Eye from a Bronze Statue; 5th - 2nd century B.C
Angiografía de campo amplio. Retina de un ojo.
La idea del espacio y el comportamiento del hombre están siempre ligados... El hombre se refleja en el espacio y, a cambio, el espacio concebido le da forma... (Olivier Debré)
¿Las cosas están tras las palabras? ¿Qué harían ahí? Inútil buscarlas detrás de su imagen: no están ahí tampoco. Pero entonces, ¿dónde está la realidad?
¿Y qué es un lugar?
¿Qué es una mirada?
La mirada es el espacio comunicante. Hace del espacio el elemento de la comunicación. Su materia.
El dibujo es la desnudez de lo visible: se da enteramente a ver y, en el mismo instante, se retiene para indicar que también posee un fondo, una interioridad. un dibujo se toca como un cuerpo. El tacto de la mirada hace que se levante en su superficie la inminencia de una aparición, que va a desgarrarla. este desgarramiento, que no llega, forma parte de la fuerza de su expresión.
Lo invisible está detrás de nuestros ojos, es el espesor del cuerpo. Somos, de ese modo, máquinas oscuras: lo oscuro en una suerte de cámara oscura. Aunque se hable del cuerpo, en estas condiciones el cuerpo es solo una eventualidad: es precios mirar detrás de la mirada para producir el cambio que quizá lo haga suceder.
El trazo es a lo visible lo que el átomo al mundo. Nuestra relación con la realidad pasa por el trazo, porque no la conocemos sino en proceso de ser escrita por nuestros ojos. El trazo tiene doble faz: es nuestra locura de ir hacia las cosas, y la loca concentración de nos impide alcanzarlas, al velarlas con el deseo mismo que tenemos de ellas. El dibujo es ese tacto imposible que suscita la huella de la cosa allí mismo donde debería alcanzarla -reunirse con ella.
No podemos abrir los ojos sin provocar una relación en cuyo movimiento lo visible es ya solo una expresión. Ciertamente, eso es una pared, una mesa, la ventana, pero ¿qué son? ¿Reales o visuales? La mirada es un poner en una caja, lo que hace de nosotros uno de los lados del mundo. Todo lo visible está ahí, en la caja; en cuanto a lo invisible, es la espalda del horizonte y todo lo que está detrás de nuestra espalda.
Las imágenes representan la mirada y no la realidad.
No hay mirada sin un espacio de la mirada.
La realidad no está en lo visible, está debajo, como la tela está bajo la pintura.
Lo visible se parece a lo real. El funcionamiento de esta semejanza es análogo al del pensamiento.
El ojo tiene su lugar en el extremo de lo visible, pero este está en el mismo sitio que el extremo de lo invisible.
Lo invisible comienza en el ojo. Contiene lo simétrico des espacio exterior, es decir nuestro espacio interior. Del uno y del otro, la mirada facilita el paso. ¿Pero qué hay en el interior que no sea a semejanza del exterior? por supuesto, el interior acelera las combinaciones, las permutaciones: abstrae, pero en continuidad. Lo visible, al invertirse en nuestros ojos, se convierte en lo invisible que alimenta nuestra actividad mental. ¿El sentimiento de interioridad no es la simple réplica, tras el ojo, del volumen de la mirada?
Sin embargo, lo visible no es la realidad, sino su representación. Desde el exilio del paraíso.
El ojo está orientado, absolutamente.
No vemos la realidad sino su representación, porque vemos todo con la forma de una forma organizada, significante. La imagen es percibida como un enunciado, no como un material en bruto que habría que tratar. Así, la imagen no es un dato, es ya una idea.
La mano, que ase, exterioriza. El ojo, que ase, interioriza: abstrae imágenes. ¿Qué es la famosa vida interior que resulta?
El efecto de interiorización es un efecto de apropiación. vuelve legible la realidad, y luego quiere que lo real se parezca a lo legible. El hombre reescribe la imagen del mundo en la superficie del mundo. No hay ya realidad virgen.
