El primer
movimiento, que acaso fuera un latido, una pulsación que iba del punto a la
circunferencia y de la circunferencia al punto, o un giro que iba del punto a
la línea y a la espiral, ese primer movimiento no crea el Universo, sino que lo
implica. El tiempo es aún un mar de orillas, y su vastedad es tal que contiene
todas las cosas que aparecerán alguna vez y también todas las que permanecerán
ocultas.
Nada que objetar
a las mediciones. Pero conviene andarse con tiento precisamente en las zonas
fronterizas. De lo contrario se levantan castillos de naipes, hechos de cifras,
que se vienen al suelo tan pronto como se les quita debajo la base en que se
sustentan; más aún, para que se desmoronen basta con que comience a oscilar
levemente esa base.
El Big Bang, o,
dicho en alemán, el Urknall, el
“estallido primordial”, es un modelo de cómo surgió el mundo, uno más entre los
muchos modelos que ha habido – y que habrá. El modelo de Big Bang lleva en sí
el sello del Zeitgeist, el Espíritu del Tiempo; es, por consiguiente,
científico y brutal. En una atmósfera como la nuestra, cargada de energía,
sobresaturada de ella, se piensa que el Universo surgió de una explosión; a la
vez se teme que al menos la Tierra perecerá de modo parecido. Vishnú y Shiva
con un único rostro.
El modelo de Big
Bang ha sido entretanto impugnado y modificado. También era inevitable que se
asocien con él determinadas especulaciones metafísicas y teológicas. Conviene
advertir contra esas cosas; en el tiempo no es posible aprehender el origen –
no es posible aprehenderlo ni con imágenes ni con pruebas.
Estamos en
peregrinación; en las capillas se quedan, como exvotos, las cosas que hemos
creído; y las que hemos sabido, como muletas.
El Urknall, el
Big Bang, podría ser más bien la visión de un final que la de un principio. Esa
expresión se ha convertido entretanto en un sinónimo para designar también el
crac que sacudió a la Bolsa en 1986.
Ciertamente yo
poseo escasos conocimientos aun en física clásica; pero he de reconocer que al
principio me impresionó esa expresión; era como un golpe de timbal, cuyo
retumbo era tanto más fuerte cuanto que allí no había ni un director ni una
orquesta.
Luego empezaron a
aparecer algunas dudas, modestas desde luego. Por ejemplo: un golpe de timbal
presupone un instrumento; y un Knall,
un estallido, presupone unos oídos que lo perciban y que, probablemente,
también se asustarán. El modelo de Big Bang es una perspectiva neoyorkina sobre
un mundo sin vida, más aún, sobre un mundo inexistente, en el que aún no había ni
seres humanos ni números. Si el mundo era inextenso, el número que le
correspondía era el cero o el uno – ya el dos supone una escisión. Esto se
encuentra corroborado en la materia viva y, con más fuerza aún, en la inerte.
Prescindiendo de eso, el Kanll, el
estallido, tendría que haber venido precedido de una atmósfera.
La idea del Big
Bang, del Urknall o “estallido
primordial”, es groseramente mecanicista. Al menos en alemán, la impresión que
produce esa palabra se alimenta parasitariamente del misterio que hay en el
prefijo Ur [primordial].
Suena mucho
mejor, en alemán, el familiar Ursprung
[salto primordial, origen]; un salto podemos representarlo como queramos –
también como un salto gracioso. Asi mismo podemos imaginárnoslo como un salto
armonioso, como un silencioso despliegue del que se ramificase la música y la
lógica. Con ello está en correspondencia el hecho de que en todo empeño serio,
especialmente en el arte, importa menos el inventar que el reencontrar. Todo
estilo es una nueva tentativa de acercamiento; cuanto más próximo se consiga
que sea el acercamiento, tanto más durará el estilo.
Si el origen
viene de lo inextenso creará espacio; si de lo intemporal, tiempo. (…) En el
caso de que algo esté ahí, en forma de caos o de huevo por ejemplo, cabe
concebir el origen como una abertura.
Ernst Jünger
La tijera