11.10.12
Fotograma de Andrei Rublev, 1966. Andrei Tarkovsky
La estructura de esta dis-localidad, quizás ontológica, de la pintura, no es fácil de ver. Ya he hablado de destello, de lienzo, de detalle. Ahora tenemos que concretar. Partamos de lo siguiente: hemos soñado con una pintura sin sobras. Hemos soñado, a propósito de la pintura, con una perfección. Perfeccionar la pintura, hacerla llegar hasta el final, eso puede significar en principio algo así como su subsunción en el ideal: pintura adecuada a su idea, a su proyecto, a su dispositivo, incluso a su algoritmo. Ésta sería una perfección, digamos, platónica o, incluso, pitagórica. Pero fue otra, no menos mítica, ovidiana ésta, podriamos decir, y que imaginaba la perfección de la pintura como el acontecimiento de su metamorfosis: como si se le exigiera convertirse en lo que representa, perfeccionarse en cuerpos. Estos dos fantasmas, que no podemos subestimar por su irrealidad, incluso su ingenuidad, y que no podemos contentarnos con refutarlos, hasta tal punto que es notable su pregnancia histórica, estos dos fantasmas, la pintura levanta acta de ellos y los convierte, por decirlo así, en su destello. Es decir, la gloria y el desmembramiento. Porque el ideal, matemático o metafórico, en cada cuadro concreto se estrella y se rompe. El destello aludiría a lo que sobra, lo que queda, sobre el cuadro, de un fantasma en tanto fracaso. El destello sería el acontecimiento pictórico de una ruptura de la pintura ideal. Sin duda se produce esencialmente en los equívocos y las indecisiones entre espacio óptico y espacio háptico. Su efecto puede ser doble. Puede ser, en primer lugar, el efecto de lienzo: un casi-trauma, que adelanta lo figural como inidentificable; éste es un efecto de violencia delusiva (lo contrario de un trampantojo); es el destello en calidad de sinsentido; alude a algo así como a la sorpresa de un eso no es, un eso no es posible; es un efecto de desastre en el orden de lo visible. Pero el destello puede tener lugar también, secundariamente, como efecto de detalle: una casi-alucinación, con el efecto de "realidad" que le es propio, y que adelanta lo figurativo como una hiper-identidad, una identidad o una singularidad de intrusión; éste es un efecto de violencia ilusionista; éste es un destello en cuanto a detalle realista; alude a la sorpresa de un eso es; es un efecto de descubrimiento, de encuentro o de reencuentro en el orden de lo visible. Una distinción semejante (el destello como lienzo, el destello como detalle) me parece aquí necesaria para aprehender la complejidad, la equivocidad del estatus figural del fragmento, en pintura. Porque ese estatus no tiene nada de evidente. Está sometido a la dialéctica, mediante sus efectos divergentes de intersticio y de pantalla, de lapsus y de estilo, de insignificancia y de caracterización de un sujeto, en fin de oscuridad y de evidencia "realista".
Georges Didi-Huberman
La pintura encarnada