1.12.13




Un sueño

Un sueño de M. que ella anotó hace años para mí, creo que fue en 1942 o 1943.
"Sin darme cuenta tiré un objeto pequeño, quizá una colilla. Al hacerlo caigo en la cuenta... ahí yace una muchacha muerta... miré hacia aquel lugar: era como si estuviera debajo de una mesa... o como si el tablero formara un techo, delante habían colocado unas tablas atravesadas de cerca de medio metro de alto de modo que, si te asomabas, podías ver lo que había debajo de la mesa... ¡y allí estaba ella! ¡Completamente expuesta! De haberlo sabido no habría sido tan descuidada como para tirar ahí una colilla... ojalá no le haya caído encima. La quería mucho. Me alteraba enormemente que estuviera, de verdad, totalmente abierta y visible. Cuando me incliné, ¡se movió! Su boca se estiró, enorme y de través -un agujero negro-, no estaba claro si se reía o gritaba (no se veían sus dientes), por lo demás tenía un color amarillento, como una masa seca. Yo estaba muy excitada. "Parece que revive. ¡Es posible que reviva realmente!" La quería muchísimo. Pensé en C. ¡¿ Y si realmente le hubiera devuelto la vida?!
"Estaba sentada a su lado. Estaba muy cerca de ella. Sus brazos colgaban casi rectos. Uno cruzado hacia la izquierda, el otro hacia la derecha. Uno de mis brazos descansaba sobre los suyos. La quería muchísimo. Yo tenía tanto miedo y pensaba, no puede ser que esté viva... seguro que volverá a morirse. Mi mirada cayó sobre uno de sus brazos. Era de arcilla. Pero una arcilla fresca y blanda... aún podían verse los rastros de una espátula, dos trazos burdos hacia abajo, ¡y entonces ocurrió lo más extraño! Me encontraba muy cerca de ella... mis ojos repararon en su mejilla y... era de color rosa, de un rosa blancuzco, ¡vivo! Entonces supe que seguiría con vida."

Elias Canetti
El suplicio de las moscas


Una luna inmensa, con su blanquecina materia en descomposición, sembrada de volcanes, se hallaba muy cerca de mí, rodeada de una absoluta obscuridad. El borde inferior de la esfera se apoyaba en mi mesa de trabajo.

Las figuras del pesebre eran de forma ordinaria y estaban colocadas en la postura tradicional, pero se hallaban a inmensas distancias entre sí.

La "mujer de París" salió de la obscuridad y se me acercó. Estaba desnuda y su cuerpo era como de barro gris, viscoso y mojado. Sin embargo, no me producía repugnancia, sino una gran felicidad poder estar allí, junto a ella.

Yo iba arrojando maderas a la hoguera y, al caer en las llamas, se transformaban en pájaros. A lo lejos circundándome, se alzaba una grandiosa muralla que rodeaba todo el horizonte.

Tenía el pecho abierto por una enorme herida y en la carne desgarrada crecían las piedras preciosas. Yo estaba extendido en una mesa como de despacho, cubierta por un mantel blanco. En la habitación no había ningún otro mueble y las paredes desconchadas y sucias me producían más tristeza que mi propia herida.

Los sueños en que, lógicamente, estoy en peligro, por hallarme bajo masas imponentes y cristalinas de agua -grandes ríos, mar- me producen gozo.

A veces soy un cristiano arrojado a las fieras; otras un espectador que, desde la gradería del circo, contempla el espectáculo.

Una ciudad se derrite lentamente como carcomida por un incendio invisible.

Al poner las manos sobre la mesa se oyen grandes sinfonías.

De los bolsillos de mis trajes, abandonados por todas partes de la casa, colgados en el respaldo de las sillas, tirados por el suelo, encerrados en armarios cuyas puertas se entreabren, sale una multitud de objetos extraños que no puedo acabar de reconocer; algunos parecen plumas de ave, otros son como papeles retorcidos y quemados.

Personas que debaten sobre la cama o en el suelo, sin estar muertas ni vivas.

La habitación donde estoy no tiene puertas ni ventanas, pero sí un espejo e el cual me miro. Súbitamente caen las paredes y un paisaje de almendros en flor, surgiendo sobre la nieve, aparece a mi alrededor. Cuando me miro, advierto que una transfiguración total se ha operado. Tengo una inmensa cabellera rubia y los labios rojos como la sangre.

Movimientos indescriptibles se producen en esta orilla que palpita como si fuese arena en sufrimiento. Comprendo que las formas del mar y las formas de la playa son de música y que la materia diversa que las constituye es puro azar.

Me entregan un estuche de cristal con una constelación dentro. Las estrellas son diamantes y están unidas entre sí por alambres de lus fosforescente. Al agitar el estuche, la constelación va cambiando de aspecto.

Voy en tren por una llanura desierta. Sucede un accidente. Bajo las ruedas aparece unenorme pez blanquísimo cortado en grandes trozos manchados de sangre.Gentes desconocidas forman grupos y comentan el hecho. Luego toman devotamente carne de pez y la comulgan. Tengo que seguir viviendo.

Juan Eduardo Cirlot
80 sueños