15.1.24

Internal Object in Three Parts, 2013-2015. Anish Kapoor




Cuerpo es una certidumbre confundida, hecha astillas. Nada más propio, nada más ajeno a nuestro propio mundo.


La angustia, el deseo de ver, de tocar y comer el cuerpo de Dios, de ser ese cuerpo y de no ser sino eso constituyen el principio de (sin) razón de Occidente. Por esto, el cuerpo, cuerpo, jamás tuvo ahí lugar, y menos que nunca cuando ahí se lo nombre y se lo convoca. El cuerpo para nosotros es siempre sacrificado: hostia.


¿Quién más en el mundo conoce algo como “el cuerpo”? Es el producto más tardio, el más largamente decantado, refinado, desmontado y vuelto a montar de nuestra vieja cultura. Si Occidente es una caída, como pretende su nombre, el cuerpo es el último peso, la punta extrema del peso que se vuelca en esta caída. El cuerpo es la gravedad. Las leyes de la gravitación conciernen a los cuerpos en el espacio. Pero ante todo el cuerpo pesa en sí mismo: en sí mismo ha descendido bajo la ley de esta gravedad propia que lo ha empujado hasta el punto en que se confunde con su carga. Es decir, con su espesor de muro de prisión, o con su masa de tierra amontonada en la tumba, o bien con la pringosa rigidez de ropa usada, y para acabar, con su peso específico de agua y de hueso - pero siempre, ante todo, a cargo de su caída, venido del éter, caballo negro, bestia de carga.


¿No nos habremos inventado el cielo con el solo fin de hacer que los cuerpos decaigan?


“El cuerpo” es nuestra angustia puesta al desnudo.


Nosotros no hemos desnudado el cuerpo: lo hemos inventado, y él es la desnudez, y no hay otra, y lo que ella es, es ser más extraña que todos los extraños cuerpos extraños.


Que se escriba, no del cuerpo, sino el cuerpo mismo. no la corporeidad, sino el cuerpo. no los signos, las imágenes, las cifras del cuerpo, sino solamente el cuerpo. Eso fue, y sin duda ya no lo es, un programa de la modernidad.


El cuerpo ocupa el límite, el extremo: nos viene de lo más lejos, el horizonte es su multitud que viene.

Escribir: tocar el extremo. ¿Cómo entonces tocar el cuerpo, en lugar de significarlo o de hacerlo significar? no está tentado de responder con prisa que o bien eso es imposible, que el cuerpo es lo ininscriptible, o bien que se trata de remedar o de amoldar el cuerpo a la misma escritura (bailar, sangrar...). Respuestas sin duda inevitables - sin embargo, rápidas, convencidas, insuficientes: una y otra hablan en el fondo de significar el cuerpo, directa o indirectamente, como ausencia o como presencia. Escribir no es significar. Se ha preguntado: ¿cómo tocar el cuerpo? Puede que no sea posible responder a este “cómo”, como si de una pregunta técnica se tratara. Pero lo que hay que decir es que eso -tocar el cuerpo, tocarlo, tocar en fin- ocurre todo el tiempo en la escritura.


El texto mismo abandonado, dejado sobre su límite. No es una “caída”, eso ya no tiene ni alto ni bajo, el cuerpo no está caído, sino completamente al límite, en el borde externo, extremo y sin que nada haga de cierre. Yo diría: el anillo de las circuncisiones ha roto. No hay más que una línea in-finita, el trazo de la misma escritura excrita, que proseguirá infinitamente quebrada, repartida a través de la multitud de los cuerpos, línea divisoria de todos los lugares: puntos de tangencia, toques, intersecciones, dislocaciones.

Ignoramos qué “escrituras” o qué “excripciones” se preparan a venir de tales lugares. Qué diagramas, qué retículas, qué injertos topológicos, qué geografías de multitudes.


Los cuerpos no son de lo “pleno”, del espacio lleno (el espacio está por doquier lleno): son el espacio abierto, es decir, el espacio en un sentido propiamente espacioso más que espacial, o lo que se puede todavía llamar el lugar. Los cuerpos son lugares de existencia, (...). El cuerpo-lugar no es ni lleno, ni vacío, no tiene ni fuera, ni dentro, como tampoco tiene partes, totalidad, funciones, o finalidad.


