23.11.15

Sin título. Providence, 1976. Francesca Woodman


...tanto que mundo y espacio parecían uno el espejo del otro, uno y otro prolijamente adornados con jeroglíficos e ideogramas, cada uno de los cuales podía ser un signo y no serlo: una concreción calcárea en el basalto, una cresta levantada por el viento en la arena coagulada del desierto, la disposición de los ojos en las plumas del pavo real (poco a poco la vida entre los signos había llegado a considerar como tantos otros signos las innumerables cosas que antes estaban allí sin señalar nada más que su propia esencia, las había transformado en signos de sí mismas y las había sumado a la serie de signos hechos a propósito por quien quería hacer un signo), las estrías del fuego en una pared de roca esquistosa, la cuadragesimovigesimoseptima acanaladura -un poco oblicua- de la cornisa del frontón de un mausoleo, una secuencia de estrías sobre una pantalla durante una tormenta magnética (la serie de signos se multiplicaba en la serie de los signos de signos, de signos repetidos innumerables veces siempre iguales y siempre en cierto modo diferentes porque al signo hecho a propósito se sumaba el signo advenido por casualidad), el palo entintado de la letra R que en un ejemplar de un periódico de la tarde se topaba con una paja filamentosa del papel, uno de los ochocientos mil desconchados de una pared alquitranada en un callejón entre dos almacenes portuarios de Melbourne, la curva de una estadística, una frenada en el asfalto, un cromosoma...

Italo Calvino
Las Cosmicómicas


Sin título. Providence, 1976. Francesca Woodman


Cuando nada se interpone en nuestra mirada, nuestra mirada alcanza muy lejos. Pero si topa con algo, no ve nada; sólo ve aquello con lo que topa: el espacio es lo que frena la mirada, aquello con que choca la vista: el obstáculo: ladrillos, un ángulo, un punto de fuga: cuando se produce un ángulo, cuando algo se para, cuando hay que girar para que comienze de nuevo, eso es el espacio. El espacio no tiene nada de ectoplasmático; tiene bordes, no va en todas las direcciones, hace todo lo que hay que hacer para que los raíles del ferrocaril se encuentren bastante antes del infinito.

Me gustaría que hubiera lugares estables, inmóviles, intangibles, intocados y casi intocables, inmutables, arraigados; lugares que fueran referencias, puntos de partida, principios:
Mi país natal, la cuna de mi familia, la casa donde habría nacido, el árbol que habría visto crecer (que mi padre habría plantado el día de mi nacimiento), el desván de mi infancia lleno de recuerdos intactos...
Tales lugares no existen, y como no existen el espacio se vuelve pregunta, deja de ser evidencia, deja de estar incorporado, deja de estar apropiado. El espacio es una duda: continuamente necesito marcarlo, designarlo; nunca es mío, nunca me es dado, tengo que conquistarlo.
Mis espacios son frágiles: el tiempo va a desgastarlos, va a destruirlos: nada se parecerá ya a lo que era, mis recuerdos me traicionarán, el olvido se infiltrará en mi memoria, miraré algunas fotos amarillentas con los bordes rotos sin poder reconocerlas. Ya no estará el cartel con letras de porcelana blanca pegadas en forma de arco circular sobre el espejo del pequeño café de la calle Coquillière: "Aquí consultamos el Bottin" y "Bocadillos a todas horas".
El espacio se deshace como la arena que se desliza entre los dedos. El tiempo se lo lleva y sólo me deja unos cuantos pedazos uniformes:
Escribir: tratar de retener algo meticulosamente, de conseguir que algo sobreviva: arrancar unas migajas precisas al vacío que se excava continuamente, dejar en alguna parte un surco, un rastro, una marca o algunos signos.

París, 1973-1974
Georges Perec
Especies de espacios