12.4.13


Sigmar Polke


¿Qué era, pues, la vida? Era calor, calor producido por un fenómeno sin sustancia propia que conservaba la forma: era una fiebre de materia que acompañaba el proceso de la descomposición y la recomposición incesante de moléculas de albúmina de una estructura infinitamente complicada e ingeniosa. Era el ser de lo que en realidad no puede ser, de lo que oscila en un dulce y doloroso vaivén sobre el límite de la existencia, en ese proceso continuo y febril de la descomposición y la renovación. No era ni siquiera materia ni tampoco espíritu. Era algo entre los dos, un fenómeno llevado por la materia, semejante a la llama. Pero aunque no sacase nada de la materia, era sensual hasta la voluptuosidad y la repugnancia, el impudor de la naturaleza convertida en sensible a ella misma, era la forma impúdica del ser. Era una veleidad secreta y sensual y en el frío casto del universo, una impureza íntimamente voluptuosa de nutrición y excreción, un soplo excretor de ácido carbónico y sustancias nocivas de procedencia y naturaleza desconocidas. Era la vegetación, el desarrollo y la proliferación de algo hinchado, compuesto de agua, albúmina, sal y grasas, que se llama "carne" y que se convierte en forma, imagen y belleza, pero que es el principio de la sensualidad y el deseo. Pues esta forma, esta belleza no es llevada por el espíritu, como en las obras de la poesía y la música: no es tampoco llevada por una sustancia neutra y espiritualmente absorbida, por una sustancia que encarna el espíritu de una manera inocente, como se manifiestan la forma y la belleza de las obras plásticas. Es, por el contrario, llevada y desarrollada por la sustancia que despierta, de una manera desconocida, a la voluptuosidad, por la misma materia orgánica que vive descomponiéndose, por la carne perfumada...

Thomas Mann
La montaña mágica