7.6.20

Ronda de noche, 1642. Rembrandt


Un acuerdo disgregándose, ahí está, de manera evidente, la explicación de la Ronda de noche. Toda la composición de delante atrás está hecha sobre el principio de un movimiento cada vez más acelerado, como un talud de arena que se derrumba. los dos personajes de delante están en marcha, los de la segunda línea han puesto ya el pie delante, los del fondo no hacen más que calcular con la mirada el camino a recorrer del cual el filósofo lateral indica la dirección con la mano, pero, como los granos más ligeros que se separan, a la derecha el crío con el frasco de pólvora y el perrito de la izquierda, ya se han puesto al galope. La pica en la mano del capitán solar juega el mismo papel que antes el vino en el vaso (representa la fuerza de oscilación) y la cáscara de limón, está sirve, por así decir, de balancín y regulador latente a esos movimientos que anima el conjunto. los tres arcabuceros rojos de la segunda línea, uno que carga su arma, otro como agazapado y emboscado detrás de su jefe es el estremecimiento por una aventura en la cual se ve claramente que reporta riesgos. ¿Pero cómo resistir a la imaginación, a esa hada luminosa, a esa penetrante mensajera del más allá, que lleva en el cinturón, como credencial, una paloma? Y ya delante de ella, su acólito disfrazado se está abriendo un pasillo hacia el interior a través del grupo de aventura en el cual, por encima de él, un relumbrante gentilhombre, color de mar, enarbola fieramente la bandera a rayas rojas y negras. Pero, en el fondo, surgiendo entre fuertes arquitecturas de un sombrío porche, la retaguardia inmóvil, por encima de la cabeza de compañeros que gradualmente dieron un paso adelante, examina y mide el porvenir: ¡es sin duda para tocarlo cuanto antes para lo que se han equipado con esas largas picas! Vemos brillar los cascos, una gorguera, una banda, un peto de seda. Hasta este alto sombrero en la cabeza de un personaje anodino parece un faro, una torre de observación. Pronto los espectadores, se presiente que se van a transformar en actores, están preparados, el tambor resuena, pues esta página artificial de los más sombríos laboratorios del sueño está, sin embargo, llena de un extraño ruido mudo: el tambor, el ladrido del perrito, esa palabra en el labio florido del capitán Cock, esa conversación de miradas entre los testigos de la derecha, ese disparo y el que, futuro, el arcabucero de la izquierda aprieta precavidamente el fondo de su arma. ¡Se van!

Paul Claudel
El ojo oye