31.10.24

Henri Michaux




Una pintura de Michaux no es un objeto bien terminado, bien sepultado en su marco, porque no está separada de los gestos que la han hecho aparecer: no está separada del fondo cuya energía continúa haciéndola vibrar.

Nos pone a trabajar.

El espacio está liberado: percibimos tanto su volumen como su campo. no se mira ya la pintura, se la piensa. 

Somos una escritura que no "dice" nada porque no está separada de lo que dice. Es el lugar y también es el elemento de ese lugar.

No se lee un elemento, se entra en él y él nos lleva.

Como a la mirada la lleva el espacio que ella es.


Bernard Noël

Diario de la mirada

The Snail, 1953. Henri Matisse




Yo estoy hecho de todo lo que he visto.


Henri Matisse

 

Henri Cartier-Bresson, 1959.




La fotografía es una invención capital porque lleva a cabo el desdoblamiento de lo real y de su visibilidad. Se parece en esto a la mirada, pero va más lejos porque representa la representación visual y permite así, fuera de nosotros, una mirada sobre la mirada.

La abertura del ojo fotográfico está regulada de manera que su velocidad permita la impresión exacta de la imagen. Esta velocidad expresa sin duda, por analogía, la importancia de la velocidad en elpaso de lo real a lo visible, de lo visible a lo visual y de lo visual a lo mental.

El tiempo es sin duda un factor esencial de la mentalización: el tiempo necesario para la inscripción mental de las imágenes del mundo.

Si una arqueología mental fuera posible, ¿se descubriría que -como la lectura se aceleró al pasar de la articulación al recorrido mental- la inscripción mental de las imágenes ha ido cada vez más deprisa hasta lo instantáneo?
Dicho de otro modo, la capacidad de abstraer se va intensificando.
Lo instantáneo es una de las consecuencias de esta intensificación.

Somos incapaces de percibir la centésima de segundo, pero sabemos tomar fotos a velocidades muy superiores. Lo que a esas velocidades fotografiamos, por más que esté ante nosotros y por más que lo reconozcamos en la imagen que resulta, no lo hemos visto nunca de hecho y no tenemos ninguna oportunidad de volver a verlo ni de volver a fotografiarlo. El mundo que fotografiamos a la milésima de segundo es tan invisible como el interior de nuestra cabeza.

Esta velocidad es una velocidad realmente mental. Se produce fuera, pero se piensa dentro. Traduce algo que no se puede captar con los medios de la cabeza, pero que se puede hacer realidad con estos mismos medios. (Y hay ahí, por otra parte, el principio de una inversión: lo mental es abstraído del mundo y entonces comienza a hacerse realidad en él.)

La instantánea nos fascina en cuanto tumba el tiempo. Creo que atestigua, por el contrario, una cualidad de lo real, imperceptible de otro modo: que lo real está siempre y absolutamente en presente, mientras que nosotros estamos en un presente inestable, que sin cesar vira al pasado.

No estamos ya en la perspectiva, que unifica el espacio hasta el punto a que alcanza la vista. estamos en el fragmento que corresponde al recorte o la extracción que efectúa la mirada en el espacio.

La instantánea es una mirada dirigida y codificada. No hay expresión que sea la cosa misma que parece ser (y que el autor sueña que sea), porque toda expresión contiene una distancia cuya forma más directa, en el mejor caso, es ella.

La fotografía es el estado final de un proceso que, en su rapidez extrema, comprende una abertura, una impresión, un revelado. El instante capital de este encadenamiento es el de la impresión, que se desarrolla en lo invisible, en el interior de la cámara oscura. El espacio de esta cámara es el @lugar@ donde lo visible pasa de la realidad a la irrealidad, como la vista a través de nuestros ojos pasa de lo visible a lo invisible. Nadie ha visto nunca ese tránsito, ni en la cámara ni en los ojos; solo se conoce su principio -principio que es un saber banal al lado de lo que sería la simple vista de la precipitación, de la que surge la metamorfosis decisiva de lo real en su idea.


Bernard Noël
Diario de la mirada

Eye from a Bronze Statue; 5th - 2nd century B.C

Angiografía de campo amplio. Retina de un ojo.





La idea del espacio y el comportamiento del hombre están siempre ligados... El hombre se refleja en el espacio y, a cambio, el espacio concebido le da forma... (Olivier Debré)

¿Las cosas están tras las palabras? ¿Qué harían ahí? Inútil buscarlas detrás de su imagen: no están ahí tampoco. Pero entonces, ¿dónde está la realidad?
¿Y qué es un lugar?
¿Qué es una mirada?

La mirada es el espacio comunicante. Hace del espacio el elemento de la comunicación. Su materia.

El dibujo es la desnudez de lo visible: se da enteramente a ver y, en el mismo instante, se retiene para indicar que también posee un fondo, una interioridad. un dibujo se toca como un cuerpo. El tacto de la mirada hace que se levante en su superficie la inminencia de una aparición, que va a desgarrarla. este desgarramiento, que no llega, forma parte de la fuerza de su expresión.

Lo invisible está detrás de nuestros ojos, es el espesor del cuerpo. Somos, de ese modo, máquinas oscuras: lo oscuro en una suerte de cámara oscura. Aunque se hable del cuerpo, en estas condiciones el cuerpo es solo una eventualidad: es precios mirar detrás de la mirada para producir el cambio que quizá lo haga suceder.
El trazo es a lo visible lo que el átomo al mundo. Nuestra relación con la realidad pasa por el trazo, porque no la conocemos sino en proceso de ser escrita por nuestros ojos. El trazo tiene doble faz: es nuestra locura de ir hacia las cosas, y la loca concentración de nos impide alcanzarlas, al velarlas con el deseo mismo que tenemos de ellas. El dibujo es ese tacto imposible que suscita la huella de la cosa allí mismo donde debería alcanzarla -reunirse con ella.

No podemos abrir los ojos sin provocar una relación en cuyo movimiento lo visible es ya solo una expresión. Ciertamente, eso es una pared, una mesa, la ventana, pero ¿qué son? ¿Reales o visuales? La mirada es un poner en una caja, lo que hace de nosotros uno de los lados del mundo. Todo lo visible está ahí, en la caja; en cuanto a lo invisible, es la espalda del horizonte y todo lo que está detrás de nuestra espalda.

Las imágenes representan la mirada y no la realidad.

No hay mirada sin un espacio de la mirada.

La realidad no está en lo visible, está debajo, como la tela está bajo la pintura.

Lo visible se parece a lo real. El funcionamiento de esta semejanza es análogo al del pensamiento.

El ojo tiene su lugar en el extremo de lo visible, pero este está en el mismo sitio que el extremo de lo invisible.

Lo invisible comienza en el ojo. Contiene lo simétrico des espacio exterior, es decir nuestro espacio interior. Del uno y del otro, la mirada facilita el paso. ¿Pero qué hay en el interior que no sea a semejanza del exterior? por supuesto, el interior acelera las combinaciones, las permutaciones: abstrae, pero en continuidad. Lo visible, al invertirse en nuestros ojos, se convierte en lo invisible que alimenta nuestra actividad mental. ¿El sentimiento de interioridad no es la simple réplica, tras el ojo, del volumen de la mirada?

Sin embargo, lo visible no es la realidad, sino su representación. Desde el exilio del paraíso.

El ojo está orientado, absolutamente.

No vemos la realidad sino su representación, porque vemos todo con la forma de una forma organizada, significante. La imagen es percibida como un enunciado, no como un material en bruto que habría que tratar. Así, la imagen no es un dato, es ya una idea.

La mano, que ase, exterioriza. El ojo, que ase, interioriza: abstrae imágenes. ¿Qué es la famosa vida interior que resulta?

El efecto de interiorización es un efecto de apropiación. vuelve legible la realidad, y luego quiere que lo real se parezca a lo legible. El hombre reescribe la imagen del mundo en la superficie del mundo. No hay ya realidad virgen.
Se puede imaginar un mundo enteramente reescrito. ¿No es el proyecto secreto del arte? Cuando haya hecho realidad a su imagen, no será ya una apariencia ni una representación, sino la cosa misma. Entonces lo mental y lo real serían idénticos, entonces reinará otra inmanencia...

Para ver
hay que regresar al cuerpo.

El cuerpo del pintor, cuando pinta, es una articulación del espacio. y el espacio es entonces en él la vista y la luz.

Los gestos del pintor son una mirada ciega, cuya retina parece ser todo su cuerpo.

