10.10.13


Estoy intentando reunir lo que hay de infinito en el hombre con lo que hay de infinito en el universo.

Plotino




Capilla Bruder Klaus. Peter Zumthor.


La Capilla Bruder Klaus de Peter Zumthor se construyó por granjeros de Wachendorf, al sur de Colonia, como un monolito sobre campos de cultivo usando la técnica del "hormigón compactado"; su forma fue determinada por una estructura  de ciento doce troncos del bosque de Bad Münstereifel convergente en un óculo en la cima. Se dispusieron los troncos sobre una losa de hormigón y luego se construyeron los muros de 12 metros de alto alrededor de la estructura de madera volcando 50 centímetros de hormigón cada día durante veinticuatro jornadas, confiriendo a la capilla su particular textura estriada. Cuando la última parte del hormigón terminó de fraguar, fueron quemados los troncos: el resultado fue un espacio interior emocionante definido por un hormigón ennegrecido que remite al material que le dio forma, esto es, a la ausencia del mismo, el negativo del bosque cercano.

Ángel Martínez García-Posada
Sueños y polvo


Temenos  (templo, en griego) significa demarcación, recorte (raíz tem, con el significado de cortar). Demarcación y recorte o deslinde, de un espacio sagrado: por ejemplo la creación de un «claro» en medio del bosque, mediante el talado de arboles o el aprovechamiento de una apertura; se debe remarcar el linde del espacio despejado mediante el talado de arboles que lo circunscriben, ya que los límites de ese lugar sagrado son tabú, o sólo pueden transitarse en forma ritual.

Templo es pues el lugar de lo sagrado, que se deslinda de lo «natural» (salvaje o boscoso) introduce un «aligeramiento» de la densidad boscosa en virtud del cual comparece un lugar para lo sagrado, o éste se da un lugar. El templo es en síntesis lo sagrado como lugar, en cuanto a la fiesta es el tiempo de lo sagrado, o lo sagrado como tiempo.De hecho en la antigüedad la erección de un templo (tanto el simple deslinde o clareado de la densidad boscosa como la instalación de un edificio exento definido como habitáculo y casa de la figura sagrada o teofánica) tenía siempre carácter genesiaco, o cosmogónico. Significaba otorgar un «centro» al mundo, o cosmos que, en virtud de ese «centro de gravedad»; quedaba especificado y definido como tal cosmos.Éste para poder ser especificado y reconocido como tal, exigía la asignación de un centro, omphalos, ombligo cósmico, que el centro especificaba y que la fiesta recordaba una y otra vez (como recreación, o repetición pautada y periódica, del acto inaugural y genesiaco de la fundación del templo, verdadero templo cósmico). Establecer un templo crear mundo tenían, pues, el mismo sentido. O el hecho de erigir un templo era, de derecho, la fundación inaugural misma del mundo.


Eugenio Trías



Lucrecio.
Poeta.

