LOS DESCALZOS
Todos mis familiares eran doctores en nubes o esclavos del horizonte, y pasé la infancia descifrando el suelo celeste: hormigas, guijarros, hojarasca. Mientras arreciaba la lluvia, me protegía debajo de una carreta y vi los pies de los segadores.
No tuve calzado antes de ser adulta, dijo mi madre. Estas palabras fueron entonces mi Finisterre; las escuché pronunciadas sin reproche ni dolor.
Sus sílabas construyeron un muro compacto, con una altura que agujereaba las nubes.
La tapia se compone ahora de zapatos unidos por la penuria.
Es el único que ensambla los fieltros, pieles, lengüetas, cordones, suelas, ojales. También el clima se ajusta a la pobreza, y la grava, la hierba y el barro se volvieron transparentes en la frase con que una muchacha levantó la pared. Los sonidos de aquellas palabras son los cimientos.
He vivido con la necesidad de abrir mentalmente una fisura en la tapia infinita de zapatos. Con cautela quito los primeros pares, vigilo el conjunto y trabajo temiendo su derrumbe. Despacio logro el hueco que mi ansiedad atraviesa.
Al llegar a las tierras del otro lado del muro, compruebo que la vegetación y los minerales están envueltos en la niebla salida de mis ojos.
Camino guiado por unos destellos lejanos. La luz separa las brumas; viene de los pies descalzos de una niña.
Reconozco la silueta de mi madre y hacia ella me dirijo.
Francisco Javier Irazoki
Los descalzos. Poesía completa
(1976 - 2023)