18.10.20

 

Dibujo en una carta de Vincent Van Gogh



La escritura, la tierra


Primero tuvo el cometido de contabilizar, la perentoriedad de anotar las gavillas, el número de sacas de grano y los carros que descargaban, en el que era el principal patio del templo, el sésamo, el lino y los dátiles. Esta tarea de cómputo implicó la primera función de la escritura. El protocuneiforme sumerio responde a esta exigencia, y a otra no menos significativa: calcular el tiempo de trabajo en el laboreo. (...) El vínculo entre el inicio de la Historia y la aparición de lo escrito es la determinación de un recuento.

Cuando aquella alianza entre la contabilidad y los signos se hizo común, los poetas, afianzados ya en la acedia, trasladaron ya a la arcilla las teogonías y las cosmogonías, el asolamiento del diluvio, las gestas e infortunios de Gilgames, la valentía de Ninurta. Los trazos cuneiformes intervinieron en la descripción de esa fractura entre el cielo y la tierra, fueron un testimonio privilegiado, a la vez que un precedente, de esta escisión. (...) Por eso, de un modo u otro, la necesidad de escribir puede concebirse como un lejano deseo de establecer lo real y prevenir el devenir. 

Ahora o hace milenios, quien empieza o empezó a imprimir su voluntad en la escritura, instigado por este impulso de narrar y fijar los sucesos, precisa de un horizonte mental y físico, de una perspectiva que sugiera un espacio, de un territorio que obre su potencia entre el mundo y quien lo contempla. Escribir es un modo de abarcar, de cubrir caminos que existen en la mente. (...)

Pensar la escritura es hacer pie en el surco donde germinamos, en la tierra donde se fragua un empeño. Dada nuestra condición de seres añorantes, permanecemos en un lugar mientras soñamos otro; es un principio de lo trágico. Nunca estamos donde estamos. No podemos estarlo porque hemos olvidado la evocación. Y la evocación es llamar, suplicar que algo venga a reconocer nuestro emplazamiento y lo que desconocemos de nosotros.

(...) Un recinto, un cerco, una página constriñen. De ahí lo contradictorio de la literatura, que quiere hacer de la mesa, del escritorio, una llanura ilimitada. Necesitamos circunscribir, constatar, ver. Para los antiguos, la escena de la revelación, su espacio físico -las cuevas, los templos, los oráculos-, consistía en un área delimitada por el alcance de la voz, casi siempre oculta. Donde moría el eco, empezaba la búsqueda de la verdad anunciada. la invención de los primeros símbolos y letras, al menos en sus inicios, no resultó tan determinante para la inteligibilidad de la existencia como lo fuera el sustrato de un mundo oral, el sonido que procedía de los antiguos saberes. Los dioses, el destino, los designios de lo desconocido alcanzaban su más acabada dimensión en la sonoridad. La memoria, en cierto modo, es una reverberación.

Cuando el sentido de "conciencia individual" rompió toda relación de fuerzas con la realidad, a medida que avnazaba la empresa destinada a la constitución de biografías y su construcción y proyección hacia no sabemos qué -camino de la consolidación del carácter propio de aquellos "hombres estrictamente personales, duros en sí" de los que hablaba Nietzsche-, el acotar los márgenes de lo real devino un hecho decisivo. De ahí que hayamos aprendido a hacer accesibles en un pequeño espacio, ya fuera una página o una pantalla de escasas pulgadas, ya fuere con un gramaje de ochenta o en más de un millón de píxeles, el pasado, la revelación y el devenir.

(...) El anhelo de Leibniz y su infinita red de páginas y estantes que se despliegan en un saber que nunca culmina, porque su límite siempre da comienzo a otra forma de conocimiento, es la aceptación, no el sueño, de que la mente es múltiple y de que su origen no está del todo inscrito en el orden temporal de la razón. Una biblioteca, lo mismo que la ciudad de la que se habla en la Monadología, contemplada desde diferentes lugares, parece diferente y "se multiplica según las perspectivas"; y lo propio ocurre "con la multitud infinita de sustancias simples", pese a tratarse de un mismo universo. Así acontece en las páginas, así en los campos de labranza.



Inscripción de las leyes de Gortina, Creta, según la disposición de boustrophedón, siglo V a.C.



