16.10.15

Untitled, 1967-1968. Jannis Kounellis


Siempre

Comenzamos una conversación
se parte por la mitad.
Comenzamos a construir un muro
no nos dejan terminarlo.
Y nuestra canción, partida.
Todo lo acaba el horizonte.
Por encima de las lonas pasan a manadas las
estrellas
a veces cansadas, a veces amargas, sin embargo
seguras
por sus caminos, y por los nuestros.
Y el día, hasta el más injusto, te deja en el
bolsillo
una banderita azul y blanca de la fiesta de la mar,
te deja una bocanada de aire limpio
te deja en la vista la gracia de los ojos
que miraban contigo la misma piedra,
que repartieron por igual el mismo dolor,
la misma nube, la misma sombra.
Todo lo hemos repartido, camaradas,
el pan, el agua, el cigarrillo, la pena,
y la esperanza.
Ahora podemos vivir o morirnos
sencillamente y con belleza –con mucha belleza-
igual que si abrimos una puerta a la mañana
y decimos buenos días al sol y al mundo.

Yannis Ritsos


Senza titolo, 1993. Biennale di Venezia. Jannis Kounellis

I

Estos árboles no transigen con tener menos cielo,
estas piedras no transigen con los pasos enemigos,
estos rostros no transigen más que con el sol,
estos corazones no transigen más que con la justicia.

Este paisaje es duro como el silencio,
aprieta contra su seno sus piedras incandescentes,
aprieta contra la luz sus olivos huérfanos y sus vides,
aprieta los dientes. No hay agua. Solamente luz.
El camino se pierde entre la luz y la sombra del seto
es hierro.

Los árboles, los ríos y las voces se convierten en
mármol bajo la cal del sol.
Con el mármol tropiezan las raíces. Los arbustos
polvorientos.
La mula y la rosa. Jadean. No hay agua.
Todos tienen sed. Años enteros. Todos mastican un
bocado de cielo además de su amargura.

Sus ojos están rojos de insomnio,
una profunda arruga clavada entre sus cejas
como un ciprés entre dos montes al anochecer.
Sus manos están pegadas al fusil
el fusil es una prolongación de sus manos,
sus manos son una prolongación de sus almas
tienen sobre sus labios el furor -
y tienen una pena profunda, muy profunda en sus
miradas
como una estrella en un charco de sal.

Cuando estrechan la mano el sol está seguro para el
mundo,
cuando sonríen vuela una pequeña golondrina de su
barba feroz,
cuando duermen doce estrellas nacen de sus bolsillos
vacíos,
cuando mueren sube la vida cuesta arriba con tambores
y banderas.

Hace ya tantos años que todos tienen hambre, que todos
tienen sed, que todos mueren
sitiados por tierra y mar;
el calor devoró sus campos y la sal inundó sus casas,
el viento derribó sus puertas y deshojó las pocas lilas
de la plaza,
por los agujeros de sus capotes entra y sale la muerte,
sus lenguas están ácidas como el amargo fruto del
ciprés;
sus perros se murieron envueltos en sus sombras
y la lluvia golpea en sus huesos.

Fuman boñigas arriba en las guaridas, convertidos en
piedra y por la noche
vigilan el rabioso mar donde se ha hundido
el mástil roto de la luna.
Se ha terminado el pan, las balas se acabaron,
ahora cargan sus viejas armas, solo con sus corazones.

Tantos años sitiados por tierra y mar,
todos tienen hambre, todos perecen y nadie muere -
arriba, en las guaridas, sus ojos centellean,
una gran bandera, un gran fuego rojo,
y, cada amanecer, millares de palomas vuelan desde
sus manos
hacia las cuatro puertas del horizonte.

V

Se sentaron al mediodía bajo los olivos
cribando con sus gruesos dedos la luz del mediodía,
se quitaron las cartucheras y pensaron cuánto esfuerzo
costó el sendero de la noche,
cuánta amargura hubo en los nudos de la malva
silvestre,
cuánto coraje en los ojos del niño descalzo
que llevaba la bandera.

Sólo una última golondrina se demoró en el campo,
como si se hubiera olvidado del tiempo.
Oscilaba en el aire como una cinta negra
en la solapa del otoño.
No quedó más. Solo seguían humeando
las casas quemadas.

(...)

Yannis Ritsos
Grecidad


Untitled, 2001. Jannis Kounellis


El loco

El carro, parado frente al mar,
cargado de seis barriles de hierro, rojos,
y otro más de un estupendo verde.
El caballo
pacía en el prado. El cochero
bebía en la taberna.

El loco de la isla
se detuvo en el muelle, y gritó:
"¡­Con este verde os venceré!"
Y señaló el último barril, sin tener ni idea
de su contenido o de quién fuera.

Yannis Ritsos