Cuerpo como una punta de hueso, como un guijarro, un tono grave, una pedrada que cae del cielo.

Algo llama, pues, al fragmento, aquí más que en cualquier otra parte. De hecho, la fragmentación de la escritura, desde que tiene lugar y ahí donde tiene lugar (ya sea siempre y por todas partes o bien bajo la exigencia de un “género”), responde a una instancia repetida de los cuerpos en -contra- la escritura. Una intersección, una interrupción, esta fractura de todo lenguaje donde el lenguaje toca el sentido.


El cuerpo expone la fractura de sentido que la existencia constituye, sencilla y absolutamente.

Por ello no se le dirá ni anterior, ni posterior, ni exterior, ni interior al orden significante - sino al límite. (...)

El cuerpo no es ni “significante” ni “significado”. Es expositor/expuesto: ausgedehnt, extensión de la fractura de la existencia. Extensión del ahí, del lugar de fractura por donde eso puede venir del mundo. Extensión móvil, espaciamientos, separaciones geológicas y cosmológicas, derivas, suturas y fracturas de los archi-continentes del sentido, de las placas tectónicas inmemoriales que se agitan debajo de nuestros pies, debajo de nuestra historia. El cuerpo es la arqui-tectónica del sentido.


Cuando los cuerpos no están en el espacio, sino el espacio en los cuerpos, entonces hay espaciamiento, tensión del lugar.


Repartición, partición, partida.


Del “yo mismo” no hay extensión: desde que yo es extendido, queda también entregado a los otros. O bien, lo extendido que yo soy, lo soy al haberme atrincherado, sustraído, suprimido y ob-jetado.)

Un cuerpo siempre es ob-jetado desde fuera, a “mí” o al prójimo. Los cuerpos son primeramente y siempre otros - al igual que los otros son primeramente y siempre cuerpos. Yo siempre ignoraré mi cuerpo, me ignoraré siempre como un cuerpo justo ahí mismo donde “corpus ego” es una certidumbre sin reservas. A los otros, por el contrario, los conoceré siempre en tanto que cuerpos. Otro es un cuerpo porque sólo un cuerpo es otro. (...)

Y así hasta el punto en que se vuelve claro que “otro”, “prójimo” no son siquiera las palabras justas, sino solamente “cuerpos”. El mundo en el cual yo nazco, muero, existo, no es el mundo “de los otros”, puesto que igualmente es el “mío”. Es el mundo de los cuerpos. El mundo de fuera. El mundo de los afueras. El mundo manga por hombro, patas arriba. El mundo de la contraposición. El mundo del desencuentro. Un desencuentro inmenso, interminable: cada cuerpo, cada masa extraída como muestra de un cuerpo es inmensa, es decir sin medida, infinita en recorrer, en tocar, sopesar, mirar, en dejarse colocar, radiar, inyectar, en dejarse pesar, en sostener, en resistir, en sostener como se sostiene un peso o una mirada, como la mirada de un peso.


Es preciso declararlo: toda la “filosofía de la naturaleza” está por rehacer, si la “naturaleza” debe ser pensada como la exposición de los cuerpos.


En el pensamiento del cuerpo, el cuerpo fuerza al pensamiento a ir siempre más lejos, siempre demasiado lejos: demasiado lejos para que aún sea pensamiento, pero nunca lo bastante lejos para que sea cuerpo.

De ahí que no tenga sentido hablar de cuerpo y de pensamiento separadamente uno del otro, como si pudiesen ser subsistentes cada uno por sí mismo: no son otra cosa que su tocarse uno a otro, el tacto de la fractura de uno por otr, de uno en otro. Ese toque es el límite, el espaciamiento de la existencia.


Sin embargo, sigue siendo verdad que algo se consuma también: puesto que sigue siendo verdad que la caverna de Platón es ya la única y exclusiva “localidad” -o “dis-locación”- del mundo que presenta el Occidente naciente. Nosotros no podemos dejar de pensar, dejar de experimentar, que estamos destinados al lugar. Y sin embargo, tampoco podemos ignorar que la historia que viene, en tanto que viene desbaratada, desafía los destinos y los fines. En tanto que viene, espacia también. Tendremos que pensar el espaciamiento del tiempo, es decir el tiempo como cuerpo...)


