Anotaciones de César Barrio sobre La familia de saltimbanquis de Pablo Picasso.
13. 1. 12
La mano izquierda del niño. Esa mano cerrada en el centro de la composición. Todas las demás manos que aparecen en el cuadro son etéreas, son como palomas creando su bandada de ritmos en medio de toda la levedad del paisaje. Símbolos del vuelo ascendente del acróbata, encarnación del cielo y sus nubes. Y cada una distinta, a modo de un catálogo de gestos posibles. Y en su seno un círculo perfecto de vacío, y en su centro esa mano cerrada como ancla, como excavada en medio de la tierra estéril, equidistante de la línea del horizonte y nuestro punto más próximo. Todo gira en la imagen alrededor de algo que se nos oculta, del misterio que guarda ese puño. Y todo en el cuadro viene generado por esos opuestos, levedad de la superficie de los cuerpos y del paisaje - peso de la mano, vuelo aire - caverna tierra, exterior e interior. Picasso incluso se recrea, algo muy común en él, en enmarcarnos la imagen dentro de la imagen, ese juego tan suyo. Utiliza la cesta de la niña y el cántaro de la mujer, dos huecos abiertos, dos vacíos, a modo de dos perforaciones en la tierra, como símbolos de dos estaciones entre los que se encuentra detenida la mano del niño que queda rodeada de tiempo. Lo importante que realmente creo es lo que hace que funcione ese diálogo de ensoñación ascendente - descendente es la contradicción en los lenguajes empleados. El cambiarlos de lugar. La levedad se nos es transmitida a través del peso y al revés, el peso en función del aire. En las superficies en las que se nos habla del vuelo ascendente se encuentra ubicado con toda su multiplicidad todo el peso de los cuerpos, sus pertenencias, otra vez dos y el paisaje, hasta el cielo y sus nubes pesan. Y cuando se nos habla del hueco de la mano del niño, del peso cóncavo, todo se vacía y se llena de nada.
Esto me recuerda la colocación del ladrillo en las fachadas de una casa de Alejandro de la Sota en la calle Doctor Arce, en Madrid. Lo lógico hubiera sido tratar las zonas convexas de superficie casi planas con el ladrillo siguiendo esa misma pauta y las zonas cóncavas de la misma con esa vibración como de mimbre que crea la sombra de los ladrillos. Lo lógico partiendo de que la superficie cóncava es de donde surge el giro del movimiento curvo de fachada. Alejandro de la Sota eligió la solución contraria a esta. De la levedad de la curva nos habla con el peso del material casi sin sombra y a la fachaba plana la aligera de peso con la vibración que produce la sombra del ladrillo. Nos habla de lo estático mediante el movimiento de la vibración de la luz y de lo dinámico mediante la quietud de la misma, quedando su ritmo ralentizado. Invierte la distribución de los pesos. El uso de lenguajes opuestos, cambiando el significado a su sentido contrario, llega a la expresión del muro como piel, hace desaparecer el peso del muro.