La pintura, cuando ha buscado alcanzarse a sí misma, se ha desembarazado de todos sus muebles: objetos, formas, imágenes...
Cuando se hace el vacío, ¿qué queda?
Quedan el cuerpo y el espacio.
Queda su relación.
Y el aire de pronto, de manera sensible, presente en los ojos.

El trabajo del pintor comienza ahí: no del lado de las cosas, sino del lado del ojo. lo que el pintor representa debe interrogar a la representación en su propio origen, es decir, mostrar a la vez lo visto, lo visible, la visión y el movimiento de metamorfosis que, sin cesar, los une.

Lo visible es el lugar intermedio -el purgatorio- donde el ojo interpreta la realidad doble que le llega de lo real y de lo mental. Todo signo y toda imagen son la representación de una representación: proceden de la elaboración de un material retiniano, perceptivo o mental. En consecuencia, la representación es indirecta, y es el resultado de una relación y de un trabajo.

El sentido es siempre lo que no se ve, lo que permanece "invisible" y, sin embargo, está incluido en lo visible.

¿Qué es una mirada?
Un espacio de tal limpidez reveladora que toda forma aparece en él tal como en sí misma.

Allá, detrás de la vista, está la soledad de lo real; aquí, detrás de los ojos, está la abertura que lleva al encuentro de lo real.
El espacio del cuadro contiene a veces esta abertura de detrás de la cabeza.

La imagen es ilusoria, pero la mirada es real. es captando aquello real como el pintro transforma la ilusión de la pintura en presencia de la realidad.

El realismo, para un pintor, no consiste en reproducir un motivo, sino en producir una relación (François Deck).

El mundo no tiene envés, salvo detrás de los ojos: esta inversión se llama visión. 

La imagen vela en nosotros: no tiene párpados.

La imagen, por supuesto, provoca lo imaginario; lo real provoca al cuerpo. Vivimos en la representación, y su rutina nos hace confundir imagen y realidad. por eso, no estamos en el mundo y ni siquiera en nuestra carne.

La imagen nos seduce porque es inmediata e inmóvil, y porque pertenece entera al instante, es decir a lo no mortal.

Escribir es entrar en lo irreversible, e incluso es dirigirse a los ojos de una manera invisible; pintar es lo contrario, porque es tanto crear lo visible como suspender el tiempo.

La luz es puramente visual, y sin embargo es también mental cuando se la ve brotar de las cosas o bien tocarlas.

Las imágenes pintadas, como las imágenes fotográficas, representan lo real, pero con una distancia capaz de fijar que hace que representen también la idea de lo real. Su materialidad es doble: participa de la del mundo, que es sólida, y de la de lo mental, que es aérea, porque pensar consiste en captar lo que está delante de los ojos y hacerlo pasar detrás de ellos hasta perderlo de vista...
Literalmente, hasta lo irrepresentable.

Pensar es un movimiento, y sigue por tanto el curso del tiempo; ver es un acto ligado solo al presente, el cual, incluso en su perpetua renovación, nunca avanza.

La mirada es un silencio.

Las palabras nos permiten hacer que se encuentren cosas que nunca se habían encontrado, y este encuentro irreal se convierte en la realidad del pensamiento.

El paraíso está disperso por toda la tierra y por eso no lo reconocemos ya. es necesario reunir sus trazos esparcidos (Novalis).

¿Qué es una imagen? Y si fuera la desesperación del pensamiento en el instante en que se encuentra su exceso o su límite...

Los ojos van de una cosa a otra; la mirada crea el vínculo e inventa la continuidad del mundo al mismo tiempo que la del yo.

Mi atención acaba de fijarse en un espacio muy restringido: una parcela de suelo adoquinado por cuya superficie se mueven silenciosamente tres hojas secas. Solo veo esto: el suelo, las hojas y la punta de un pie calzado de negro. Entre los adoquines, las hojas y el pie, se dilata una luz que me cautiva. Sí, se dilata porque la luz se manifiesta voluminosamente. Quiero decir que forma entre las hojas, el pie, y los adoquines un pequeño volumen transparente en el que parecen encerradas las tres cosas que veo. El movimiento de las hojas, en vez de empujarlas fuera del volumen, las retiene en él, y experimento, al verlas así, libres y retenidas, júbilo de sentirme, yo también, luminosamente libre y retenido.

Cuando se miran los ojos, se sabe que nada es más claro que el misterio: la claridad es incomprensible.

Miro el aire que está entre sus ojos y su mano: querría verlo para ver lo que por igual nos toca.
Lo que por igual nos penetra.

ocurre que un lugar no contenga más que realidad. Es una certeza que sube a los ojos y que está ligada a la luz y el silencio. Se ve este lugar más allá de la memoria. Se le ve como si remontara desde el fondo de sí. Regresado al mundo.

Las imágenes son inmóviles, pero las fijamos con ojos cambiantes, y una vez que los han atravesado, se hacen tan móviles como nuestro pensamiento.

Todo está ya en el mundo, pero nada está verdaderamente en él en tanto no hemos tenido su revelación.

El dentro es impenetrable, como si fuera la acumulación de espacio y de tiempo de la que estamos hechos, pero el afuera, que creemos atravesar con ligereza, se compone del mismo tiempo, del mismo espacio, y la conciencia de esta semejanza puede iluminar lo oscuro

La realidad no es un estadio terminado: es a la vez la permanencia y la novedad descubierta.

El límite es el presente. Somos raramente capaces de vivir sobre su cresta, que no está situada en el tiempo, sino en esa relación frágil y penetrante que yo llamo "la presencia".

¿Por qué el primer pensamiento no habría nacido en la mano, en el instante en que aumentó el cuerpo con un útil: trozo de madera, hueso, piedra?

La belleza es un resultado, nunca un fin (Chillida).

El aire, la luz, son los olvidados de la mirada. Vemos las cosas, los rostros, el mundo, no vemos lo que los hace visibles.

Lo que no produce signos no tiene forma.

Las cosas se desdoblan a veces como si, en contacto con el aire o con nuestra mirada, emitieran hacia nosotros una piel de luz, pero este doble se borra tan rápido que la cosa vuelve a caer en su nombre o en su uso. Solo retenemos las sombras, y nunca ese doble luminoso, aunque él fusione fugitivamente lo que es de la cosa y lo que es nuestro en el reencuentro -aunque sea el aliento mismo de la relación.

Todo lo que va a pasar surgirá como una aparición. todo ello producirá signos.

Todo se nos aparece en el aire, como si este elemento fuera necesario para nuestros ojos tanto como para nuestros pulmones. La mirada está, pues, llena de una materia que no se ve, y lo visible es llevado en sí por lo invisible...

Y entonces se recuerda a veces que en toda memoria hay la imagen de un paraíso, y en toda mirada una apertura al infinito. la doble huella de esta situación está inscrita en la pintura, pero permanece en ella indeterminada, igual que la parte de lo dicho y de lo no dicho en un libro.

Lo visible no cesa de transformar la experiencia interior en experiencia exterior, y viceversa. Ver es un acto en el que se unen la práctica y el pensamiento del mundo. La pintura mental visualiza este acto: es necesario siempre hacer ver lo que no se ve, y que también se borrará en la vista, puesto que todo pensamiento ilumina u después desaparece...

La imagen es todo lo que queda, pero no es más que una sombra, es decir, nada. La imagen es realidad reducida a nada.

La imagen construye en nosotros la caverna donde va a proyectar sus sombras. Es a la vez su espacio y lo que lo habita.

Los gestos de los pintores -cuando pintan- son miradas sin ojos.

¿No es aire todo espacio, comprendiendo analógicamente lo que hay bajo el cráneo? Lo que se ve mentalmente no está en ningún lugar, y ni siquiera en los ojos...

Presencia, es decir intensidad en el modo de ocupar el espacio, de orientarlo, de hacer sentir su volumen. Y, en este volumen, nos ponemos en relación con algo que es el Lugar. O bien la referencia frente a la cual tener Lugar.

Estamos en el sentido como estamos en el aire. Nuestra mirada va de una idea a la otra y solo conoce lo que reconoce, tocando por todas partes la piel de su saber.

¿Lo real no está detrás de lo visible como el cuerpo detrás de los ojos?

La representación desvela lo que está más allá del espacio ordinario de la relación y permanece detrás de ella, justo como nosotros permanecemos tras nuestra piel. Representar supone invertir esta situación y poner a la luz la intimidad misma.

Las cosas pintadas son inseparables de su espacio pintado; no se las puede citar fuera de su contexto sin cambiar su sentido. Su posición es más importante que s figura

Figurar consiste en cruzar lo ya visto y lo nunca visto de tal manera que esto último nos abra los ojos.