Ver un cuerpo no es precisamente captarlo en una visión: la vista misma ahí se relaja, ahí se espacia, no abarca la totalidad de aspectos. El “aspecto” mismo es un fragmento del trazado areal, la vista es fragmentaria, fractal, con eclipses. Por lo demás, es un cuerpo el que ve otro cuerpo...


Todo el asunto está ahí: un cuerpo corresponde a la extensión. un cuerpo corresponde a la exposición. No sólo que un cuerpo es expuesto, sino que un cuerpo consiste en exponerse.


El cuerpo es la unidad de un ser fuera de sí. Aquí abandono la palabra dualismo y tampoco digo que es la unidad de una dualidad. El recurso provocador de la palabra dualismo sólo dura un segundo. Se trata enseguida de pensar más bien la unidad del ser fuera de sí, la unidad del volver a sí como un “sentirse”, un “tocarse” que necesariamente pasa por el exterior - lo que hace que yo no pueda sentirme sin notar al otro y sin ser notado por el otro. Se trata de pensar la unidad de lo que yo llamaba hace un momento articulación, la unidad como una forma que es inevitablemente una articulación. Entonces lo que se llama alma (y se puede tal vez intentar desprenderse de este nombre a pesar de todo muy pesado), esto es lo que precisamente constituye este ser fuera, no este ser en el exterior, sino este ser fuera sin dentro que constituye todo el dentro - o todo el ser consigo mismo. El alma es la extensión o lo extendido del cuerpo. (...) Esta intencionalidad hay que sustituirla por la intensividad, la extensión en el sentido de la tensión del afuera como tal.

Un cuerpo es por tanto una tensión.


Voy a concluir con algunas palabras para tratar de reunir los resultados de este pequeño análisis. Si se ha hablado del alma, si toda nuestra tradición ha hablado del alma, y de diversas maneras, es porque, bien o mal dispuesta, y en parte a pesar de ella misma, ha pensado no en el alma por sí sola, sino en la diferencia del alma y del cuerpo, la diferencia que es el cuerpo en sí, por sí - esta diferencia de la tensión, de la extensión, de cierto tono del afuera. Y lo que ha sido pensado bajo el nombre del alma no era otra cosa que la experiencia del cuerpo. Es simple y está a flor de texto en toda la tradición. ¿Qué es el alma sino la experiencia del cuerpo no como una experiencia entre otras, sino la única experiencia? El todo de la experiencia está ahí, in nuce, en la experiencia del cuerpo - en la experiencia que el cuerpo es. El alma es un nombre para la experiencia que el cuerpo es. Experiri, en latín, es justamente ir al exterior, salir a la aventura, hacer una travesía, si ni siquiera saber si se volverá. Un cuerpo es lo que empuja los límites hasta el extremo, a ciegas, tentado, tocando por lo tanto. ¿Experiencia de qué? Experiencia de “sentirse”, de tocarse a sí mismo. Pero al tocarse a sí mismo es la experiencia de tocar lo que en cierta manera es intocable, ya que el “tocarse” uno mismo no es como tal algo que se toque. El cuerpo es la experiencia de tocar indefinidamente lo intocable, pero en el sentido en que lo intocable no es nada que esté detrás, ni un interior o un adentro, ni una masa, ni un Dios. Lo intocable es que eso toca. (...)

