Y tu cabeza de
oro sobre el mar
inmóvil en su luz
iridiscente
y tus ojos
plateados en la negra
lluvia de
eternidad sin movimiento.
Y tus blancos
destellos en las hojas
de los árboles
grises del no ser,
y tu voz con tu
nombre nada más
Bronwyn, entre
las hierbas milenarias.
Y mis oscuros
labios del olvido
junto a los
despiadados restos que
apenas si son
signos que aparecen
tras los
acantilados tenebrosos.
Juan Eduardo Cirlot