentes, iniciativas, descubrimientos-; y aquello que, mediante el análisis, debía ser esquivado, reducido, borrado para que aparezca la continuidad de los acontecimientos. La discontinuidad era el estigma de la diseminación temporal, que el historiador se encargaba de suprimir de la historia. Ahora se ha convertido en uno de los elementos fundamentales del análisis histórico. (...) Uno de los rasgos más esenciales de la historia nueva es, sin duda, ese desplazamiento de lo discontinuo: su paso del obstáculo a la práctica; su integración en el discurso del historiador, donde ya no desempeña el papel de una fatalidad exterior que es preciso reducir, sino el de un concepto operatorio que utilizamos; y de ahí la inversión de signos gracias a la cual deja de ser el negativo de la lectura histórica (su reverso, su fracaso, el límite de su poder) y es el elemento positivo que determina su objeto y valida su análisis.

Michel Foucalt
La arqueología del saber