19.1.15

Juicio final, 2011. Pablo Genovés


Otro día, otro lugar

No recuerdo cómo era
el lugar donde nos encontramos.
Si la luz procedía de tu casa
o de la mía.

No sé
quién llevó hasta allí aquellos muebles.
Quién nos preparó la mesa.
Quién pidió que nadie nos molestara
y llamo a los curiosos después.

Ayúdame, ¿lo sabes tú?
¿Era grande ese lugar?
¿Era pequeño como un día?
¿Tuvimos miedo al entrar?

Allí
te vi temblar
cuando fuera la ciudad temblaba.
Recoger la ropa tendida,
doblarla despacio pensando en otro día,
otra gente, otro lugar.

Definiste el tiempo
como una placa de metal,
alargada y dúctil.
Una placa que puede plegarse
y generar un reflejo sobre sí misma.
Si habitamos esa placa
-dijiste-
y todo se retuerce,
varios momentos históricos podrían tener lugar al mismo tiempo.
Quizá
la Segunda Guerra Mundial
podría estar sucediendo ahora mismo.

Podríamos yacer
en pleno bombardeo
rozados por disparos,
en la oscuridad de la explosión.
Podríamos estar
abandonando nuestra casa derrumbada
y es por eso que estamos tan cansados
y quizá
lo que acabamos de comprar en el mercado
no es más que lo que perdimos entonces.

Las victorias de otros tiempos
se celebran con los bailes y gritos de ahora.

¿Lo escuchas?

Volveré a preguntarme
de quién es la mano que sostienes,
cómo te has desgarrado la garganta,
qué causó el rasguño de tu frente,
de dónde salió el barro
que ha manchado tu abrigo.

Querré saber de quién es este suelo que pisamos,
qué fabrican esas máquinas
y si es verdad
que es el calor de nuestro cuerpo
lo que emana ese aire tan blanco.

Vamos, tienes que acordarte de aquel lugar.

Pudimos decir
todo lo que allí dijimos
porque no había ningún científico en la habitación.
Ningún técnico,
ningún experimentado,
nadie que supiese de memoria lo que los libros dicen de las cosas.

De otro modo no nos hubieramos atrevido.

Sólo así,
solo,
en el espacio cerrado,
con otro como tú,
no un científico
ni técnico
ni experimentado,
sólo en esa compañía pudiste embarcarte
en el placer de la conversación
y de la anécdota,
enunciar la ficción
como hecho constatable,
arrastrar cada historia a su final,
al instante en el que
se recogen los restos de la fiesta
y se les da el nombre de Conclusión.

Ya lo sabes, nunca he estado en una guerra,
pero me has hablado de ella y sé cómo suena.
Nunca he estado en un museo,
pero me has explicaso lo que es y sé cómo suena.

Quizá
no estuvimos nunca en aquel lugar.
Pero lo he visto en algunas imágenes
y sé cómo suena.

Lucía Carballal