Se puede imaginar un mundo enteramente reescrito. ¿No es el proyecto secreto del arte? Cuando haya hecho realidad a su imagen, no será ya una apariencia ni una representación, sino la cosa misma. Entonces lo mental y lo real serían idénticos, entonces reinará otra inmanencia...
Para ver
hay que regresar al cuerpo.
El cuerpo del pintor, cuando pinta, es una articulación del espacio. y el espacio es entonces en él la vista y la luz.
Los gestos del pintor son una mirada ciega, cuya retina parece ser todo su cuerpo.
La pintura, cuando ha buscado alcanzarse a sí misma, se ha desembarazado de todos sus muebles: objetos, formas, imágenes...
Cuando se hace el vacío, ¿qué queda?
Quedan el cuerpo y el espacio.
Queda su relación.
Y el aire de pronto, de manera sensible, presente en los ojos.
El trabajo del pintor comienza ahí: no del lado de las cosas, sino del lado del ojo. lo que el pintor representa debe interrogar a la representación en su propio origen, es decir, mostrar a la vez lo visto, lo visible, la visión y el movimiento de metamorfosis que, sin cesar, los une.
Lo visible es el lugar intermedio -el purgatorio- donde el ojo interpreta la realidad doble que le llega de lo real y de lo mental. Todo signo y toda imagen son la representación de una representación: proceden de la elaboración de un material retiniano, perceptivo o mental. En consecuencia, la representación es indirecta, y es el resultado de una relación y de un trabajo.
El sentido es siempre lo que no se ve, lo que permanece "invisible" y, sin embargo, está incluido en lo visible.
¿Qué es una mirada?
Un espacio de tal limpidez reveladora que toda forma aparece en él tal como en sí misma.
Allá, detrás de la vista, está la soledad de lo real; aquí, detrás de los ojos, está la abertura que lleva al encuentro de lo real.
El espacio del cuadro contiene a veces esta abertura de detrás de la cabeza.
La imagen es ilusoria, pero la mirada es real. es captando aquello real como el pintro transforma la ilusión de la pintura en presencia de la realidad.
El realismo, para un pintor, no consiste en reproducir un motivo, sino en producir una relación (François Deck).
El mundo no tiene envés, salvo detrás de los ojos: esta inversión se llama visión.
La imagen vela en nosotros: no tiene párpados.
La imagen, por supuesto, provoca lo imaginario; lo real provoca al cuerpo. Vivimos en la representación, y su rutina nos hace confundir imagen y realidad. por eso, no estamos en el mundo y ni siquiera en nuestra carne.
La imagen nos seduce porque es inmediata e inmóvil, y porque pertenece entera al instante, es decir a lo no mortal.
Escribir es entrar en lo irreversible, e incluso es dirigirse a los ojos de una manera invisible; pintar es lo contrario, porque es tanto crear lo visible como suspender el tiempo.
La luz es puramente visual, y sin embargo es también mental cuando se la ve brotar de las cosas o bien tocarlas.
Las imágenes pintadas, como las imágenes fotográficas, representan lo real, pero con una distancia capaz de fijar que hace que representen también la idea de lo real. Su materialidad es doble: participa de la del mundo, que es sólida, y de la de lo mental, que es aérea, porque pensar consiste en captar lo que está delante de los ojos y hacerlo pasar detrás de ellos hasta perderlo de vista...
Literalmente, hasta lo irrepresentable.
Pensar es un movimiento, y sigue por tanto el curso del tiempo; ver es un acto ligado solo al presente, el cual, incluso en su perpetua renovación, nunca avanza.
La mirada es un silencio.
Las palabras nos permiten hacer que se encuentren cosas que nunca se habían encontrado, y este encuentro irreal se convierte en la realidad del pensamiento.
El paraíso está disperso por toda la tierra y por eso no lo reconocemos ya. es necesario reunir sus trazos esparcidos (Novalis).
¿Qué es una imagen? Y si fuera la desesperación del pensamiento en el instante en que se encuentra su exceso o su límite...
