8.10.15

Playa de la Ñora, Asturias


En cuanto "fenómeno", la luz es una posibilidad entre otras. Si la concibiésemos como un lenguaje, habría traducciones de ella. Es un problema que impresionó a poetas como Baudelaire y Angelus Silesius.
La sospecha de que damos alcance a la luz en su origen y de que en el rompimiento de una ola la luz se presenta como algo conocido de antiguo es una sospecha que contradice a la medición, pero no a la meditación.

Lo que la ola hace es trasladar el movimiento que ella recibió cuando fue alzada por una tempestad o un terremoto o por un barco que navegaba hacia el puerto. Lo que la ola hace es guiar el movimiento sin que el agua se mueva de su sitio. La cuerda sigue teniendo la misma longitud una vez que la vibración se ha desplazado por ella; sirvió de medio, semejante en eso al hilo de cobre que lleva los impulsos eléctricos a través de países y mares.
La fuerza adquiere cualidad en el punto donde topa con un receptor. Sólo junto al arrecife se convierte la ola en oleaje. Antes de que su barco se hunda náufrago en la noche, el piloto oye ese oleaje.
"Carente de cualidades" quiere decir un estado en el que aún no se han desarrollado las propiedades. La fuerza, cualquiera que sea el nombre que se le dé, guardaba para sí sus reservas. El dar nombre representa ya una mengua. Más profundo que la palabra es el silencio.

Donde nos encontramos los unos con los otros es en las encrucijadas. En ellas nos hemos congregado ya a menudo. En ellas cada uno de los puntos adquiere significado - tanto si se le presta atención como si no. Hacia atrás los recuerdos comunes llegan muy lejos, llegan hasta el mundo inanimado - y aún más allá. El dolor es un umbral, y el instante de felicidad, su estadio previo. Si en esos recuerdos hay un texto, entonces hasta ahora hemos leído tan sólo sus páginas borradas.

Lo que el arte tiene son horizontes, no un horizonte. En eso se asemeja al Universo, es universal. La contemplación puede llevar a un recogimiento íntimo, a vistas panorámicas sobre cordilleras; las formas se funden. Resulta ya casi imposible discernir qué es cielo y qué nube, qué es roca y qué glaciar. El Sol se toma vacaciones; nos hace el obsequio de un resplandor postrero. Se cierra el museo; ha acabado el concierto.
Se escribió un pergamino, se pintó un lienzo. El tiempo borrará las letras, borrará las imágenes; algo ocurrió, no obstante, algo que es imposible borrar. La persona singular podrá olvidarse de que alguna vez le produjo entusiasmo un gran poema, o la Mona Lisa. Pero esas cosas provocaron un cambio en ella, aun cuando las fuerzas se su espíritu decaigan o aunque fuese la madre quien, con la corriente de la sangre, transmitiese aquello al no nacido.
Acaso la persona singular se olvidó hasta de su nombre - envejecer no es sólo ir retirando cosas, es también hacer limpieza.






La flora de las selvas vírgenes está sujeta a putrefacción, la de los desiertos se reseca hasta quedar reducida a polvo. Con todo, junto al muro del tiempo crecen esos musgos y líquenes que vio Leonardo. La figura de esas plantas da que pensar, permite incluso abrigar esperanzas - ahí tiene que haberse filtrado agua de vida. La tarea consiste en separar del mar, de las nubes, de las gotas de rocío, esa clase de agua.

De la luz, que ilumina, separa la llama, que quema. Van Gogh vio más cosas de las que estaba permitido ver - en su girasol y en sus cipreses vio la zarza en llamas. Vio la luz como pintor, igual que Novalis vio la noche como poeta. Ahí no se da ya separación.

Semejante a la capa de ozono, los misterios otorgan a la vida protección contra un ardor demasiado vivo. La visión directa de la belleza despojaría de lenguaje al espíritu, amenazaría con la muerte del cuerpo. Las propias obras de arte, cuando se acercan a lo perfecto, provocan un instante de aturdimiento, una sensación de vértigo, como el qu se tiene en un acantilado o e una pared muy alta. Platen:

Wer die Schönheit angeschaut mit Augen
Ist dem Tode schon anheimgegeben...

