6.2.20

Please Hold the Line, 2009. Laurent Millet


Lo que me sorprende en la lectura de este mapa del pensar no es tanto lo que me enseña sobre el estado de los lugares del mundo pensante como el "cuadro" en el que se inscribe: el eje verdadero-falso en abcisa y el eje significante-insignificante en ordenada. Cuadro lógico (arriba-abajo-izquierda-derecha), representación cruciforme de la totalidad planteando la cuestión de su relación con lo real. Es claro que la cruz (+) que "cuadricula" esta representación es el signo de la distinción: sacrificio del tercero, exclusión de lo equívoco. El Orden sólo reina en el tablero de la razón si toda lectura diagonal -la del poeta- V está prohibida. Si X queda amordazada.
La incógnita es la Musa de los matemáticos. Que se autografíe y el templo se derrumbe.

Escudriño este mapa del pensar donde tengo razones para asombrarme en primer lugar de que la poesía haya dejado de estar ausente. El malestar no me viene de aquí, por tanto, por el rechazo del geómetra hacia la poesía, sino por ver que se ha vuelto sedentaria, que está acantonada en su territorio montañes. Como si nunca hubiera descendido a las playas fangosas del mar de la Insignificancia... La poesía no se hace objetiva o, dicho de otro modo, mayor, si no es iniciada tanto a su negrura como a su blancura.
Lo que calla el mapa es el nomadismo inveterado del pensamiento. Ignorando ostensiblemente la libertas que inspira el pensamiento, el mapa lo fuerza a retomar su libertad, como la ausencia de movimiento en una fotografía la lleva a inventar el cinematógrafo. La utilidad de un mapa no sólo es la de situarnos con respecto a la globalidad sino también la de incitarnos a ver de otro modo la realidad que establece; la de invitarnos a viajar por él, a desplazarnos en diagonal, o de manera tal que lo que está arriba pueda estar abajo, que lo que es falso pueda ser verdad y a la inversa. Lo peor que puede suceder al ser, es tomar el espacio de su ficción por el de lo real.

El sí mismo conoce la esfera por su núcleo. El pensamiento iniciado a su naturaleza ígnea sólo se desplaza de un punto a otro de la esfera mental pasando poe el centro, estando alertada toda profundidad. Moviliza toda gravedad.

La potencia del verbo surge de ese no-lugar desde el que lo verdadero, lo falso, lo significante y lo insignificante dejan de ser percibidos contradictoriamente. Dicho de otro modo, el relámpago de intuición de lo real se produce por una pérdida total de referencia histórica y geográfica. Conocer la incógnita es literalmente perder el mapa: ¡Completa catástrofe mental! La iniciación a la presencia real crea, más allá de la falta de sentido, una memoria del exceso que da autonomía a una existencia, con tal de que haga de ese instante de eternidad la fuente inagotable de una palabra de vida. Todo el problema postiniciático está ahí ¡y es de envergadura!
Entre la imagen que suscita la cuestión de lo real y el punto del espíritu donde fulgura la evidencia de que ser realmente sí mismo es simultáneamente ser y no ser, el recorrido es circular, anular, vertiginoso, inducido por analogía. Reapropiarse de la memoria de la distancia focal entre parecer y ser es necesariamente despegar de la base figurativa, es fundirse con el movimiento espiral que conduce al pensamiento a su volcán de origen (a riesgo de no dejar más rastro que una sandalia...).
Explorar la propia cámara oscura, el más allá del espejo, es hacer cuerpo-espíritu con la magia de los lugares; con la deformación, la metamorfosis continua del imaginario navega al borde del naufragio. Los accidentes mortales en el transcurso de estos viajes iniciáticos suceden cuando el pensamiento presa de pánico se vuelve hacia la estabilidad perdida; por nuestro desconocimiento de la topología del abismo subyacente tanto al poema como al matema. La llave perdida de la creación es la memoria de la distancia focal entre el cuadro de la verdad racional y el punto en el que ésta se pierde liberando un relámpago de evidencia (de videre).
El pensamiento no puede desplazarse dentro de su campo mágico si no es por medio de ese vehículo auto-móvil, de esa máquina de viajar en el tiempo que es la analogía. De ese modo entra en el secreto de la relación de las relaciones.

Quemar formas para ganarse la vida (Artaud).
La función de la belleza es iluminar el alma, despertarla a su propia estesia. Pero el éxtasis se pierde y el alma permanece, privada de la cosa cuya visión la ha revelado a sí misma. Presa de la violencia de su propia presencia. ¿Qué hacer con esta violencia? ¿Cómo vivirse sin anestesiarse? ¿Sin defenestrarse? ¿Qué hacer de esta extrema sensibilidad a sí mismo?
Encontrar una lengua (Rimbaud). Cuando nos vuelve la memoria de la arkhé, no sobrevivimos al diluvio si no es fundiéndonos con ella en la escritura.

Claire Lejeune
El libro de la hermana