Dos miradas en una: una que ve, otra que sobrevé. Su diferencia no es un desajuste en el tiempo, como creí espontáneamente al principio: están ahí juntas, están ahí simultáneamente.
Una sola mirada y dos espacios en ella.
Dos espacios diferentes.
No siendo esto pensable, salvo...
No siendo esto pensable, salvo si cada parte del espacio está unida a todo el espacio, he vuelto mi rostro hacia la ventana.

A veces el que mira cae en su mirada: es que ha encontrado la abertura. O, más bien, ha dejado de ser el que mira lo que ve: acaba de mezclarse con la sustancia de lo visible. Por una contradicción fundamental, esta sustancia es invisible; es a la vez "el espacio" y "el aire", su percepción cambia el cuerpo porque trastorna los límites: no hay ya, por una parte, el mundo de dentro y, por otra, el mundo de fuera, sino un espacio unificado -un elemento infinito, que penetra, que es penetrado...

La presencia es en sí misma toda su comprensión: no corre hacia una conclusión como el saber.

La mirada se desgarra entre la presencia y el saber, pero de este desgarro ha debido nacer el pensamiento.

La imagen se parece a la realidad, pero su espacio es la abstracción del espacio real: representa de modo legible el espacio irrepresentable e invisible donde se forma y circula el pensamiento.

El espacio es doble: visible e invisible. en lo visible, nos aparece el mundo; en lo invisible, lo recreamos en pensamiento. El espacio es doble pero es único.

El espacio es el lugar y la revelación a la vez (Olivier Debré).

El cuerpo da forma a la emoción como la tela da forma al color, pero la emoción y el color no tienen forma.

Cada uno tiene el mundo en su casa, es un objeto, muebles, imágenes -o, más bien, cada uno tiene en su casa el principio del mundo. ¿Pero quién lo sabe? Estas cosas de alrededor son la parte del mundo que se llama como tú, como yo. Y, por eso, incluso esta parte es ambigua, porque lo que es se borra en beneficio de lo que representa. Cuando hay demasiado de lo humano en las cosas, su naturaleza se duerme y este sueño hace dormir en nosotros la pregunta que su presencia, sin embargo, no deja de plantear: ¿qué es la realidad? Entonces, todo se desliza discretamente, aunque el lugar de la abertura se convierte en el de un espejo, y tú ya no sabes: ¿es el espacio o el tiempo, materia o memoria, el rostro o el reflejo? Quizá el comienzo del mundo se ha transformado en final, y tocas ahí, no ya el punto de partida, sino algo íntimo hasta el punto de ser interior: algo como el fondo de los ojos.

Pintar es buscar el rostro de lo que no tiene rostro (Bram van Velde).


Bernard Noël
Diario de la mirada

30.10.24

 

Singularities, 2024. Philip Guston 

Hauser & Wirth Gallery, Zurich





When asked, Guston would resist interpretating the iconic symbols that appeared in his paintings. He would respond that he, too, was mystified by these inexplicable forms, these singularities. ‘If I speak of having a subject to paint,’ he wrote, ‘I mean there is a forgotten place of beings and things, which I need to remember. I want to see this place.’ 


‘I really only love strangeness.’


‘A painting feels lived-out to me, not painted. That’s why one is changed by painting. In a rare magical moment, I never feel myself to be more than a trusting accomplice. So, the paintings aren’t pictures, but evidences—maybe documents—along the road you have not chosen, but are on nevertheless.’


‘It is a real place to me, this world I am painting. I feel as if I lived there, its forms defined. All I really need is time and more time to ‘reveal’… I pretend I am away (and so I am!), all sorts of tricks to gain the necessary continuity of TIME.’


‘I remember being very strongly aware of forms acting on each other. Putting pressure on each other, shrinking each other, blowing each other up, or pushing each other. I mean, affecting each other, as if the forms were active participants in some kind of plastic drama that was going on.’


‘I wanted to see early frescoes of Last Judgments and end-of-the-world paintings. Particularly Romanesque paintings and Sienese fresco painters who paint huge, marvelous frescoes of the damned, all the tortures in hell, and so on. Heaven is always very dull, just a lot of people lined up. Like trumpets, they’re all lined up. There’s not much to look at. But when they’re going to hell the painter really goes to town. All kinds of marvelous stuff. That’s when they really enjoyed painting. I feel we live in comparable times. Oh yeah, and I want to paint that. I don’t want to copy, but I feel that’s the big subject matter. I don’t know how it’s going to come out. Well, I’ve begun. I’ve begun with this story.’


‘I wanted to include everything. I felt, like everybody, disturbed about everything to such an extent that I didn’t want to exclude it from the studio, from what I did. Paint it. I didn’t think I was illustrating anything.’




Cuando se le preguntaba, Guston se resistía a interpretar los símbolos icónicos que aparecían en sus cuadros. Respondía que a él también le desconcertaban esas formas inexplicables, esas singularidades. Si hablo de tener un tema que pintar, escribió, quiero decir que hay un lugar olvidado de seres y cosas que necesito recordar. Quiero ver ese lugar'. 


En realidad, sólo amo la extrañeza.


Un cuadro me parece vivido, no pintado. Por eso a uno le cambia la pintura. En un raro momento mágico, nunca me siento más que un cómplice confiado. Así pues, los cuadros no son imágenes, sino pruebas -quizá documentos- del camino que no has elegido, pero que, sin embargo, estás recorriendo».


Para mí, este mundo que pinto es un lugar real. Me siento como si viviera allí, con sus formas definidas. Todo lo que realmente necesito es tiempo y más tiempo para «revelar»... Finjo que estoy fuera (¡y así es!), todo tipo de trucos para conseguir la necesaria continuidad del TIEMPO».


Recuerdo ser muy consciente de las formas que actúan unas sobre otras. Presionándose unas a otras, encogiéndose, inflándose o empujándose. Como si las formas participaran activamente en una especie de drama plástico que está sucediendo.


Quería ver frescos antiguos de juicios finales y pinturas del fin del mundo. En particular, las pinturas románicas y los pintores de frescos sieneses, que pintan enormes y maravillosos frescos de los condenados, todas las torturas del infierno, etcétera. El cielo es siempre muy aburrido, sólo un montón de gente alineada. Como trompetas, están todos alineados. No hay mucho que mirar. Pero cuando van al infierno, el pintor realmente se luce. Todo tipo de cosas maravillosas. Es cuando realmente disfrutaban pintando. Siento que vivimos en tiempos comparables. Ah, sí, y yo quiero pintar eso. No quiero copiar, pero siento que ese es el gran tema. No sé cómo va a salir. Bueno, he empezado. He empezado con esta historia'.


'Quería incluirlo todo. Me sentía, como todo el mundo, perturbado por todo hasta tal punto que no quería excluirlo del estudio, de lo que hacía. Pintarlo. No creía estar ilustrando nada'.



Philip Guston

Selected Writings, Musa Mayer





Cuando percibo una silla, seria absurdo decir que la silla esta en mi percepción. Según la terminologia que hemos adoptado, la percepción es una determinada conciencia, y la silla es el objeto de esta conciencia. Ahora cierro los ojos y produzco la imagen de la silla que acabo de percibir. Al darse ahora la silla como imagen tampoco entraria --lo mismo que antes-- en la conciencia. Una imagen de silla no es, no puede ser una silla. En realidad, perciba yo esta silla de paja en la que estoy sentado, o la imagine, no deja de estar fuera de la conciencia. En ambos casos esta ahí, en el espacio, en esta habitación, frente a la mesa. Ahora bien es, ante todo, lo que nos enseña la reflexión, perciba yo o imagine esta silla, el objeto de mi percepción y el de mi imagen son idénticos: es esta silla de paja en la que estoy sentado. Simplemente, la conciencia se refiere a esta misma silla de dos maneras diferentes. En ambos casos se trata de la silla en su individualidad concreta, en su corporeidad. Solo que en uno de los casos la silla esta "encontrada" por la conciencia; en el otro, no lo esta. Pero la silla no esta en la conciencia. Ni siquiera en imagen. No se trata de un simulacro de silla, que habría penetrado de pronto en la conciencia y que no tendría mas que una relación "extrínseca" con la silla existente; se trata de determinado tipo de conciencia, es decir, de una organización sintética directamente relacionada con la silla existente y cuya intima esencia consiste precisamente en relacionarse de tal o cual manera con la silla existente.
¿Y que es exactamente la imagen? Evidentemente, no es la silla; de una manera general, el objeto de la imagen no es imagen a su vez. ¿Diremos que la imagen es la organización sintética total, la conciencia? Pero esta conciencia es una naturaleza actual y concreta, que existe en sí, por sí y que siempre se podrá entregar sin intermediario a la reflexión. La palabra imagen no podría, pues, designar mas que la relación de la conciencia con el objeto; dicho en otras palabras, es una manera determinada que tiene el objeto de aparecer a la conciencia, o, si se prefiere, una determinada manera que tiene la conciencia de darse un objeto. A decir verdad, la expresión de imagen mental se presta a confusión. Más valdría decir "conciencia de Pedro-en-imagen" o "conciencia imaginante de Pedro". Como la palabra "imagen" cuenta con una larga hoja de servicios, no la podemos desechar completamente. Pero, para evitar toda ambigüedad, recordemos aqui que una imagen no es mas que una relación. La conciencia imaginante que tengo de Pedro no es conciencia de la imagen de Pedro: Pedro esta alcanzado directamente, mi atención no esta dirigida a una imagen, sino a un objeto. 
En la trama de los actos sintéticos de la conciencia aparecen, pues, por momentos determinadas estructuras que llamaremos conciencias imaginantes. Nacen, se desarrollan y desaparecen según unas leyes que les son propias y que no vamos a tratar de determinar. Y seria un grave error confundir esta vida de la conciencia imaginante que dura, se organiza, se desagrega, con la del objeto de esta conciencia que, mientras tanto, puede seguir siendo inmutable.

