Lo que hace la pintura de Morandi es situar los objetos en un fondo anterior a la referencialidad del lenguaje. Pero no en un fondo informe, sino en un temblor como de una forma compareciente. O como si fuesen depósitos de música callada.
Es obvio que solo a través del silencio es posible acceder a esa dimensión que viene de más lejos que la palabra que designa al objeto, pero Morandi crea un gesto pictórico que -tan intransigente, tan obsesivo, aunque sedoso, entregado: estremecido- parece hecho para guardar (el) silencio.
También Max Picard ha escrito con elocuencia sobre este asunto, que tiene algo de sibilino intercambio e incluso de ritual expiatorio entre el entendimiento y lo innombrable: "Callamos sobre nosotros mismos cuando vemos un objeto por primera vez. Respondemos con nuestro silencio al estado anterior a la palabra, tal como es en el objeto; rendimos homenaje al objeto mediante nuestro silencio".
Y es que el objeto -Morandi lo evidencia- tiene siempre algo de alucinación. Objeto soñado, más que visto, nunca termina por llegar del todo.
Ese tiempo inmenso que el objeto tarda en volverse objetivo es lo que aprovecha la pintura de Morandi, que, en este sentido, vive entre la omnipotencia y la miseria de crear y recrear una vez tras otra lo que nunca llega. Pero este también es el gesto erótico -lo demuestra Wagner en su Tristán- por antonomasia, tal como Diotima nos enseño en el Banquete: que Eros no era otro que el hijo de Poros (la potencia) y Penia (la pobreza).
Hay una distinción esencial que la Fenomenología de Husserl introdujo respecto a la aparición de las cosas. En el fenómeno van juntos su contenido, por un lado, y el hecho de que aparezca, por otro. El que ambos se hallen unificados no significa, ni mucho menos, que sean uno, aunque lo parezcan. Es Husserl quien, en el seno mismo del fenómeno, diferencia desde el principio su contenido, por una parte, y el hecho de que aparezca, por otra. Al estudiar el flujo de las vivencias de conciencia que transcurren temporalmente en nosotros, las considera no como simples objetos sino como "objetos en el cómo". "Objetos en el cómo" quiere decir: objetos considerados no en su contenido particular sino en el modo según el cual se nos dan y nos aparecen -en el "cómo" de su donación-.
No necesitó muchos años Husserl para que apareciese un pintor que, talmente, parece trabajar codo con codo con sus reflexiones. Una especie de discípulo mudo y solitario que, concienzudamente, iba pasando, una tras otras, las lecciones del maestro: Morandi. No sé, ni creo, que Morandi leyese las Lecciones de Husserl. El azar objetivo, o eso que algunos llaman espíritu de época, a veces produce confluencias hermosas y oportunas.
Alberto Ruiz de Samaniego
El espacio salvado. Álbum de imágenes