Los ojos van de una cosa a otra; la mirada crea el vínculo e inventa la continuidad del mundo al mismo tiempo que la del yo.
Mi atención acaba de fijarse en un espacio muy restringido: una parcela de suelo adoquinado por cuya superficie se mueven silenciosamente tres hojas secas. Solo veo esto: el suelo, las hojas y la punta de un pie calzado de negro. Entre los adoquines, las hojas y el pie, se dilata una luz que me cautiva. Sí, se dilata porque la luz se manifiesta voluminosamente. Quiero decir que forma entre las hojas, el pie, y los adoquines un pequeño volumen transparente en el que parecen encerradas las tres cosas que veo. El movimiento de las hojas, en vez de empujarlas fuera del volumen, las retiene en él, y experimento, al verlas así, libres y retenidas, júbilo de sentirme, yo también, luminosamente libre y retenido.
Cuando se miran los ojos, se sabe que nada es más claro que el misterio: la claridad es incomprensible.
Miro el aire que está entre sus ojos y su mano: querría verlo para ver lo que por igual nos toca.
Lo que por igual nos penetra.
ocurre que un lugar no contenga más que realidad. Es una certeza que sube a los ojos y que está ligada a la luz y el silencio. Se ve este lugar más allá de la memoria. Se le ve como si remontara desde el fondo de sí. Regresado al mundo.
Las imágenes son inmóviles, pero las fijamos con ojos cambiantes, y una vez que los han atravesado, se hacen tan móviles como nuestro pensamiento.
Todo está ya en el mundo, pero nada está verdaderamente en él en tanto no hemos tenido su revelación.
El dentro es impenetrable, como si fuera la acumulación de espacio y de tiempo de la que estamos hechos, pero el afuera, que creemos atravesar con ligereza, se compone del mismo tiempo, del mismo espacio, y la conciencia de esta semejanza puede iluminar lo oscuro
La realidad no es un estadio terminado: es a la vez la permanencia y la novedad descubierta.
El límite es el presente. Somos raramente capaces de vivir sobre su cresta, que no está situada en el tiempo, sino en esa relación frágil y penetrante que yo llamo "la presencia".
¿Por qué el primer pensamiento no habría nacido en la mano, en el instante en que aumentó el cuerpo con un útil: trozo de madera, hueso, piedra?
La belleza es un resultado, nunca un fin (Chillida).
El aire, la luz, son los olvidados de la mirada. Vemos las cosas, los rostros, el mundo, no vemos lo que los hace visibles.
Lo que no produce signos no tiene forma.
Las cosas se desdoblan a veces como si, en contacto con el aire o con nuestra mirada, emitieran hacia nosotros una piel de luz, pero este doble se borra tan rápido que la cosa vuelve a caer en su nombre o en su uso. Solo retenemos las sombras, y nunca ese doble luminoso, aunque él fusione fugitivamente lo que es de la cosa y lo que es nuestro en el reencuentro -aunque sea el aliento mismo de la relación.
Todo lo que va a pasar surgirá como una aparición. todo ello producirá signos.
Todo se nos aparece en el aire, como si este elemento fuera necesario para nuestros ojos tanto como para nuestros pulmones. La mirada está, pues, llena de una materia que no se ve, y lo visible es llevado en sí por lo invisible...
Y entonces se recuerda a veces que en toda memoria hay la imagen de un paraíso, y en toda mirada una apertura al infinito. la doble huella de esta situación está inscrita en la pintura, pero permanece en ella indeterminada, igual que la parte de lo dicho y de lo no dicho en un libro.
Lo visible no cesa de transformar la experiencia interior en experiencia exterior, y viceversa. Ver es un acto en el que se unen la práctica y el pensamiento del mundo. La pintura mental visualiza este acto: es necesario siempre hacer ver lo que no se ve, y que también se borrará en la vista, puesto que todo pensamiento ilumina u después desaparece...
La imagen es todo lo que queda, pero no es más que una sombra, es decir, nada. La imagen es realidad reducida a nada.
La imagen construye en nosotros la caverna donde va a proyectar sus sombras. Es a la vez su espacio y lo que lo habita.
