Venus recreándose con el Amor y la Música, 1955. Tiziano
Agreguemos aquí una imagen, apenas comentada: Tiziano ha pintado esta Venus a la escucha de un organista. Como es evidente -se deja ver con toda claridad-, el músico posa sobre la mujer una mirada sensual. Pero, ¿ese vientre que él mira no es acaso el lugar donde va a resonar su música? ¿Y no está él, asimismo, a la escucha de la resonancia de un instrumento? En esa repercusión, el adentro y el afuera se abren uno a otro. El fondo de la escena no es el de una habitación, sino un parque cuyos árboles prolongan los tubos del órgano en una perspectiva que vuelve hacia nosotros como una gran cámara de resonancia. El oído abre camino al vientre e incluso lo abre, y el ojo resuena aquí: la imagen aleja su propia visibilidad hacia el fondo de su perspectiva, en la lejanía de la que la música vuelve resonando con el deseo, para no cesar, con él, de hacer resonar sus armónicos.
Desde muy lejos, en las artes y en el tiempo, la música de Wagner dará respuesta a ese cuadro, en el momento en que Tristán, al oír la voz de Isolda, exclame: "¿Cómo, oigo la luz?", antes de morir frente a aquella que apenas va a sobrevivirlo durante el instante de reunirse con él en el canto de la muerte que "sólo ella oye", en el hálito del muerto que se convierte en "la melodía que resuena" y que se mezclará y se resolverá en "la masa de las olas, el trueno de los ruidos, el Todo que respira el aliento del mundo".
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El sonido, esencialmente, proviene y se dilata o se difiere y se transfiere. Su presente, por lo tanto, no es tampoco el instante del tiempo filosófico-científico, el punto de dimensión cero, la estricta negatividad en la que siempre consistió ese tiempo matemático. Pero el tiempo sonoro aparece, de entrada, de acuerdo con una dimensión muy distinta, que tampoco es la de la simple sucesión (corolario del instante negativo). Es un presente como ola en una marea, y no como punto sobre una línea; es un tiempo que se abre, se ahonda y se ensancha o se ramifica, que envuelve y separa, que pone o se pone en bucle, que se estira o se contrae, etcétera.
El presente sonoro tiene que ver desde el inicio con un espacio tiempo: se difunde en el espacio o, mejor, abre un espacio que es el suyo, el espaciamiento mismo de su resonancia, su dilatación y su reverberación. Ese espacio es, en sí mismo, omnidimensional y transversal a todos los espacios desde el principio: siempre se ha señalado la expansión del sonido a través de los obstáculos, su propiedad de penetración y ubicuidad.
El sonido no tiene una cara oculta, es todo delante detrás y afuera adentro, un sentido patas arriba con respecto a la lógica más general de la presencia como aparecer, como fenomenalidad o como manifestación y, por lo tanto, como cara visible de una presencia subsistente en sí. En él vacila algo del esquema teórico e intencional construido de acuerdo con la óptica. Escuchar es ingresar a la espacialidad que, al mismo tiempo, me penetra: pues ella se abre en mí tanto como en torno a mí, y desde mí tanto como hacia mí: me abre en mí tanto como afuera, y en virtud de esa doble, cuádruple o séxtuple apertura, un "sí mismo" puede tener lugar. Estar a la escucha es estar al mismo tiempo afuera y adentro, estar abierto desde afuera y desde adentro, y por consiguiente, de una a otro y de uno en otro. La escucha consistiría así la singularidad sensible que expresa en el modo más ostensivo la condición sensible o sensitiva (aistética) como tal: la participación de un adentro/afuera, división y participación, desconexión y contagio. "Aquí, el tiempo se hace espacio", hace cantar Wagner a uno de los personajes de Parsifal.
Jean-Luc Nancy
A la escucha
Después de todo, ¿acaso el cuerpo del bailarín no es justamente un cuerpo dilatado según todo un espacio que le es interior y exterior a la vez?
After all, isn’t the dancer’s body precisely an extended body, a space that is interior and exterior at the same time?
Michael Foucault