(...)
Fue ahí donde desplegó el rollo en que un escriba había copiado el tratado de Epicuro.
Inmediatamente comprendió la variedad de las cosas de este mundo, y la inutilidad de cualquier esfuerzo en busca de ideas.El universo le pareció semejante a los copitos de lana que los dedos de la africana diseminaban por las salas. Los racimos de abejas y las columnas de hormigas y el tejido moviente de las hojas fueron para él conjuntos de conjuntos de átomos. Y en todo su cuerpo sintió un pueblo invisible y discorde, ávido por separarse. Y las miradas le parecieron rayos más sutilmente carnosos, y la imagen de la bella bárbara un mosaico agradable y coloreado, y sintió que el fin del movimiento de aquella infinitud era triste y vano. Contempló el torbellino de rebaños de átomos tintos en la misma sangre y que se disputan una oscura supremacía igual que las facciones sangrientas de Roma, con sus tropas de clientes armados e infamadores. Y vio que la disolución de la muerte no era más que la liberación de aquella turba turbulenta que se precipita hacia otros mil movimientos inútiles.
Y cuando Lucrecio fue instruido de este modo por el rollo de papiro, en el que las palabras griegas estaban imbrincadas unas en otras como los átomos del mundo, salió al bosque por el soportal negro de la alta casa de sus antepasados. Y vio el lomo de los puercos rayados que seguían apuntando la nariz hacia la tierra. Luego, cruzando el monte bajo, de pronto se encontró en medio del templo sereno del bosque, y sus ojos se hundieron en el pozo azul del cielo. Fue en él donde puso su reposo.
Desde allí contempló la inmensidad bullente del universo; todas las piedras, todas las plantas, todos los animales, todos los hombres, con sus colores, con sus pasiones, con sus instrumentos, y la historia de estas cosas diversas, y su nacimiento, y sus enfermedades y su muerte. Y entre la muerte total y necesaria percibió nítidamente la muerte única de la africana, y lloró.
Sabía que el llanto procede de un movimiento particular de las pequeñas glándulas que están bajo los párpados, y que lo agita una procesión de átomos salida del corazón, cuando el corazón mismo ha sido alcanzado por la sucesión de imágenes coloreadas que se desprenden de la superficie del cuerpo de una mujer amada. Sabía que el amor sólo lo causa la hinchazón de los átomos que desean unirse a otros átomos. Sabía que la tristeza provocada por la muerte no es sino la peor de las ilusiones terrestres, porque la muerta había dejado de ser desdichada y de sufrir, mientras que quien la lloraba se afligía con sus propios males y pensaba tenebrosamente en su propia muerte. Sabía que de nosotros no queda ningún doble simulacro para derramar lágrimas sobre el mismo cadáver tendido a los pies. Pero, conociendo exactamente la tristeza y el amor y la muerte, y que éstas son imágenes vanas cuando se las contempla desde el espacio calmo donde hay que encerrarse, siguió llorando, y deseando el amor, y temiendo la muerte.
Por eso, tras volver a la alta y sombría casa de sus antepasados, se acercó a la hermosa africana, que estaba cociendo un brebaje en una olla de metal sobre un brasero. Porque también ella había pensado por su cuenta, y sus pensamientos se habían remontado a la fuente misteriosa de su sonrisa. Lucrecio miró el brebaje todavía hirviente. Fue aclarándose y se volvió semejante a un cielo turbio y verde. Y la bella africana movió la frente y alzó un dedo. Entonces Lucrecio bebió el filtro. Y al punto su razón desapareció, y olvidó todas las palabras griegas del rollo de papiro. Y por vez primera, estando loco, conoció el amor; y esa noche, tras haber sido envenenado, conoció la muerte.

Marcel Schwob.
Vidas imaginarias.






Ir

A la tormenta verde desatado

En la esperanza crece la montaña

Irrupción a lo abriéndose

Calor desvanecido de color

Sucesiones de rondas y de rumbos

Tocando la pared que retrocede

Campanarios de rosas

En éxtasis lo múltiple

Lo llano ya no existe

Pináculos que alejan los incendios

Rayos con palabras dibujando

Las torres han perdido sus cimientos

Muslos de las estrellas

La inmensidad se mueve hacia delante

Cabelleras que estiran de los fondos naciente sus temblor

Promontorios de plata desprendida

Con sus ojos y rueda

Velocísima fuga de lo sombra

En éxtasis la flora de los bordes

Topacios que palpitan lentamente

Llagas que se transmutan como besos grabados en la roca

Por fin la nada existe como nada

El vientre de los cielos es tan blanco

Oscuridad de concha cada vez menor

La frente es el paisaje de sin tiempo

Invertidos los pozos

Vencido lo vencido en lo irisado

Diamante sin instante

Cayendo hacia la altura inconsolable

Ávido todavía

Inútil la distancia

Lo disuelto corpóreo


Juan Eduardo Cirlot
Fragmento de Rojo rosa de blanco rosa rosa