Sarte, Jean Paul
Lo imaginario
Psicología Fenomenológica de la Imaginación
Ed.Losada S.A. Buenos Aires, 1964

Avvolgere la terra, 2024. Giuseppe Penone




Handful of Clay

I held a piece of clay with the skin of my hands,
I held it tightly, imprinting it with my touch.

I felt the clay's smooth surface, its delicate, dusty porosity,
soft to the touch, like the velvet of leather turned inside out
with its light filaments that allow it to adhere to the flesh that envelops it.

By touching and enveloping the outer surface of things with our hands,
we cover them with imprints and define their inner space.
Our inner sensations define the space beyond our hands, surrounding and delimiting it.

Through the action of our hands, we cover and discover matter and its form.



Puñado de arcilla

Sujeté un trozo de arcilla con la piel de mis manos, lo sostuve con fuerza, imprimiéndole mi tacto.

Sentí la superficie lisa de la arcilla, su porosidad delicada y polvorienta, suave al tacto, como el terciopelo del cuero vuelto del revés con sus ligeros filamentos que le permiten adherirse a la carne que la envuelve.

Al tocar y envolver la superficie exterior de las cosas con nuestras manos, las cubrimos de huellas y definimos su espacio interior.
Nuestras sensaciones internas definen el espacio más allá de nuestras manos, rodeándolo y delimitándolo.

A través de la acción de nuestras manos, cubrimos y descubrimos la materia y su forma.


Giuseppe Penone, 2015



26.10.24

Fotografía: Paulo Nozolino




Transforma os objectos em acusações:
não procura a sombra, nem desconhece a sombra:
tira a cor do seu refúgio,
e mostra‑nos o fantasma que a habita:
o seu negro escondido.
:
Inclemente, desabriga:
as coisas regressam à frieza que os nomes mascaram:
a nudez deste olhar reflecte a nossa nudez
e torna‑a impartilhável.
Não escapamos a nós próprios:
Vemos



Transforma los objetos en acusaciones:

no busca la sombra, ni ignora la sombra:

saca el color de su refugio

y nos muestra el fantasma que lo habita:

su negrura escondida.

:

Inclemente, deshabita:

las cosas regresan a la frialdad que los nombres enmascaran:

la desnudez de esta mirada refleja nuestra desnudez

y la vuelve incompartible.

No escapamos de nosotros mismos:

Vemos


Rui Nunes

30.9.24

El callejón, 1658. Johannes Vermeer




A veces, un relámpago blanco lo atraviesa todo y la imagen de la realidad se hace radiográfica. Es una aparición, pero solo se ve en ella lo más simple: Ejemplo: El callejón, de Vermeer. Todo es tan minuciosamente exacto que no se comprende de dónde procede la conmoción, ni que persista. La luz es interior; este interior está fuera. Se ve a la materia pensándose luminosamente; se la ve hacerse mental sin dejar de ser materia.


Bernard Noël

Diario de la mirada

27.9.24

Musée de Grenoble, Grenoble, France. Giuseppe Penone





¿De dónde viene ese espacio-tiempo? Digo que la imagen del pensamiento es el espacio-tiempo que él presupone, en el cual evoluciona. Es lo que llenará el método. Este espacio-tiempo es muy concreto. Es como una especie de pequeña novela filosófica. No pueden encontrarlo en el texto de los filósofos, ya que está presupuesto por todo lo que dicen. Y sin embargo, todo lo que dicen lo evoca, lo hace vivir.

Tomo tres ejemplos. Supongamos que Platón, Descartes y Kant quieren la verdad. Constato que la persiguen con tres métodos muy diferentes. Constato que Platón, entre otras cosas, nos expone largamente un método que llama "dialéctico", que consiste en dividir el concepto en dos mitades, en dos partes, en escoger la parte buena según el problema considerado, parte que volverá a dividir, etcétera. Constato que Descartes procede con un método completamente distinto para alcanzar la verdad que también desea. Se sirve de un método que presenta como "analítico". Esta vez se trata de partir de la percepción clara y distinta de algo para elevarse a la percepción clara y distinta de la causa de ese algo. El encadenamiento de las percepciones claras y distintas formará el orden de las razones. Cada uno inventa su método. Constato que Kant invoca un tercer método, al que llama "trascendental". Consiste en partir de una cosa preguntándose bajo qué condiciones la cosa es posible. Esta vez se trata de remontarse desde una cosa hacia las condiciones que la vuelven posible. Es un nuevo método, que erige ante todo la búsqueda de las condiciones de posibilidad de algo como principio metodológico: ¿en qué condiciones esto es posible, en qué condiciones son posibles las matemáticas? Bueno, todo esto es muy abstracto. Ellos quieren la verdad valiéndose de tres métodos.




Foglia, 1990. Giuseppe Penone



¿Qué hace nuestro cerebro moderno? ¿Cómo vive vuestro cerebro? Vuestro cerebro parpadea, re-encadena, y hace bucles. Esto es muy importante, cambia mucho. el cerebro de nuestros padres no hacía eso... El cerebro de nuestros padres integraba, diferenciaba, encadenaba. Nosotros no hacemos eso, nos hemos vuelto topológicos, semi-fortuitos y re-encadenantes. Esto nos da otra relación con la salud, con la enfermedad... No es lo mismo.




Foglia, 1990. Giuseppe Penone



Durante un tiempo, lo que dominó en el estudio del cerebro fue cierta concepción según un eje de integración y diferenciación. La última vez vimos cómo el proceso de integración y diferenciación podía en suma definir una totalidad y una circulación en el Todo. Y yo decía que, cada vez más, una estructura de integración y diferenciación era sustituida... -"sustituida" no es un buen término... hay que corregir, poner matices todo el tiempo, yo no los pongo-. Tiende a ser sustituida por consideraciones de un nuevo tipo concernientes a una estructura topológica del cerebro.

Y ustedes saben que, por definición, en una estructura topológica las distancias no cuentan. Insisto en que no es necesario que sepan muy bien qué es una estructura topológica... Queda en ustedes indagar. Ahora bien, ¿qué pasa desde este punto de vista cuando se descubre el cerebro como estructura topológica? Lo que pasa a primer plano es una relación topológica entre el afuera y el adentro. O diría también, un contacto independiente de la distancia. o si prefieren, copresencia, aplicación del adentro y del afuera, pero también del futuro y el pasado, de lo vacío y lo lleno, del derecho y el revés, del negro y el blanco, del cosmos y el cerebro. Es el cerebro-cosmos. (...)

Y yo aclaraba que, cuando hablo de una copresencia o de una aplicación del adentro y del afuera, se trata de un afuera más lejano que todo el mundo exterior y de un adentro más profundo que todo el mundo interior.


Gilles Deleuze

CINE 4. Las imágenes del pensamiento.

25.9.24

Le Louvre pendant la guerre, fotografía de Laure Albin Guillot, 1939)




UNA PARÁBOLA BENJAMINIANA.

