25.11.15

A Dip in the Lake: Ten Quicksteps, Sixty-two Waltzes, and Fifty-six Marches for Chicago and Vicinity1978. John Cage


Medidas

Supongo que, como todo el mundo, me siento atraído por los puntos cero: esos ejes y esos puntos de referencia a partir de los cuales pueden ser determinadas las posiciones y las distancias de no importa qué objeto del universo:

-el Ecuador
-el Meridiano de Greenwich
-el nivel del mar
o incluso ese círculo, situado en el atrio de Notre-Dame (desapareció, ¡ay!, con la construcción del aparcamiento y nadie ha pensado en colocarlo de nuevo en su sitio), a partir del cual se calculan todas las distancias de las carreteras de Francia.
Cuando iba de Túnez a Sfax me gustaba pasar delante del indicador (también desaparecido) que indicaba a qué distancia se encontraban Trípoli, Ben Ghazi, Alejandría y El Cairo.
Me gusta poder recordar que Pierre-Frangois-André Méchain, nacido en Laon en 1744, y Jean-Baptiste-Joseph Delambre, nacido e Amiens en 1749, fueron de Dunkerque hasta Barcelona únicamente para verificar la longitud del metro (parece que Méchain incluso se equivocó en sus cálculos).
Me gusta poder recordar que a media distancia de los caseríos de Frapon y de La Presle, comarca de Vesdun, provincia de Cher, se encuentra una placa que señala exactamente el centro de la Francia metropolitana.
Incluso aquí mismo, en este momento, no me sería absolutamente imposible determinar mi posición en grados, minutos, segundos, décimas y centésimas de segundo: alrededor de 49º de latitud norte, alrededor de 2º10´14´´4 al este del meridiano de Greenwich (o solamente unas fracciones de segundo al oeste del meridiano de París), y unas decenas de metros sobre el nivel del mar.
Hace poco he leído que en Inglaterra habían franqueado una carta cuya única dirección era una latitud y una longitud. El remitente era por supuesto, si no un geógrafo, al menos un agrimensor o agente del catastro, y el destinatario, es cierto, vivía solo en una casa lo suficientemente aislada como para ser efectivamente identificada. Lo cual no impidió que la carta llegara. El Postmaster general, equivalente británico del ministro de P. y T., hizo público un comunicado en el que expresaba la gran estima en que tenía a sus empleados, pero advertía que en el futuro tales direcciones no se tomarían en consideración; lo mismo ocurriría con las direcciones en verso: los empleados de Correos tienen otras cosas que hacer que resolver adivinanzas; el camino que recorre una carta desde su punto de origen hasta su punto de destino es una estricta cuestión de código: Mallarmé, Latis o la cartografía sólo pueden ser factores de ruido...
El espacio parece estar más domesticado o ser más inofensivo que el tiempo: en todos los sitios encontramos gente que lleva reloj, pero es muy raro encontrar gente que lleve brújula. Necesitamos saber la hora en todo momento (¿hay alguien todavía que sepa deducirla de la posición del sol?) pero nunca nos preguntamos dónde estamos. Creemos saberlo: estoy en mi casa, en la oficina, en el metro, en la calle.
Es evidente, por supuesto -pero, ¿hay algo que no lo sea? Sin embargo, de vez en cuando deberíamos preguntarnos dónde estamos: hacer balance: no sólo de nuestros estados de ánimo, de la salud, de las ambiciones, de las creencias y de las razones de ser, sino de la posición topográfica, y no tanto en relación con los ejes citados más arriba, sino más bien en relación con un lugar o un ser en el que podemos pensar. Por ejemplo, cuando en la parada de Invalides subimos al autobús que nos lleva a Orly, representarse la persona que vamos a esperar justo al pasar por la vertical de Grenoble, y mientras que el autobús va abriéndose un difícil camino en medio de los embotellamientos de la avenida Maine, tratar de figurarse el lento recorrido que podría hacerse por un mapa de Francia, la travesía de Ain, de Saône-et-Loire, de Nièvre y de Loiret... O también, en un momento preciso del día, interrogarse de un modo más sistemático sobre las posiciones que ocupan, los unos respecto a los otros y respecto a nosotros, algunos de nuestros amigos: enumerar las diferencias de nivel (los que como nosotros viven en un primer piso, los que viven en el quinto, en el once, etc.), las orientaciones, imaginar su desplazamiento en el espacio.

Georges Perec
Especies de espacios