17.9.19

David Jiménez


Comenzaré por la escritura. La pluma caligrafía las letras, traza nombres propios y comunes. La pluma es un trozito del cuerpo del ave. Dante, que nunca olvida el origen de las cosas, naturalmente lo recuerda. La técnica de la escritura, con sus líneas verticales y sus formas redondeadas, se convierte en el vuelo artístico de una bandada.

E come augelli surti di rivera
quasi congratulando a lor pasture,
fanno di sè or tonda or altra schiera;

si dentro ai lumi sante creature
volitando cantavano, e faciensi
or D, or I, or L in sue figure.
Paradiso, XVIII, 73-78

Y como aves que dejan la ribera / casi congratulando a sus pasturas, / que hacen de sí curvadas u otra hilera, / así, en la luz, las santas criaturas / volitando cantaban, y se hacían / ya D, ya I, ya L en sus figuras.

El copista, dócil al dictado y situado fuera de la literatura en tanto que producto concluido, traza a mano letras que van a picar el cebo del sentido como si se tratara de un dulce alimento, exactamente igual que las aves, magnetizadas por la hierba verde -todas juntas o por separado- picotean lo que encuentran, o bien formando un círculo o bien alargándose en una línea...
La escritura y el discurso son inconmensurables. Las letras corresponden a intervalos. La antigua gramática italiana, como también la nuestra -la rusa- es esa misma cautivadora bandada, es misma abigarrada schiera toscana, es decir, la muchedumbre florentina que cambia de leyes como de guantes, y que por la tarde olvida los edictos promulgados por la mañana para el bienestar general.
No hay sintaxis, hay un impulso magnético, la nostalgia por la popa de un barco, por el cebo de gusanos, por la ley no publicada, por Florencia.

Ósip Mandelstam
Coloquio sobre Dante


David Jiménez