Los gestos de los pintores -cuando pintan- son miradas sin ojos.
¿No es aire todo espacio, comprendiendo analógicamente lo que hay bajo el cráneo? Lo que se ve mentalmente no está en ningún lugar, y ni siquiera en los ojos...
Presencia, es decir intensidad en el modo de ocupar el espacio, de orientarlo, de hacer sentir su volumen. Y, en este volumen, nos ponemos en relación con algo que es el Lugar. O bien la referencia frente a la cual tener Lugar.
Estamos en el sentido como estamos en el aire. Nuestra mirada va de una idea a la otra y solo conoce lo que reconoce, tocando por todas partes la piel de su saber.
¿Lo real no está detrás de lo visible como el cuerpo detrás de los ojos?
La representación desvela lo que está más allá del espacio ordinario de la relación y permanece detrás de ella, justo como nosotros permanecemos tras nuestra piel. Representar supone invertir esta situación y poner a la luz la intimidad misma.
Las cosas pintadas son inseparables de su espacio pintado; no se las puede citar fuera de su contexto sin cambiar su sentido. Su posición es más importante que s figura
Figurar consiste en cruzar lo ya visto y lo nunca visto de tal manera que esto último nos abra los ojos.
Dos miradas en una: una que ve, otra que sobrevé. Su diferencia no es un desajuste en el tiempo, como creí espontáneamente al principio: están ahí juntas, están ahí simultáneamente.
Una sola mirada y dos espacios en ella.
Dos espacios diferentes.
No siendo esto pensable, salvo...
No siendo esto pensable, salvo si cada parte del espacio está unida a todo el espacio, he vuelto mi rostro hacia la ventana.
A veces el que mira cae en su mirada: es que ha encontrado la abertura. O, más bien, ha dejado de ser el que mira lo que ve: acaba de mezclarse con la sustancia de lo visible. Por una contradicción fundamental, esta sustancia es invisible; es a la vez "el espacio" y "el aire", su percepción cambia el cuerpo porque trastorna los límites: no hay ya, por una parte, el mundo de dentro y, por otra, el mundo de fuera, sino un espacio unificado -un elemento infinito, que penetra, que es penetrado...
La presencia es en sí misma toda su comprensión: no corre hacia una conclusión como el saber.
La mirada se desgarra entre la presencia y el saber, pero de este desgarro ha debido nacer el pensamiento.
La imagen se parece a la realidad, pero su espacio es la abstracción del espacio real: representa de modo legible el espacio irrepresentable e invisible donde se forma y circula el pensamiento.
El espacio es doble: visible e invisible. en lo visible, nos aparece el mundo; en lo invisible, lo recreamos en pensamiento. El espacio es doble pero es único.
El espacio es el lugar y la revelación a la vez (Olivier Debré).
El cuerpo da forma a la emoción como la tela da forma al color, pero la emoción y el color no tienen forma.
Cada uno tiene el mundo en su casa, es un objeto, muebles, imágenes -o, más bien, cada uno tiene en su casa el principio del mundo. ¿Pero quién lo sabe? Estas cosas de alrededor son la parte del mundo que se llama como tú, como yo. Y, por eso, incluso esta parte es ambigua, porque lo que es se borra en beneficio de lo que representa. Cuando hay demasiado de lo humano en las cosas, su naturaleza se duerme y este sueño hace dormir en nosotros la pregunta que su presencia, sin embargo, no deja de plantear: ¿qué es la realidad? Entonces, todo se desliza discretamente, aunque el lugar de la abertura se convierte en el de un espejo, y tú ya no sabes: ¿es el espacio o el tiempo, materia o memoria, el rostro o el reflejo? Quizá el comienzo del mundo se ha transformado en final, y tocas ahí, no ya el punto de partida, sino algo íntimo hasta el punto de ser interior: algo como el fondo de los ojos.
Pintar es buscar el rostro de lo que no tiene rostro (Bram van Velde).
Bernard Noël
Diario de la mirada