Ventilador aerodinámico de cincuenta y siete redes de humo, 1901. Étienne-Jules Marey
Lo visible alrededor nuestro parece descansar en sí mismo. Es como si nuestra visión se formara en su centro o como si hubiera entre él y nosotros una intimidad tan estrecha como la del mar y la playa. Y, sin embargo, no es posible que nos fundamos en él, ni que él pase a nosotros, porque entonces la visión se desvanecería en el momento mismo de hacerse, por desaparición del vidente o de lo visible. Lo que hay, pues, no son cosas idénticas a sí mismas que, porteriormente, se ofrecerían al vidente, vacío primero, que posteriormente se abriría a ellas, sino algo a lo que sólo podemos aproximarnos más palpándolo con la mirada, cosas que no podemos soñar con ver "totalmente desnudas", porque la misma mirada las envuelve, las viste con su carne. ¿De dónde viene que, al hacerlo, las deje en su lugar, que la visión que tomamos de ellas nos parezca venir de ellas, y que ser visto no sea para ellas una degradación de su ser inminente? ¿Cuál es ese talismán del color, esa virtud singular de lo visible, por la cual, mantenido en la punta de la mirada, es sin embargo mucho más que un correlato de mi visión, es él quien me la impone como una consecuencia de su existencia soberana? ¿De dónde viene que, envolviendo las cosas visibles, mi mirada no las oculte, y, finalmente, que velándolas las desvele?
Hay que comprender primeramente que ese rojo ante mis ojos no es, como se dice siempre, un quale, una película de ser sin consistencia. (...) Claudel dice aproximadamente que cierto azul del mar es tan azul que sólo la sangre es más roja. Por otra parte, el color es variante en otra dimensión de variación, la de sus relaciones con el entorno: ese rojo es lo que es sólo uniéndose desde su lugar con otros rojos a su alrededor, con los que hace constelación; o con otros colores que él denomina o que lo denominan, que él atrae o que lo atraen, que él rechaza o que lo rechazan. En resumen, es cierto nudo en la trama de lo simultáneo y de lo sucesivo. Es una concreción de la visibilidad, no es un átomo. (...) Un rojo determinado es también un fósil traído del fondo de los mundos imagimarios. Si se tomaran en cuenta todas estas participaciones, se vería que un color desnudo, y en general un visible, no es un trozo de ser absolutamente macizo, indivisible, que se ofrece desnudo a una visión que no podría ser sino total o nula, sino más bien una especie de estrecho entre horizontes exteriores y horizontes interiores, siempre abiertos, algo que viene a tocar suavemente y hace resonar a distancia diversas regiones del mundo colorido o visible, cierta diferenciación, una modulación efímera de este mundo, menos cosa o color, pues, que diferenciación netre cosas y colores, cristalización momentánea del ser colorido o de la visibilidad. Entre los colores y los visibles pretendidos, se volvería a encontrar el tejido que los acompaña, los sostiene, los alimenta, y que, por su parte, no es cosa, sino posibilidad, latencia y carne de las cosas. (...) Tenemos que rechazar los prejuicios seculares que ponen el cuerpo en el mundo y el vidente en el cuerpo, o, inversamente, el mundo y el cuerpo en el vidente, como en una caja. ¿Dónde poner el límite entre el cuerpo y el mundo, puesto que el mundo es carne? ¿Dónde poner al vidente en el cuerpo, puesto que, evidentemente, en el cuerpo sólo hay "tinieblas atestadas de órganos", es decir, nuevamente algo visible? El mundo visto no está "dentro" de mi cuerpo, y mi cuerpo no está "dentro" del mundo visible a título determinante: carne aplicada a una carne, el mundo no la rodea ni está rodeado por ella. Participación y vinculación con lo visible, la visión no lo envuelve ni es envuelta por él definitivamente. La película superficial de lo visible sólo es para mi visión y para mi cuerpo. Pero la profundidad bajo esa superficie contiene mi cuerpo y por ende mi visión. Mi cuerpo como cosa visible está contenido en el gran espectáculo. Pero mi cuerpo vidente sustenta ese cuerpo visible, y todos los visibles con él. Hay inserción recíproca y entrelazamiento de uno en el otro. O más bien, si debemos renunciar una vez más al pensamiento por planos y perspectivas, hay dos círculos, o dos torbellinos, o dos esferas, concéntricas cuando yo vivo ingenuamente y, cuando me interrogo, débilmente descentradas una respecto a la otra...
