4.3.15



Monk tocaba el piano como si nunca hubiera visto ninguno. Lo atacaba desde todos los ángulos, con los codos, a hachazos, doblando las teclas como si fueran naipes de una baraja, rozándolas como si quemaran demasiado o tambaleándose a su alrededor como una mujer con tacones... tocándolo fatal en términos de piano clásico. Todo salia torcido, de lado, no como te lo esperabas.
Tocaba cada nota como asombrado por la anterior, como si cada roce de los dedos en el teclado corrigiera un error y dicho roce a su vez deviniera un error a corregir y así la melodía nunca terminaba según lo previsto. A veces parecía que la canción acababa del revés o que se había construido toda ella a partir de errores. Sus manos eran como dos jugadores de raquetbol tratando de pillarse desprevenidos, sus dedos intentaban engañarse continuamente. Pero reinaba una lógica, una lógica exclusiva de Monk: si tocabas siempre la nota más inesperada emergía una forma, un negativo de lo que se esperaba de inicio. Tenías siempre la impresión de que en el centro del tema latía una bella melodía que había salido de espaldas, del revés.
A veces sus manos paraban y cambiaban de dirección en el aire. Como si jugara al ajedrez, elegía una pieza, la movía por encima del tablero, dudaba y luego ejecutaba un movimiento distinto al previsto, un movimiento audaz, uno que parecía arruinar toda su defensa sin contribuir en nada a la estrategia de ataque. Hasta que te dabas cuenta de que había refinado el juego: la idea consistía en obligar al otro a ganar (si ganabas perdías, si perdías ganabas). No era por capricho: si sabías jugar así, el juego normal te resultaba más fácil. Se había aburrido de jugar al ajedrez del bebop habitual.
O podías plantearlo de otra manera. Si Monk hubiese construido un puente, le habría quitado partes consideradas esenciales hasta dejar solo los elementos decorativos, pero de algún modo habría conseguido que la ornamentación absorbiese la fuerza de las piezas sustentantes de tal modo que todo pareciera construido alrededor de lo que ya no estaba. El puente no debería aguantarse, pero se aguantaba, y la emoción nacía del hecho de que parecía a punto de derrumbarse igual que la música de Monk sonaba siempre como si fuera a enrrollarse sobre sí misma.

Geoff Dyer
Pero hermoso