El aburrimiento y el hábito, escribe Benjamin en el Libro de los Pasajes, "es un paño caliente y gris" en el cual nos envolvemos protegiéndonos ante lo nuevo que se esconde en lo que nos es también más próximo y familiar. Este paño "está revestido en su interior con un forro de seda de los colores más deslumbrantes". Pero sólo en el sueño "estamos en casa en los arabescos del forro". ¿Quien podría "con un gesto invertir el forro del tiempo"?
Proust, responderá Benjamin, con su atención a las cosas nos sugiere que "quizá se deba partir de esto: su objeto es el reverso, le revers moins du monde que de la vie même".

Alberto Ruiz de Samaniego

24.9.24

Das Bein (La pierna), 1993. Georg Baselitz




Pinto al revés. Es un proceso que, por naturaleza, es bastante agresivo porque provoca un impacto, no sólo en el espectador sino también en mí. Estoy constantemente tratando de construir nuevas dificultades o "muletas" de ese tipo. Y luego está la marcha por todo el cuadro, dejando la tela sobre el suelo y tratando de capturar algo que yace detrás de la tela, algo que funciona, no mediante las manos sino mediante los pies.


I paint upside down. It´s a process that naturally is quite aggresive because it provokes a shock, not only for the viewer but also for me. I´m constantly trying to construct new handicaps or crutches like that. And then there´s marching around on the paintings, laying the canvas, something that works not through the hands but through the feet.


Georg Baselitz

19.9.24

Congregation, 1999. Tony Cragg





LO INAUDIBLE


Es inaudible,

no podremos saber si las hojas

se acumulan y suenan al encaramarse

la mirona lagartija sobre la hoja.

Nos roza la frente

y creemos que es un pañuelo

que nos está tapando los ojos.

El oro caminaba

después hacia la hoja

y la hoja iba hacia la casa

vacía del otoño, donde lo inaudible

se abrazaba con lo invisible 

en un silencioso gesto de júbilo.

Lo inaudible

gustaba del vuelo de las hojas,

reposaba entre el árbol inmóvil

y el rio de móvil memoria.

Mientras lo inaudible lograba

su reino, la casa oscilaba,

pero su interior permanecía intocable.

De pronto, una chispa

se unió a lo inaudible

y comenzó a arder escondido

debajo del sonido facetado del espejo.

La casa recuperó su inmovilidad

y comenzó de nuevo a navegar.


1º de febrero y 1975

José Lezama Lima

10.8.24

Cueva de Hornos de la Peña, Cantabria




Un día, un día que duró no menos de veinticinco mil años, los hombres del Paleolítico superior empezaron a dibujar. ¿Qué dibujaban? No había otra posibilidad: el único objeto posible eran los animales. Los animales eran la potencia en movimiento, que golpeaba o se debía golpear. No se trataba de magia, como iban a pensar los torpes modernos. En el animal se transformaban, del animal huían, transformándose. El animal y quien lo dibujaba pertenecían al mismo continuo de las formas. Fue ese el momento en el que la presión de las potencias impuso la más severa disciplina estética: el trazo, para ser eficaz, debía ser exacto. Ingres los hubiera aprobado. Si el trazo no era exacto, la potencia no era evocada. A veces, en el fondo de entrañas de roca donde no podía entrar más de una persona, quien dibujaba se encontraba en la primera cámara oscura y observaba el prodigio de la forma que afloraba desde sus manos, apenas visible.

Durante largo tiempo prefirieron dibujar los animales más imponentes o temibles, que solo esporádicamente eran cazados. Dibujarlos era una primera intuición para imitarlos y circunscribir su potencia. En cambio, las figuras humanas dibujadas sobre las rocas fueron excepcionales. El modo más usual, inmediato y comprensible para representarse a sí mismos era, para los hombres, el de dibujarse como animales compuestos, rodeados por otros animales. Debieron transcurrir muchos años antes de que, mediante meandros y caminos oblicuos, la estatuaria griega alcanzase a representar la figura humana sola -y sobre todo, desnuda.

Junto a los animales había aparecido la geometría. Innumerables figuras, que se acompañaban de animales o destacaban aisladas sobre las paredes rocosas. Todas han mantenido su secreto. Pero todas tenían una característica común: ser la negación del mundo tal como se manifestaba, de igual modo que lo fue el primer muro perfectamente perpendicular al suelo. Era otro mundo, que se hubiera podido inferir solamente uniendo con trazos algunos pequeños puntos luminosos del cielo.

No podemos afirmar muchas cosas seguras de aquellos que vivieron durante el Magdaleniense y pintaron paredes rocosas en Dordoña. Pero sí, al menos, esto: sabían dibujar con sorprendente precisión, pocas veces alcanzada o lo largo de los milenios. De golpe, y por todas partes: Egipto, el norte de España, Francia, Inglaterra: en Creswell, último límite antes de los hielos. ¿Cómo sucedió? Sería aventurado decirlo. Si el dibujo es un acto de inteligencia, la de los magdalenienses debía ser muy elevada. Acaso debía tener algo en común con los balleneros, que antes de partir esperan ver una ballena en sueños. Si no se les aparecía de ese modo, no podrían encontrarla nunca en la realidad.

El hombre del Magdaleniense, durante milenios, no dejó de recurrir nunca a dos signos elementales, uno vertical y otro curvo: la jabalina y la herida. La jabalina era el arma con el que el mundo era herido sin ser tocado: un asta, la señal más sencilla. La herida era un círculo, un anillo ensangrentado.

Si la constelación es un lugar arbitrario del que se cuelgan las historias, de modo no muy distinto a como los significados se cuelgan de los sueños, no será fácil explicar por qué en el mismo gajo de cielo, no solo en Grecia sino también en Persia, en Mesopotamia, en la India, en China, en Australia y hasta en Surinam, durante los milenios se han visto siempre las huellas de un Cazador Celeste que no se cansaba de observar.

Lo invisible es el lugar de los dioses, de los muertos, de los antepasados, del pasado entero. No exige necesariamente un culto, pero penetra en todos los intersticios de la mente. Semejante a un cable metálico, puede incluso vibrar o permanecer inerte. Si vibra, la intensidad puede volverse extrema. Lo invisible no debe ir a buscarse muy lejos. Incluso puede no ser hallado precisamente porque está demasiado cerca. Lo invisible termina en la cabeza de cada uno.


(...)

Como la cierva de los hunos, el animal es presa y es guía. Siguiendo al animal, con la mirada que intenta fijarse sobre un único punto, el cazador no se da cuenta de que, en el ínterin, se está adentrando en lo desconocido. Así sucede el descubrimiento: se sigue el llamado de otro ser, siempre en fuga frente al ojo, sin alcanzarlo nunca. Mientras lo que se descubre está ya alrededor, o detrás -y casi no se lo ve.

Hay dos tipos de presa: la que se mata(el lugar de la matanza se vuelve lugar de fundación) y la que desaparece (y provoca la matanza de los cazadores). Cada tanto el animal-guía quiere ser alcanzado, acepta convertirse en presa. Así debe ser, si se quiere fundar una ciudad. La ciudad es el lugar en el que el animal-guía fue abatido. Éfeso fue fundada por quien obedeció a esta palabra del oráculo: "Un jabalí señalará el camino." Allí donde el jabalí cayó herido por una jabalina "hoy se yergue el templo de Atenea." Allí está Efeso.

Quien escribe sigue al animal-guía. En la obra lo hiere -y lo mata: allí donde fue matado surge la obra. O, de otro modo, descubre que el animal-guía ha desaparecido. El animal se traslada al estandarte. Diferencia entre las obras en las que el animal-guía es matado y aquellas en las que desaparece. En Balzac: el animal es matado. En Baudelaire: avanza hacia el estandarte. Se escribe un libro cuando se ha determinado algo que debe ser descubierto. No se sabe qué es ni dónde está, pero se sabe que es necesario encontrarlo. Entonces empieza la caza. Se empieza a escribir.


Roberto Calasso

El cazador celeste

18.7.24

 

Autorretrato con grabado japonés, 1887. Vincent van Gogh

Kunstmuseum, Basel




Estudo


Seria amarelo se eu o dissesse amarelo? Mais amaelo se eu o chamasse açafrão? Teria o tom de certo batom se eu o dissesse purpúreo? Seria cor de canela se eu o fizesse alazão? Seria lápis-lazúli se eu o pusesse na Prússia? Seria doce e negro à noite? Seria um melro se o mel que o dissesse fosse inteiro carvão? Seria cego se eu não lhe reclamasse os olhos? Seria um sonho se eu lhe comesse os rins? Se eu simplesmente não o invocasse ele não existiria? Tempo perdido (voçê diria). Seria um cão se eu lhe chamasse cão? Por quanto tempo cão permaneceria? Se eu o matasse ele morreria? Voltaria como fantasma se eu o matasse?