Hay que comprender que al margen de todos los gestos de valorización, de jerarquización, de evaluación que han sido unidos por toda una inmensa tradición a la subordinación del cuerpo, a su sumisión, e incluso a su abyección, al margen de todos los indicios de desvalorización, habría en efecto en el cuerpo como tal, en tanto que “sentirse”, tal estructura de dejar afuera que no se puede hablar del cuerpo sin hablar de él como de otro, otro indefinidamente otro, indefinidamente fuera. Lo que quiere decir que sin rechazarlo, ni ponerlo con el desecho, tampoco se trata de reanimarlo y reincorporarlo como si él fuese el alma. Y esto es lo que yo encuentro muy bien elegido en el título de este coloquio: el peso del cuerpo. No se lo piensa el cuerpo si no se lo piensa como pesado. Y si el cuerpo es pesado, hace falta que pese con todo su peso y dé su plena medida (un peso es una medida), y esta medida es siempre la medida de un afuera, una medida que no se deja reconducir a la medida unitaria del adentro y del interior. El peso del cuerpo, hace falta que eso pese hasta el punto en que se vuelva imposible sublimar ese peso, animarlo, espirituarlizarlo - en una palabra, retirarlo de su afuera. Es ese peso del cuerpo lo que yo quería volver un poco más sensible al hablar, un poco como por una última vez, del alma como la experiencia del cuerpo.




58 INDICIOS SOBRE EL CUERPO


1) El cuerpo es material. Es denso. es impenetrable. Si se lo penetra, se lo disloca, se lo agujerea, se lo desgarra.


2) El cuero es material. Es aparte. Distinto de los demás cuerpos. Un cuerpo empieza y termina contra otro cuerpo. Incluso el vacío es una especie muy sutil de cuerpo.


3) Un cuerpo no está vacío. Está lleno de otros cuerpos, pedazos, órganos, piezas, tejidos, rótulas, anillos, tubos, palancas y fuelles. También está lleno de él mismo: eso es todo lo que él es.


5) Un cuerpo es inmaterial. Es un dibujo, es un contorno, es una idea.


15) El cuerpo es una envoltura: sirve, pues, para contener lo que luego hay que desenvolver. El desenvolvimiento es interminable. El cuerpo finito contiene lo infinito, que no es ni alma, ni espíritu, sino el desenvolvimiento del cuerpo.


16) El cuerpo es una prisión o un dios. No hay término medio. O bien el medio es un picadillo, una anatomía, un despellejado, y nada de eso hace cuerpo. el cuerpo es un cadáver o es glorioso. Lo que comparten el cadáver y el cuerpo de gloria es el radiante esplendor inmóvil: en definitiva, es la estatua. El cuerpo se realiza como estatua.


18) El cuerpo es simplemente un alma. Un alma arrugada, grasa o seca, peluda o callosa, áspera, flexible, crujiente, graciosa, flatulenta, irisada, nacarada, pintarrajeada, cubierta de organdí o camuflada de caqui, multicolor, cubierta de mugre, de llagas, de verrugas. Es un alma como acordeón, como trompeta, como vientre de viola.


20) Los cuerpos son diferencias. Así, pues, son fuerzas. Los espíritus no son fuerzas: son identidades. Un cuerpo es una fuerza diferente de muchas otras. Un hombre contra un árbol, un perro delante de un lagarto. Una ballena y un pulpo. Una montaña y un glaciar. Tú y yo.


27) Los cuerpos se cruzan, se rozan, se apretujan, se abrazan o se tropiezan: tantas señas como se hacen, tantas señales, direcciones, advertencias como ningún sentido definido puede saturar. Los cuerpos convierten el sentido en ultrasentido. Son un sentido de ultranza. Por eso, un cuerpo parece cobrar sentido solamente cuando está muerto, congelado. Y de ahí que interpretemos el cuerpo como tumba del alma. En realidad, el cuerpo no deja de moverse. La muerte congela el movimiento que se relaja y renuncia a moverse. El cuerpo es lo movido del alma.


30) Cuerpo propio: para ser propio, el cuerpo debe ser extraño, y así encontrarse apropiado. El niño mira su mano, su pie, su ombligo. El cuerpo es el intruso que no puede sin fractura penetrar en el punto presente hacia sí que es el espíritu. este último es por lo demás tan puntual y tan ajustado a su ser-hacia.sí-en-sí, que el cuerpo no lo penetra más que exorbitando o exogastrulando su masa como un bulto, como un tumor fuera del espíritu. Tumor maligno del que el espíritu no se recuperará.


