Anotaciones en torno a Vicente Pastor.
Los diamantes no se encuentran en tierra negra:
tiene que ser buscados cerca de los volcanes.
Andrey Tarkovski
Andrey Tarkovski
Dentro de todas las absurdas clasificaciones que se realizan
sobre el arte, bien es sabido que lo que se rechaza en un sistema suele ser al
final lo más importante, hay una con la que me interesaría empezar. Si
atendemos a como el artista se coloca frente a lo visible aparecen dos
tipologías genéricas. Una es el artista que tiende a integrarse en la naturaleza.
Su carácter funciona por asimilación. Suelen tener una visión clara que les persigue durante toda su vida y a la cual
acaban llevando a su máximo refinamiento, despojada, desnuda. Su trayectoria
bien podría definirse por una línea recta ascendente. Suelen guardar en su
interior ensoñaciones del aire, el vuelo y del reposo, la tierra. Es fácil
distinguirlos, por poner un ejemplo, en las fotografías suelen aparecer
apoyados en una columna o repitiendo algún ritmo del paisaje, incluso casi
desapareciendo en él. En su superficie tienden a la armonía, a cierto tipo de
lírica, a la pureza. El segundo tipo funciona por contraste, es lo opuesto. Su
naturaleza suele atender a ensoñaciones de agua o de fuego. Su línea de
trayectoria es más parecida a una espiral, en la que todo se refleja. Su
territorio de creación suele ser campo de batalla en el que mezclan siempre
temporalidades distintas. Asumen distintas ideas muchas veces contrarias entre
ellas. Su visión suele ser un laberinto. No es que la visión del primer tipo no
lo sea, pero en estos segundos se vuelve tema central. Se suele encontrar más
en su superficie ese sentimiento dionisiaco de la metamorfosis. Todo viene
generado por ese centro respecto al cual giran y a partir del cual toda su obra
va cambiando. Suelen ser poliédricos. Y suele coincidir que cuando posan para
una foto se colocan atendiendo a ese contraste, como elementos divergentes con
el fondo, como monolitos. Ambas tipologías trabajan con los mismos materiales: la memoria de las cosas, lo
que cambia es donde por su naturaleza, por su sangre, se colocan, donde se
encuentra su mirada.
Pues bien, esta clasificación me ayuda a intentar explicar
algo que intuyo en la obra de Vicente Pastor. Y es su bifocalización respecto
al entorno. Aunque su carácter, tiende a formar parte del primer tipo, aunque
su naturaleza tienda a esa asimilación y su trayectoria admite una visión clara de conjunto, -Algún día el paisaje me atravesará- esta
frase de Pascal Quignard la define muy bien,
todo su proceso de investigación asume el segundo tipo. Digamos que su
trabajo se mueve entre dos aguas. Creo que esa es la raíz de la que parte toda
su trayectoria creativa y que define sus peculiaridades como artista. Que
define su voz.
Otra forma de poder ubicar mejor la obra de este artista sería
acordándonos de la explicación que nos da Gilles Deleuze de las investigaciones
de Bateson sobre el lenguaje de los delfines. Parte de que todos los mamíferos
tenemos dos tipos de lenguaje. Hay un lenguaje convencional, digital, codificado
por combinaciones binarias que surge por similitud y que es el hemisferio
izquierdo del cerebro – el que comanda la parte derecha del cuerpo. Y un
lenguaje analógico, el hemisferio derecho, no-articulado, que está hecho de
cosas no lingüísticas, incluso no sonoras, está hecho de movimiento, de kinesis –como se dice-. Está hecho de
expresiones de las emociones, de datos sonoros inarticulados: las
respiraciones, los gritos. Bateson llega a la conclusión de que el lenguaje de
los delfines, mamíferos que han abandonado la tierra y vuelven al agua, han
evolucionado un lenguaje analógico que no les funciona en este nuevo medio
hacia un código injertado de flujos analógicos, con lo que desaparece esa
dualidad de la que habíamos partido. El descubrimiento como tal es ese proceso
de injertación, algo que a primera vista sería imposible, se opone. Gilles
Deleuze relaciona ese injertar un código binario en un lenguaje analógico con
la pintura abstracta. Vicente Pastor en concreto realiza este tipo de injertos
en todos sus procesos creativos, realice video, performance, pintura o
cualquier otro medio de expresión lo importante siempre es el proceso en sí. Podríamos
muy bien definirlo como un artista delfín.