Eu poderia vê-lo no fantasmoscópio? Era eu quem morreria se o matasse? Será invisivel se eu não quiser vê-lo? Poderei dizê-lo sem saber que nome tem? Teria o meu rosto se eu o visse à luz da lupa? Será uma ilusão que inventei no diorama? Está mais à vista durante o dia? Ver-se-ia mais à vista se eu usasse a palavra eclipse? Estaria mais evidente se eu seguisse a lógica dos fatos? Dizê-lo tão repetido o tornará óbvio? Seria do meu tamanho se eu fizesse um calculo? Passaria nesta porta? Passaria pela lei? Seria um engano se eu o desmentisse? Se ele me desmentisse eu vitaria pó? Seria verde se eu o dissesse azul? Seria o contrário de tudo o que eu dissesse? Dissesse eu que o tudo de contrário o seria? Ainda assim? E talvez por isso? Ou nem? Seria o silêncio depois que eu dissesse et cetera?



Estudio


¿Sería amarillo si dijera amarillo? ¿Más amarillo si lo llamara azafrán? ¿Tendría el color de cierta barra de labios si dijera purpúreo? ¿Sería de color de la canela si lo llamara alazán? ¿Sería lapislázuli si lo pusiese en Prusia? ¿Sería dulce y negro de noche? ¿Sería un mirlo si la miel que lo dijera fuera enteramente carbón? ¿Sería ciego si no le reclamara sus ojos? ¿Sería un sueño si le comiera sus riñones? Si simplemente no lo invocase, ¿no existiría? Tiempo perdido (se podría decir). ¿Sería un perro si lo llamara perro? ¿Cuánto tiempo permaneceria siendo un perro? Si lo matara, ¿él moriría? ¿Volvería como un fantasma si lo matara?

¿Podría verlo en el fantasmoscopio? ¿Sería yo quien moriría si lo matara? ¿Será invisible si no quisiera verlo? ¿Podría decirlo sin saber que nombre tiene? ¿Tendría mi rostro si yo lo viera a la luz de una lupa? ¿Sería una ilusión que me inventé en el diorama? ¿Está más a la vista durante el día? ¿Sería más visible si utilizara la palabra eclipse? ¿Sería más evidente si siguiera la lógica de los hechos? ¿Decirlo tan repetidamente lo volverá obvio? ¿Sería de mi talla si hiciera un cálculo? ¿Pasaría por esta puerta? ¿Pasaría por la ley? ¿Sería un error si lo negara? Si él me negara, ¿me convertiría en polvo? ¿Sería verde si yo dijera azul? ¿Sería lo contrario de todo lo que dijera? ¿Si dijera que todo es lo contrario lo sería? ¿Seguiría siendo así? ¿Y tal vez por eso? ¿O no? ¿Sería el silencio después de que yo dijese etcétera?


Eucanaá Ferraz

Raio

9.7.24

Fotografía: Abbas Kiarostami




Cuando en mi bolsillo no tengo nada
tengo poemas
cuando en la nevera no tengo nada
tengo poemas
cuando en el corazón no tengo nada
nada tengo.
Para algunos
la cumbre es el lugar de conquista
para la cumbre
el lugar de la nieve.
Hoy
me quedo en casa
no abro la puerta a nadie
pero carece de puerta y de paredes
la casa de mi mente
amigos discrepantes
conocidos incompatibles
van y vienen.
Era un poeta
político
o bien un politizado
poeta
su poesía manchada de política
y su política
vacía de poesía.
Mi casa está lluviosa
en la cocina, en el salón
y en mi dormitorio llueve
y yo en el porche, detrás de los cristales
contemplo.
Por el ruido de las hierbas al crecer
me despierto.
Del momento de la flor
ha pasado un año
y de nuevo hoy
el momento de la flor.
El globo que de niño
se me llevó el viento
aterrizó hoy en mi poema.
Abbas Kiarostami

 El acto poético y Valéry


El travieso Pound y el cuidado Valéry, parecen coincidir desde hace bastante tiempo en una afirmación insistida: la poesía es una matemática inspirada. Pero ¿en qué se inspira esa matemática? Y como nos vamos acercando a un momento de recuento y de síntesis, más que de fáciles soluciones órficas, bien está que nos situemos en aquella introducción a la poesía, donde salta un poco de fuego y asoma su astucia críptica la criba de Eratóstenes. Detrás del número y la proporción, sorprendemos no tan solo el simple juego de las combinaciones favorables, sino el daimon de la música y la gracia inesperada de la Armonía, nos encontramos, pues, que esa coincidencia momentánea de dos espíritus disímiles en una frase, lejos de remansarnos, nos punza de nuevo para situarnos en inesperada equidistancia del don y del conteo de las cantidades o agrupamientos de la métrica. Recordemos que Pitágoras no encontraba nombre mejor para designar el Altísimo, el Nombre Único, que el de cuaternario. La pirámide, el octaedro y el icosaedro, engendros de fuego, aire y agua, según los pitagóricos. Cuidado, pues, con el número. Hay también por allí lo inaprensible, lo inexpresable, lo inencontrable. La matemática inspirada, nos deja un reverso inefable, donde desembocan otros, que no se ocultaban para confesarnos, como Walter Pater: all arts approach the condition of music. Y entre la matemática y la música, el nominalismo, el acto del lenguaje, con los que ahora forcejea Valéry en su última obra, Introducción a la poética.

¿Qué nos dice Valéry y qué ve ahora detrás de las palabras? ¿Y cuándo nos entrega la definitva separación del lenguaje estatuido y el lenguaje naciente, despegando así el goce del acto, del acto poético?

Valéry, viejo simbolista que mantiene sus preferencias, se acerca a la poesía como máxima realización del lenguaje, pero la distinción cuya claridad hace poco tiempo persigue, entre la acción que realiza y la obra hecha, sería tan sutil que no podríamos atraparla sino en una simplista realización causal. El secreto desarrollo de una obra, anterior a su aparición y justificación, permanece como cerrado feudo de la conducta, ¿cómo incorporarla a la obra de arte? Ese mecanismo caso no pueda ser transmitido, pues para obtener su ganancia ética, habrá siempre que empezarlo de nuevo, y ese trabajo mecánico lo veríamos entonces como una obra realizada, pero cuyos resortes generacionales serían siempre inadvertidos en cuanto se producen. A las posibilidades filiales del lenguaje, añade Valéry la consideración del lenguaje en el acto. El lenguaje animista, nos ofrece su cuerpo doctrinal en la historia del espíritu obtenida por decantación de los adquirido y de lo dado, es decir, la "consideración del lenguaje como la obra maestra de las obras maestras de la literatura". Esa parte definida de las obras de arte: mecanismo del acto del escritor -empleo de las figuras-, trazadas por las viejas retóricas aristotélicas. Quien multiplica las figuras nos da el puro nacer de las palabras. Otras condiciones menos definidas: inspiración, sensibilidad, están siempre dispuestas a escaparse a un control de ominiscencia monárquica, mas sería ilusorio considerar que el dominio de la parte mecánica suprime los riesgos del fragmento inspirado, de los caprichos o de las amistades luciferinas, de la misma manera que en filosofía el definir, el distinguir, nombrar con gracia eficaz, no nos sirven para el otro saber de comunión, de religación. Quizás en una solución poética católica -que nadie puede estar seguro de su salvación- las consecuencias del apartamiento de esos secretos internos, mantenidos ocultos hasta su soltura total, nos darían el absoluto saber leal, llave o signo paradisíaco. "Los razonamientos delicados donde las conclusiones toman la apariencia de la adivinación." La adivinación después de una larga excusa, la cortesía que puede un día permitirse ls pascuas de un cumplido profetismo.

¿Podemos llegar algún día a definir con exactas palabras hasta ahora extremadamente peligrosas, como forma, ritmo, influencias, inspiración, composición? ¿No es acaso también un signo, que entre en las fórmulas matemáticas, la palabra infinito? Lástima que Valéry, en su afán de alcanzar esa claridad de definición que términos utilizados en la poesía, haya propuesto sustituir autor por productor, lector por consumidor, y gracias histórica por producción del valor de una obra de arte. ¿Llegaremos a precisar la valoración artística al extremo de exacto significado que en economía tiene la palabra valor, con sus acompañantes de motivaciones espirituales e históricas? ¿Sería conveniente sustituir la gracia de la materia con la que se debe trabajar  por el instrumento que nos permite operar? Tal vez volvamos a preguntarnos como en la antigua teología, si la presencia se verifica por la gracia de las palabras o por la virtud del que opera, del que prepara el Ascendimiento.