36) Corpus: un cuerpo es una colección de piezas, de pedazos, de miembros, de zonas, de estados, de funciones. Cabezas, manos y cartílagos, quemaduras, suavidades, chorros, sueño, digestión, horripilación, excitación, respirar, digerir, reproducirse, recuperarse, saliva, sinovia, torsiones, calambres y lunares. Es una colección de colecciones, corpus corporum, cuya unidad sigue siendo una cuestión para ella misma. Incluso en concepto de cuerpo sin órganos, tiene al menos cien órganos, de los que cada uno se preocupa de sí y desorganiza el todo que ya no consigue totalizarse.


42) El cuerpo es el inconsciente: los gérmenes de los antepasados secuenciados en sus células, y las sales minerales ingeridas, y los moluscos acariciados, los pedazo de madera rotos y los gusanos que se lo zampan cadáver bajo tierra o bien la llama que lo incinera y la ceniza que se deriva de él y lo resume en polvo impalpable, y la gente, plantas y bestias con las que se cruza y se codea, y las leyendas de las nodrizas de antaño y los monumentos recubiertos de líquenes y las enormes turbinas de las industrias que le fabrican aleaciones inauditas con las que se le harán prótesis y los fonemas rudos o silbantes con los que su lengua hace ruido al hablar, ya las leyes grabadas sobre estelas y los secretos deseos de asesinato o de inmortalidad. el cuerpo toca todo con las puntas secretas de sus dedos óseos. Y todo termina por hacer cuerpo, hasta el corpus de polvo que se junta y que baila un baile frenético en el delgado pincel de luz donde se acaba el último día del mundo.


43) ¿Por qué indicios en lugar de caracteres, signos, marcas distintivas? Porque el cuerpo escapa, nunca está asegurado, se deja sospechar pero no identificar. Siempre podría ser sólo parte de otro cuerpo más grande, que se tome por su casa, su coche o su caballo, su asno, su colchón. Podría ser sólo un doble de ese otro cuerpo pequeñito y vaporoso que se llama su alma y que sale de su boca cuando muere. Se dispone solamente de indicaciones, de huellas, de improntas, de vestigios.


46) ¿Por qué indicios? Porque no hay totalidad del cuerpo, no hay unidad sintética. Hay piezas, zonas, fragmentos. Hay un cacho después de otro, un estómago, una ceja, una uña del pulgar, un hombro, un seno, una nariz, un intestino delgado, un canal colédoco, un páncreas: la anatomía es interminable, antes de terminar por tropezar con la enumeración exhaustiva de las células. Pero esto último no constituye una totalidad. Es por el contrario preciso volver a comenzar de inmediato toda la nomenclatura para encontrar, si se puede, la huella del alma impresa sobre cada pedazo. Pero los pedazos, las células, cambian mientras que el recuento enumera en vano.


52) El cuerpo va por espasmos, contracciones y distensiones, pliegues, despliegues, anudamientos y desenlaces, torsiones, sobresaltos, hipos, descargas eléctricas, distensiones, contracciones, estremecimientos, sacudidas, temblores, horripilaciones, erecciones, náuseas, convulsiones. Cuerpo que se eleva, se abisma, se ahueca, se agrieta y se agujerea, se dispersa, se echa, salpica y se pudre o sangra, moja y seca o supura, gruñe, gime, agoniza, cruje y suspira.


54) El cuerpo, la piel: todo lo demás es literatura anatómica, fisiológica y médica. Músculos, tendones, nervios y huesos, humores, glándulas y órganos son ficciones cognitivas. Son formalismos funcionalistas. Pero la verdad es la piel. Está en la piel, hace piel: auténtica extensión expuesta, completamente orientada hacia el afuera hacia el mismo tiempo que envoltorio del adentro, del saco lleno de borborigmos y de olor a humedad. La piel toca y se hace tocar. La piel acaricia y halaga, se lastima, se despelleja, se rasca. Es irritable y excitable. Toma el sol, el frío y el calor, el  viento, la lluvia, inscribe marcas del adentro -arrugas, granos, verrugas, excoriaciones- y marcas del afuera, a veces las mismas o incluso grietas, cicatrices, quemaduras, cortes.


57) Cuerpo tocado, tocante, frágil, vulnerable, siempre cambiante, huidizo, inasible, evanescente ante la caricia o el golpe, cuerpo sin corteza, pobre piel tendida en una caverna donde flota nuestra sombra...



Jean-Luc Nancy

Corpus