Como tercera anotación en torno a Vicente Pastor, como
tercera aproximación a su obra, en su conferencia, Juego y teoría del duende, Federico García Lorca nos habla de las
diferencias entre la musa, el ángel y el duende como distintos catalizadores de
arte. Respecto al duende nos dice:
El duende es un poder y no un obrar, es un luchar
y no un pensar. Yo he oído decir a un viejo maestro guitarrista: "El
duende no está en la garganta; el duende sube por dentro desde la planta de los
pies". Es decir, no es cuestión de facultad, sino de verdadero estilo
vivo; es decir, de sangre; es decir, de viejísima cultura, de creación en acto.
Lorca nos habla de ese arte generado por los sonidos negros, un tipo de arte que no
entiende de temporalidad. Esto es lo
primero que habría que entender: Todo
el arte es contemporáneo, todo es nuevo, como dice Bill Viola, y el artista
solo es un catalizador de todo ese peso que vive en el latir de nuestra sangre. Relacionando a Lorca con las
investigaciones de Aby Warburg se llega
a entender que toda la historia del arte pasa a ser expresada por estratos ,
bloques híbridos e imágenes supervivientes enterradas bajo nuestra cultura en
vez de periodos lineales de nacimiento y decadencia. Así surge de nuevo a la
superficie lo más rechazado por la cultura, lo más oscuro, lo más lejano y
enterrado y por ello lo más móvil y lo más pulsional. Es tratar a la historia como si aún
no ha empezado y el hombre sólo registra en sus
anales inciertos simulacros de antihistoria que dice
Juarroz. Es como
dice Nietzche: Como si
la memoria y la sensación fueran el material de las cosas.
Vicente Pastor entiende el arte así. Ese
es para él su sentido, por eso su atracción por todo tipo de proceso de
improvisación, su obsesión por encontrar tras ese juego de las cosas y sus
cambios de sentido ese otro lado. En otras palabras, buscar la catarsis, la
magia, la alquimia en el objeto. Sus composiciones asimétricas para forzar esa
extrañeza de la realidad, su interés por la mitología y antiguos símbolos así
como sus costumbres de visitar el Prado con prismáticos u observar paseando por
una playa lo que ha traído la marea, sacando continuamente los objetos de
contexto. Por eso el dejar cuadros a la intemperie para que los acabe la lluvia
o pintar en una habitación a oscuras. Mantener todo en el mismo plano
perceptivo le es necesario para descubrir ese revés de las cosas, ese darle la
vuelta a la realidad. Encontrar esa seducción que conlleva. Vicente
Pastor pinta como respira. Mientras trabaja piensa como un arqueólogo y actúa como un
salvaje. En definitiva le es necesario mantener ese pulso en el que vida y arte
se confunden para que todo lo desconocido y mágico, el misterio, aparezcan
sorprendidos al fondo del túnel.
Entropía
Cuando la energía es degradada, se debe a
que los átomos asumen un estado más desordenado. Y la entropía es un parámetro
del desorden Por extraño que parezca, se puede crear una medida para el
desorden; es la probabilidad de un estado particular, definido aquí como el
número de formas en que se puede armar a partir de sus átomos
Esta exposición de Vicente Pastor se titula Entropía debido a la fuerte relación que
existe entre el proceso creativo que sigue el artista y el concepto científico
en sí. Cuanto más caos se produce en la obra, cuanta más destrucción, más
densidad se genera en la misma. Ese intercambio de energía irreversible, esa
acumulación de la misma a partir de la falta de equilibrio de la que nos habla
la termodinámica atiende a este paralelismo.