Cuidado, pues, con el número. Si se le utiliza como defensa y contentación, puede saltar la liebre y evitarnos la sorpresa gozosa. Y sabemos que William Blake colocaba el Ángel analítico entre Saturno y las estrellas fijas. Entre la autodestrucción y la monotonía de la operación constante, del seguro diamante.


Junio, 1938

José Lezama Lima

Confluencias

Montagne Sainte-Victoire





En cierta ocasión, en medio de los colores me sentí como en mi elemento. Los matorrales, los árboles, las nubes del cielo, incluso el asfalto de la calle tenían un brillo que no era ni de la luz de aquel día ni de la estación del año. El mundo de la Naturaleza y el de las obras del hombre, el uno a través del otro, me depararon un momento de beatitud que conozco por las imágenes de la duermevela (sin embargo, sin este elemento amenazador que anuncia lo extremo o lo último) y al que se le ha llamado el nunc stans: momento de eternidad. Los matorrales eran retama amarilla; los árboles eran pinos aislados de color marrón; las nubes, a través de la niebla que se había posado sobre la tierra, aparecían con un color azulado; el cielo (el mismo cielo que Stifter aún podía poner de un modo tan sosegado y tranquilo en sus narraciones) era azul. Me había parado en la cima de una colina de la Route Paul Cézanne, que, en dirección al este, va de Aix-en-Provence al pueblo de Le Tholonet.


La observación de mi padrastro me resultó repulsiva inmediatamente. Pero ¿por qué en mi memoria ha quedado asociada al fresco marrón rojizo del huerto que aquel hombre terminaba de cavar?

Como sea, lo que ha quedado de aquel incidente ha sido el color de la tierra. Cuando ahora busco este momento ya no me veo como el joven de pocos años que era entonces sino como un ser atemporal, sin perfil, como mi yo deseado, metido completamente dentro del marrón rojizo, como dentro de una claridad gracias a la cual puedo comprenderme a mí mismo y también al soldado que era entonces. (Uno de los primeros recuerdos de Stifter eran las manchas oscuras que había en él. Más tarde supo «que eran bosques que había fuera». Ahora sus narraciones abren en mí una y otra vez zonas coloreadas en bosques cualesquiera).


En un relato que escribí cinco años antes, un paisaje, aunque era llano, se abovedaba y se acercaba tanto al protagonista que parecía expulsarlo de él. Sin embargo, el mundo de 1974 —un mundo completamente distinto, dilatado, cóncavo, que libraba de toda opresión y que pensaba en el cuerpo libremente— sigue estando ante mí como un descubrimiento que debo transmitir.


«Trasladarse con el sueño al interior de las cosas»: esta era desde hacía tiempo una máxima al escribir: representarse los objetos que hay que apresar, de tal modo que parezca que los estoy viendo en un sueño, con el convencimiento de que allí, y solo allí, es donde aparecen en su esencia. Entonces, en torno al que escribía estos objetos formaban una arboleda desde la cual este, y muchas veces solo forzado por la necesidad, volvía a encontrar una vida. Es cierto que repetidamente veía en las cosas algo esencial, pero esto no se podía transmitir a los demás; y cuando se empeñaba en fijarlo dejaba de estar seguro de sí mismo. No, los cuadros mágicos —ni los de los cipreses— no eran los verdaderos cuadros para mí. En su interior se encuentra una Nada, ajena totalmente a la paz, una nada a la que, por propia voluntad, no me gustaría volver jamás. Yo solo soy fuera, entre los colores del día.


Eran los trabajos de sus diez últimos años, una época en la que el pintor estaba tan cerca de la ansiada «realización» de cada uno de los objetos que pintaba, que los colores y las formas podían ya celebrar este objeto. («Entiendo por realidad y perfección una y la misma cosa», escribió el Filósofo). Y, sin embargo, en los cuadros no aparece ninguna luz suplementaria. Los objetos celebrados actúan por sus colores propios y hasta los paisajes luminosos forman un todo unitario que irradia oscuridad. Los campesinos anónimos de la Provenza de finales del siglo XIX, los protagonistas de los retratos están ahí, grandes, en primer plano y, al mismo tiempo, sin insignias especiales, reinan sobre un fondo de color de tierra que ellos poseen como si fuera su propio país.


Oscuridad, caminos, construcciones, fortalecimiento, trazo, ojos que se oscurecen: sí, era la conmoción. Y después de dos años de «estudio» incluso llega uno a encontrar una frase que corresponda a esto: el silencio de los cuadros actuaba aquí de un modo tan perfecto y total porque las líneas oscuras de una construcción fortalecían un rasgo- general a «cuya oscuridad» podía yo «pasar» (palabras del poeta) vivencia del salto con el que dos pares de ojos, distantes en el tiempo, se encontraban en la superficie de un cuadro.


«El cuadro empieza a temblar», anoté entonces. «Una liberación tal que puedo alabar y ensalzar a alguien».


La montaña se empieza a ver ya desde Le Tholonet. Es pelada y casi de un solo color; más un resplandor que un color. A veces uno puede confundir líneas de nubes con montañas de gran altura: aquí, por el contrario, a primera vista el brillo de la montaña da la impresión de ser un fenómeno celeste; a esto contribuye también el movimiento petrificado, como si no hubiera ocurrido antes de ningún tiempo, de los flancos de las rocas, que caen paralelamente, y de los plegamientos, que continúan horizontalmente en el zócalo. La montaña da la impresión de haber caído de arriba, de la atmósfera casi monocolor, como un fluido que luego se hubiera solidificado aquí en forma de pequeño macizo cósmico.

Por lo demás, muchas veces, en las superficies lejanas es posible observar fenómenos peculiares: estos últimos planos, a pesar de carecer de forma, cambian así que, por ejemplo, un pájaro levanta el vuelo por el tramo vacío que hay entre nosotros y ellos. Las superficies se alejan y además toman forma de un modo claramente perceptible; y el aire que hay entre los ojos y ellas se materializa. Lo conocido hasta la saciedad, lo vinculado al lugar y lo que por obra de los nombres vulgares se ha convertido en algo que parece no ser objeto, en esta ocasión, por una vez, se encuentra en la verdadera lejanía; como «mi objeto»; con su verdadero nombre. Aquí, donde se ha escrito esto, se dio este fenómeno, no solo en aquella meseta, brillante de nieve, de la lejana «sierra de Tenne», sino también en el «merendero» que está junto al Salzach y que, en cierta ocasión, gracias a una bandada de gaviotas que giraban en círculo, apareció como La casa del otro lado del río; del mismo modo como en otra ocasión el «Kapuzinerberg», con una sola golondrina que pasaba por delante, de una forma insospechada, abrió sus profundidades y estaba allí como monte doméstico, un nuevo concepto —siempre abierto, nunca velado.

El gran imperio neerlandés del siglo XVII cultivó el género pictórico de los «paisajes del mundo», que debían arrebatar la mirada al infinito; y algunos pintores de este imperio emplearon con este fin el truco de poner en el centro pájaros volando («Y ningún pájaro que le salvara el paisaje», leemos en un relato de Borges). Pero ¿no es posible también que un autobús que pasa por un puente, con las siluetas de los pasajeros y los marcos de las ventanas, acerque un cielo lejano? ¿No basta el color marrón de un árbol para que el azul que brilla a través de él se convierta en una forma? El Sainte-Victoire, sin bandada de pájaros (o alguna otra cosa) entre él y yo, estaba lejos, no obstante estaba ante mí de un modo inmediato.


De uno de estos fragmentos de corteza llegaba un sonido estridente especialmente cercano; pero la cigarra que lo producía era de un color gris tan igual al de la corteza que no la vi hasta que se movió y empezó a bajar por el tronco, reculando. Las largas alas eran transparentes con nervaduras negras. Le tiré una ramita y entonces fueron dos las que salieron volando, gritando como espíritus a los que no se deja en paz. Luego, al mirarlas, en la pared de la montaña, junto con los oscuros matorrales que crecían en las grietas de la roca, se repitió la muestra de las alas de las cigarras.


El «derecho a escribir» —que yo necesitaba para cada trabajo— se anunció ya aquella vez, bajando del Sainte-Victoire, cuando conseguí hacer la crítica de mí mismo (en vez de, como ocurre normalmente bajando, hundirme en mí mismo y ponerme de mal humor). Delante de una mancha brillante de una pradera —donde pensé inmediatamente en un «jardín del paraíso» y donde hasta los pequeños montículos formados por los topos se me aparecieron al principio «como si estuvieran en el azul lejano—, —me advertí a mí mismo—: No estés pensando siempre en comparaciones con el cielo cuando se trata de la belleza: mira la tierra. Habla de la tierra, o simplemente de la mancha de tierra que hay aquí. Nómbrala, con sus colores».


