3.6.18




El primer movimiento, que acaso fuera un latido, una pulsación que iba del punto a la circunferencia y de la circunferencia al punto, o un giro que iba del punto a la línea y a la espiral, ese primer movimiento no crea el Universo, sino que lo implica. El tiempo es aún un mar de orillas, y su vastedad es tal que contiene todas las cosas que aparecerán alguna vez y también todas las que permanecerán ocultas.

Nada que objetar a las mediciones. Pero conviene andarse con tiento precisamente en las zonas fronterizas. De lo contrario se levantan castillos de naipes, hechos de cifras, que se vienen al suelo tan pronto como se les quita debajo la base en que se sustentan; más aún, para que se desmoronen basta con que comience a oscilar levemente esa base.
El Big Bang, o, dicho en alemán, el Urknall, el “estallido primordial”, es un modelo de cómo surgió el mundo, uno más entre los muchos modelos que ha habido – y que habrá. El modelo de Big Bang lleva en sí el sello del Zeitgeist, el Espíritu del Tiempo; es, por consiguiente, científico y brutal. En una atmósfera como la nuestra, cargada de energía, sobresaturada de ella, se piensa que el Universo surgió de una explosión; a la vez se teme que al menos la Tierra perecerá de modo parecido. Vishnú y Shiva con un único rostro.
El modelo de Big Bang ha sido entretanto impugnado y modificado. También era inevitable que se asocien con él determinadas especulaciones metafísicas y teológicas. Conviene advertir contra esas cosas; en el tiempo no es posible aprehender el origen – no es posible aprehenderlo ni con imágenes ni con pruebas.
Estamos en peregrinación; en las capillas se quedan, como exvotos, las cosas que hemos creído; y las que hemos sabido, como muletas.
El Urknall, el Big Bang, podría ser más bien la visión de un final que la de un principio. Esa expresión se ha convertido entretanto en un sinónimo para designar también el crac que sacudió a la Bolsa en 1986.
Ciertamente yo poseo escasos conocimientos aun en física clásica; pero he de reconocer que al principio me impresionó esa expresión; era como un golpe de timbal, cuyo retumbo era tanto más fuerte cuanto que allí no había ni un director ni una orquesta.
Luego empezaron a aparecer algunas dudas, modestas desde luego. Por ejemplo: un golpe de timbal presupone un instrumento; y un Knall, un estallido, presupone unos oídos que lo perciban y que, probablemente, también se asustarán. El modelo de Big Bang es una perspectiva neoyorkina sobre un mundo sin vida, más aún, sobre un mundo inexistente, en el que aún no había ni seres humanos ni números. Si el mundo era inextenso, el número que le correspondía era el cero o el uno – ya el dos supone una escisión. Esto se encuentra corroborado en la materia viva y, con más fuerza aún, en la inerte. Prescindiendo de eso, el Kanll, el estallido, tendría que haber venido precedido de una atmósfera.
La idea del Big Bang, del Urknall o “estallido primordial”, es groseramente mecanicista. Al menos en alemán, la impresión que produce esa palabra se alimenta parasitariamente del misterio que hay en el prefijo Ur [primordial].
Suena mucho mejor, en alemán, el familiar Ursprung [salto primordial, origen]; un salto podemos representarlo como queramos – también como un salto gracioso. Asi mismo podemos imaginárnoslo como un salto armonioso, como un silencioso despliegue del que se ramificase la música y la lógica. Con ello está en correspondencia el hecho de que en todo empeño serio, especialmente en el arte, importa menos el inventar que el reencontrar. Todo estilo es una nueva tentativa de acercamiento; cuanto más próximo se consiga que sea el acercamiento, tanto más durará el estilo.
Si el origen viene de lo inextenso creará espacio; si de lo intemporal, tiempo. (…) En el caso de que algo esté ahí, en forma de caos o de huevo por ejemplo, cabe concebir el origen como una abertura.

Ernst Jünger
La tijera