(...) Es sugerente que los griegos de la Antigüedad llamaran boustrophedón (bustrofedón) a la escritura cuyas líneas discurrían, alternativamente, de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, tal como sucedía en la tarea de arar los campos. de hecho, boustrophedón significa, literalmente, "al modo en que gira un buey", "el girar de un buey", una expresión descriptiva de la maniobra con la que se emprendía la vuelta de 180 grados de las yuntas una vez se llegaba al límite del cultivo. Esto equivale, en los términos alegóricos con que ahora hablamos, y para entendernos, a roturar la memria, a removerla como se hace con la tierra, a sembrar el saber, conseguir de los surcos un terreno de experiencia y regresar de nuevo al origen para reencontrarnos. La memoria es la facultad que permite escribir, y escribir es pensar en lo pensado.

(...) Las alegorías que asocian la escritura y la lectura con lo agrario, los símbolos que corroboran nuestra condición de tierra pensante, son tan lejanos como reveladores y comunes.

(...) Entender que todo cuentacon su verso y su reverso. Versus, "verso".

(...) El arado tiene unahoja, y ella escribe y vaticina la suerte que correrá la siembra. Sobre la esteva se calcula utópicamente una ganancia sin fin. Esto significa un arar inspirado en lo alto, hacia ningún paraje, hacia el cielo. por esta causa, escribir también puede significar la pérdida del lugar, entregarlo a la evanescencia, salirse delsurco por no haber atendido un buen trazado. Delirar.

(...) El horizonte también es la representación de esta misma condena cuando, de manera obsesiva, se aspira a su línea, que creemos final. Aspiramos a rebasarlo, a rebasar el deseo de rebasarlo, y nunca nos es posible franquearlo porque aparece después otro horizonte, y otro y otro, un sinfín de planos que hacen de la mirada una ansiedad. Las llanuras abieras en el cine-horizonte de Andréi Tarkovski, la línea horizonte de Barnett Newman, o aquella planicie húmeda que Gerhard Richter recordó en su visión de Hubbelrath son pliegues de esta insaciabilidad melancólica que creemos, de modo paradójico, como horizonte nuestro.

(...) La acomodación del saber en un espacio físico, no importa si sobre un plano de papel de 14 x 23 o en una insondable estepa digital, ha condicionado la forma de conocimiento. (...) Si Gilles Deleuze y Féliz Guattari advirtieron en Mil mesetas que los dioses de Oriente esparcen, mientras que el Dios occidental horada la tierra para depositar la semilla, es porque el de aquellos es un pensamiento no jerarquizado, no interrumpido por separaciones, sino diseminado, echado al aire. Sus plantas ideales son rizomas, porque descentralizan y tienden a la multiplicidad y lo imprevisible. Cuanto más fragmentarios, más cerca de la totalidad. Afirmaron, con la más despierta intuición, que en los libros hay movimientos geológicos, estratos, territorialidades.

(...) Somos una lectura del mundo, es decir, una forma de leer, pero también, de ser leídos.

(...) La conjunción de conceptos como "espacio", "escritura", "pensamiento", en principio un tanto abstractos, hace que guarden entre sí un vínculo mucho más estrecho de lo que en un principio cabe suponer. Porque, podemos preguntarnos, ¿qué es un lugar?: ¿una porción espacial?, ¿lo que ocupa el ser?, ¿un supuesto físico?, ¿una confluencia de direcciones? ¿Por qué decía Pascal que, aun sin movernos de un mismo sitio, nos perdemos?

(...) ¿Qué significa pensar?, Heidegger dirá que "mientras creamos que es la lógica lo que nos instruye sobre lo que es el pensamiento, seremos incapaces de pensar en qué sentido todo poetizar en el recuerdo". 

(...) Uno es apátrida cuando en verdad se aleja del querer estar fijado, del ocupar. Entonces se regresa al principio del principio, a la mítica azada sumeria, a los bueyes prestos a dar la vuelta, a un escribir y un leer originarios desde donde interpretar aquello que hemos confundido con la realidad, la cual obedece tan sólo a una fragmentación de lo real. Aprender que elzigzag. como quería Brodsky, es la sucesión de ángulos variables que van roturando la existencia y su reverso.


Ramón Andrés

Pensar y no caer