Tendremos que preguntarnos qué es exactamente lo que hemos descubierto con esa extraña adherencia del vidente y de lo visible. Hay visión, tacto, cuando un determinado visible, un determinado tangible, se vuelve sobre todo lo visible, todo lo tangible del que forma parte, o cuando súbitamente se encuentra rodeado por él, o cuando, entre él y ellos, y por su intercambio, se forma una Visibilidad, un Tangible en sí, que no pertenecen propiamente ni al cuerpo como hecho ni al mundo como hecho -así como de dos espejos que se enfrentan nacen dos seriesinfinitas de imágenes encastradas que no pertenecen verdaderamente a ninguna de las dos superficies, puesto que cada una es sólo la réplica de la otra, y que hacen por eso una pareja, una pareja más real que cada una de ellas-. De modo que el vidente, atrapado por lo que ve, no ve más que a sí mismo: hay entonces un narcisismo fundamental de toda visión; y, por la misma razón, la visión que él ejerce también la sufre por parte de las cosas. Como lo han expresado muchos pintores, yo me siento mirado por las cosas, mi actividad es idénticamente pasividad -lo cual es el sentido segundo y más profundo del narcisismo: no ver en el afuera, como ven los demás, el controno del cuerpo que uno habita, sino sobre todo ser visto a través de él, existir en él, emigrar a él, ser seducido, captado, alienado por el fantasma, de manera que vidente y visible se remiten el uno al otro, y ya no se sabe quien vé y quién es visto-. Esa Visibilidad, esa generalidad de lo Sensible en sí, ese anonimato innato de Mí-mismo, es lo que llamamos carne hace un momento, y que, bien sabemos, carece en la filosofía tradicional de un término que lo designe. (...) La carne no es materia, no es espíritu, no es substancia. Sería necesario, para designarla, el viejo término de "elemento", en el sentido en que se usaba para hablar del agua, del aire, de la tierra y del fuego, es decir, en el sentido de una cosa general, a medio camino entre el individuo espacio-temporal y la idea. (...)
La carne de la que hablamos es el enroscamiento de lo visible sobre el cuerpo vidente, de lo tangible sobre el cuerpo tocante, que se evidencia especialmente cuando el cuerpo se ve, se toca viendo y tocando las cosas, de manera que, simultáneamente, como tangible, desciende entre ellas, como tocante, las domina todas y extrae de él mismo esa relación, e incluso esa doble relación, por dehiscencia o fisión de una masa. Esa concentración de los visibles alrededor de uno de ellos, o ese estallido hacia las cosas de la masa del cuerpo, que hace que una vibración de mi piel se vuelva lo liso y lo rugoso que yo siga con los ojos los movimientos y los contornos de las cosas, esa relación mágica, ese pacto entre ellas y yo por el que yo les persto mi cuerpo para que ellas inscriban en él y me den su semejanza, ese pliegue, esa cavidad central de lo visible que es mi visión, esas dos hileras en espejo del vidente y de lo visible, del tocante y de lo tocado, forman un sistema bien ligado con el que yo cuento, definen una visión en general y un estilo constante de la visibilidad del que yo no puedo deshacerme, aún cuando tal visión particular se revela ilusoria. (...) La carne (la del mundo o la mía) no es contingencia, caos, sino textura que vuelve en sí. (...)
Mi carne y la del mundo incluyen entonces zonas claras, claridades en torno de las cuales giran sus zonas opacas; y la visibilidad primera, la de los quale y de las cosas, no es sin una visibilidad segunda, la de las líneas de fuerza y la de las dimensiones, la carne masiva no es sin una carne sutil, el cuerpo momentáneo sin un cuerpo glorioso. Cuando Husserl habló del horizonte de las cosas -del horizonte externo de ellas, el que todo el mundo conoce, y de su "horizonte interior", esa tiniebla atiborrada de visibilidad cuya superficie no es más que el límite-, hay que tomar sus términos en todo su rigor, el horizonte no es una colección de cosas tenues o un título de clase, no lo es más que el cielo ni la tierra, ni es una posibilidad lógica de concepción o un sistema de "potencialidad de la conciencia": es un nuevo tipo de ser, un ser de porosidad, de potencialidad o de generalidad, y aquel ante quien se abre el horizonte queda preso de él, englobado. Su cuerpo y las lejanías participan en una misma corporeidad o visibilidad e general, que reina entre ellos y él, incluso más allá del horizonte, más acá de su piel, hasta el fondo del ser. (...)
Así como la negrura secreta de la leche aludida por Valéry sólo es accesible a través de su blancura, la idea de la luz o la idea musical constituyen el doblez inferior de las luces y los sonidos, son su otro lado o su profundidad. Su textura carnal nos presenta la ausencia de toda carne: es una estela mágicamente trazada bajo nuestros ojos por ningún trazador, una especie de hueco, una especie de adentro, de ausencia, una negatividad que no es una nada, por estar limitada muy precisamente a esas cinco notas entre las que se intuye, en esafamilia de sensibles que llamamos luces. No vemos, no oímos las ideas, ni siquiera con el ojo del espíritu o con el tercer oído: y sin embargo ahí están, detrás de los sonidos o entre ellos, detrás de las luces o entre ellas, reconocibles por su manera siempre especial, siempre única, de parapetarse tras ellos. "perfectamente distintas las unas de las otras, desiguales entre sí en valor y significación".
Con la primera visión, el primer contacto, el primer placer, hay iniciación, es decir, no posición de un contenido, sino apertura de una dimensión que ya no podrá cerrarse, establecimiento de un nivel al que, de ahora en más, será referida toda nuestra experiencia. La idea es ese nivel, esa dimensión, por ende, no un invisible de hecho, como un objeto oculto detrás de otro, ni tampoco un invisible absoluto que nada tuviera que ver con lo visible, sino lo invisible de este mundo, el que lo habita, lo sostiene y lo hace visible, su posibilidad interior y propia, el Ser de ese siendo.
Maurice Merleau-Ponty
Lo visible y lo invisible
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