Este catálogo sigue un orden cronológico para
una coherente lectura del mismo. Para Pastor hacer arte es siempre un viaje y las obras que surgen son su
cuaderno de bitácora. Nunca se llega al mismo sitio desde el que se partió. El
conjunto de una serie siempre es algo hermético, una constelación cerrada pero
aún con la independencia en sus piezas se producen resonancias de unas en
otras. Todo el estado vital y el movimiento de sus ideas se pueden descifrar en
toda una simbología que surge, se repliega y se hace referencia como relato. Realizar una serie para Vicente
Pastor implica investigar ese ritmo, esa musicalidad, ese vacío entre notas,
entre momentos, mediante una búsqueda continuada de símbolos. Si atendemos a la
definición de Gilbert Durand: El símbolo
como signo que remite a un significado inefable e invisible, y por eso debe
encarnar concretamente esta adecuación que se le evade, y hacerlo mediante el
juego de las redundancias míticas, rituales, iconográficas, que corrigen y
complementan inagotablemente la inadecuación.
Exposición El reflejo y la brisa. Septiembre 2009, A Caridá.
Las raíces de esta serie bien podrían intuirse en ideas encontradas en otros trabajos anteriores. Por ejemplo cuando a modo de palimpsesto clavaba a la tierra varias capas de cartón y dibujaba en ellas con una rota-flex, dejando al azar signos en la siguiente capa a partir de los cuales repetía el mismo proceso, tratando los cartones como si fueran pieles de cebolla. Claramente tenían mucho que ver expuestos en conjunto con la piel y su profundidad. También está relacionada con su serie Los minúsculos que surge de unos tableros manchados después de meses de trabajo de diversas capas que crearon un grumo de pintura densa. De ahí surgían pequeñas obras que teniendo entidad propia dialogaban con la superficie pintada que quedaba en sus márgenes. Una mirada distraída no las dejaba apreciar del conjunto pero se creaba un juego óptico extraño. Esos minúsculos equilibrios creaban una disonancia con los tableros llenos de residuos. Por supuesto esto podrían ser solo algunos puntos de partida de tantos otros. Solo se trata de resaltar como la obra se genera de la yuxtaposición de esa variedad de significados y de sus contradicciones.
Un material pobre, un conglomerado industrial
pero que deja ver un signo de azar en su acabado, distinguiéndose su origen
vegetal. Esta ambigüedad era lo interesante. Que el soporte hablara desde un
principio era lo sugerente. Un material donde se va a producir una dislocación,
se va a crear un intervalo, entre la superficie y la profundidad, la piel y la
carne. El soporte tratado como residuo, como herida, quedando como huella el
rumor sordo de la madera arañada, serrada, aumentando su entropía. Llevar la
obra a su máxima destrucción. Llegar a ese límite en el que creación y
destrucción se confunden. Y por encima, como una segunda temporalidad, por
contraste, ese uso del color puro que nos habla en otro lenguaje, el de la luz.
Color desgastado a veces que se advierte como fragmento de algo anterior, a
veces ancla que se aproxima. Y esas últimas piezas, las más enigmáticas, que
estaban latentes desde el principio del proceso, quedándose a mitad de camino
entre lo biológico y lo fósil, a mitad de camino entre la pintura y la
escultura, a mitad de camino entre tantas cosas, como un brillo solidificado sobre
el cristal. Esta exposición, algunas de sus obras caben en una mano, es
síntesis de la mirada de Vicente Pastor y a la vez abren nuevos caminos.
César Barrio
Textos para el catálogo de la exposición Entropía de Vicente Pastor. Galería Nómada, Gijón. 2013.