Quien ha visto con sus ojos la belleza
Ya ha dejado su suerte en manos de la muerte...

Cuando el emir Musa llegó a la Ciudad de Latón, tras haber cruzado el desierto con su caravana, la encontró rodeada de una muralla de basalto de ochenta codos de altura y cerrada por veinticinco puertas; ninguna de ellas era visible desde fuera, pues las murallas parecían hechas de hierro fundido en una sola pieza.
El emir ordenó construir una escala e hizo un llamamiento a los exploradores que quisieran ascender por ella - se presentó uno: "Yo subiré, oh emir, y luego bajaré y abriré la puerta". Pero aquel hombre, cuando llegó arriba del todo, se enderezó, miró fijamente la ciudad, batió palmas con las manos y gritó lo más fuerte que pudo: "¡Eres bella!". Luego se arrojó desde lo alto y su piel y sus huesos quedaron destrozados. El emir dijo: "Si un hombre sensato actúa así, ¿qué no hará un insensato?".
Once más fueron los exploradores que tras el primero corrieron su misma suerte, hasta que un profeta logró romper el maleficio.
Nos detendremos en ese punto del texto, que constituye una ilustración de la poesía de Planten. Al lado de la consabida pregunta de qué libros se llevaría uno a una isla desierta cabría poner esta otra: qué libros seleccionaría antes de abandonarla para siempre. "Prohíbe tú al gusano de seda que hile..."

El dar satisfacción al impulso instintivo que nos lleva a ejecutar juegos matemáticos, y eso es algo que hoy está extendiéndose, representa tal vez un incentivo o una compensación. Cosas muy ligeras aumentan su peso, y cosas muy pesadas pierden parte de él. No será una casualidad que estén a punto de efectuarse experiencias en el espacio ingrávido. La búsqueda del mayor de los números primos carece de significado, pero no de sentido. Suele decirse que los números primos son la roca primitiva en que se asienta el mundo de las cifras; quizá se produjese ahí un fallo mental que ahora no cabe corregir.

Contemplar despojados de espacio y tiempo al péndulo, a la espiral, a la tijera, contemplarlos, por así decirlo, como su alma, eso es algo que le resulta difícil al entendimiento. A él le está vedado el regreso al origen. Para ello tiene necesidad de un puente, por muy estrecho que sea; es algo que viene exigido por su naturaleza. Y así, para dar una trayectoria a la luz, le fue preciso al entendimiento inventar el éter - un medio del cual se hablaba mucho todavía en las escuelas a comienzos de nuestro siglo. El éter, se decía, era una materia tan sutil que ni siquiera cabía imaginarla, pero, con todo, continuaba siendo una materia corpórea y había que contar con su influjo sobre el movimiento de los astros en el transcurso de espacios de tiempo muy prolongados. Entretanto otras teorías han marginado esa noción. Tampoco ellas, sin embargo, proporcionan un mayor acercamiento al origen.

Suena mucho mejor, en alemán, el familiar Ursprung (salto primordial, origen); un salto podemos representárnoslo como queramos - también como un salto dirigido a una meta o como un salto gracioso. Asimismo podemos imaginárnoslo como un salto armonioso, como un silencioso despliegue del que se ramificase la música y la lógica. Con ello está en correspondencia el hecho de que en todo empeño serio, especialmente en el arte, importa menos el inventar que el reencontrar. Todo estilo es una nueva tentativa de acercamiento; cuanto más próximo se consiga que sea el acercamiento, tanto más durará el estilo.
Si el origen viene de lo inextenso creará espacio; si de lo intemporal, tiempo. Un salto en el tiempo, que se repite cada vez que acontece una generación - lo numinoso que en ésta hay subsiste aunque la generación se produzca lejos. En el caso de algo que esté ahí, en forma de caos o de huevo por ejemplo, cabe concebir el origen como una abertura.

Ernst Jünger
La tijera