Cézanne, una vez que le pidieron que describiera lo que entendía por «motivo», acercó «muy despacio» los dedos abiertos de ambas manos, unos frente a otros, los dobló y los entrelazó. Cuando leí esto recordé que al mirar un cuadro vi los pinos y las rocas como signos entrelazados de una escritura tan clara como indeterminable. En una carta, seguí leyendo, Cézanne decía que él no pintaba «al natural», en absoluto, que sus cuadros eran más bien «construcciones y armonías que guardaban un paralelismo con la naturaleza». Y luego, con el cine, comprendí esto: las cosas, los pinos y las rocas, en aquel momento histórico plasmado sobre la pura superficie —final irreversible de la ilusión espacial—, ¡pero comprometidos con el lugar concreto en sus formas y colores! («au- dessus de Château-Noir»), se habían entrelazado formando una escritura única e irrepetible de la historia de la Humanidad.


Cosa-cuadro-escritura unidos: es lo inaudito..., y, sin embargo, todavía no transmite la totalidad de mi sensación de cercanía. Con esto tiene que ver ahora aquella planta de interior, sola, que una vez, mirando por la ventana, vi delante del paisaje como si fuera un signo de escritura china: las rocas y los árboles de Cézanne eran más que estos signos; más que puras formas sin rastro de la tierra: además de eso estaban entrelazadas unas con otras por el trazo dramático (y por los pequeños trazos) de la mano del pintor y se habían convertido en conjuros..., y a mí, que al principio solo podía pensar, me parecen esto: «¡tan cercanas!», enlazadas ahora con los primeros dibujos de cuevas. Eran las cosas; eran los cuadros; eran la escritura; eran el trazo... y todo formaba un acorde.

Dentro de unos cuantos siglos todo será plano, había escrito el pintor desde l’Estaque, y añadía: «Pero lo poco que queda es aún muy caro al corazón y a la mirada». Y en la época de los cuadros roca-y-árbol, treinta años después, decía: «Mal. Tenemos que darnos prisa si queremos ver algo todavía. Todo desaparece».

Las peras, melocotones, manzanas y cebollas, los jarrones, cuencos y botellas, incluso gracias a las leves deformaciones y las superficies inclinadas, aparecen como cosas de cuento que van a empezar a vivir de un momento a otro, y no obstante se ve claramente que es el momento anterior al terremoto: como si fueran las últimas cosas.


Porque de algo no hay duda: casi todo ha desaparecido. En un montón de frutas basta con el amarillo mate de una naranja encerada para que ya no pueda imaginarme nada más. ¿Dónde está el color que todavía sale de la sustancia de la cosa? ¿Qué cosa de ahora es materia para el ojo? Por esto tengo tanta necesidad de buscar una naturaleza inviolada. Esto puede ser en todo momento lo sublime, pero a la vez me trae en todo momento el horror ante un horizonte que va a engullirme. Por esto, necesitando durar, me hundo intencionadamente en las cosas cotidianas, las cosas hechas. ¿No es verdad que acabo de ver cómo en el azul gris del asfalto resplandece un bosquecillo de hayas? ¿No ha ocurrido a veces que el retumbar del avión de la tarde ha hecho comenzar un nuevo día? La estrella de latón del jersey de la niña, ¿no es una cosa acreditada? Y las bolsas de plástico, al fin aliviadas del peso de los periódicos, ¿no tiemblan al sol como faldas plisadas claras y luminosas? Sí, pero esto no es la cotidianeidad. La queja se convierte en algo posible: la cotidianeidad se ha vuelto mala. Existe solo la belleza episódica, triste, que rodea las cosas hechas, y esta ya no es algo en cuyo regreso podamos confiar y, por tanto, sigue siendo irreal. (Sí, es verdad, después de Aix, en el suelo rojo de material sintético del aeropuerto de Marsella he visto por un momento el brillo de la marga del Sainte- Victoire...). ¡Feliz pues aquel a quien en casa le esperan dos ojos!


Durante un tiempo me estuvo rondando la idea de describir uno por uno los acontecimientos —la montaña y yo, los cuadros y yo— y ponerlos unos junto a otros en forma de fragmentos inconexos. Pero luego el carácter fragmentario que esto tendría lo vi como lo fácil, porque no iba a poder ser el resultado de un esfuerzo que anhela la unidad y que tal vez fracasa en esta empresa, sino un método previo seguro y fiable.

En El pobre jugador, de Grillparzer, leí entonces: «Yo temblaba de tanto ansiar la unidad del contexto». Y de este modo volvió el gusto por la unidad en todo. Lo sabía: la unidad del contexto es posible. Todos y cada uno de los momentos de mi vida encajan unos con otros, sin necesidad de elementos intermedios auxiliares. Existe una conexión inmediata; lo único que tengo que hacer es liberarla con la fantasía. Y al mismo tiempo vino la angustia que yo conozco muy bien: porque sabía también que las analogías no podían producirse de un modo fácil; en contraposición con la diaria confusión que había en mi cabeza, ellas eran los frutos dorados de la fantasía; después de ardientes sacudidas; estaban allí como las verdaderas comparaciones, y de este modo, según las palabras del poeta, empezaban formando «el gran resplandor de la frente de la obra». La confianza en estas analogías que mantienen la coherencia del relato ¿no era, una y otra vez, una osadía?


Una vez, contaba, salió en busca del «abrigo de los abrigos». Además confiaba en tener fuerza para ello, pero al final fracasó en el «problema de la conexión», un problema que yo, como escritor, decía, conocía sin duda. (Decía que con este fracaso había perdido su «manía de grandeza»). A pesar de todo, la parte del abrigo de los abrigos que había hecho era tan bella que cuando se lo ponía, en el metro la gente la mirada extasiada.

 

Con el tiempo la meseta se iba quedando en silencio, de modo que los pequeños ruidos de los distintos llanos llegaban como sonidos de campanas. Lo que se veía en el oscuro interior de una piña por entre las laminillas abiertas llevaba al mismo tiempo a las grietas azules que había en una capa de cirrus que pasaba por el cielo a gran altura, y el pensar en la voz de un pájaro se convertía en esta voz misma.

Por la pared misma de la montaña pasaban las sombras de las nubes como si continuamente estuvieran corriendo cortinas; y al fin (temprana puesta de sol de mediados de diciembre), el macizo entero estaba tranquilo dentro de un fulgor amarillo, como si fuera de cristal, sin que, no obstante, como ocurre con otras montañas, impidiera el regreso. Y sentí la estructura de todas estas cosas dentro de mí, como si fueran mis armas. ¡TRIUNFO!, pensé, como si el Todo estuviera ya felizmente escrito. Y me reí.

D. había vuelto a participar con el pensamiento y podía contestar inmediatamente a mi pregunta sobre el problema de la conexión y la transmisión. Incluso se había traído las muestras de las distintas telas que tenía destinadas para el abrigo: brocado, seda de raso y damasco.

«Bueno, tengo que contarte la historia del abrigo. La cosa empezó con que yo llamé la gran idea a aquello en lo que había estado pensando. El abrigo tenía que encarnarla.

»Empecé con una manga. Inmediatamente me encontré con dificultades al quererle dar a la materia floja e inestable de la tela la forma abombada y rígida que yo quería. Me decidí a trabajar con las telas sobre una capa gruesa de lana.

»La manga estaba lista. Me parecía tan bella, tan preciosa, que pensé que para las otras partes del abrigo no iba a tener la misma fuerza.

»Pensé en mi idea; en los momentos de tensión y repentino relajamiento de la naturaleza; cómo de una cosa se pasa a otra.

»Todos los días miraba el abrigo empezado, una o dos horas; comparaba las partes con mi idea y pensaba en la continuación.

»La parte superior estaba lista. Por lo que hace a la parte inferior perdí la idea de conjunto. Cosía unas piezas con otras y terminaban revelándose como carentes de conexión con la parte de arriba. Ahora, el trabajo se hizo especialmente difícil, debido al peso de las telas, finas y recias, cosidas unas dentro de otras, y cuando cosía a máquina tenía que aguantarlas en alto, atenta siempre a que nada resbalara.

»Puse las distintas partes unas junto a otras delante de mí; nada armonizaba con nada. Estaba esperando el momento en que de repente encontraría la imagen única.

»Durante el tiempo en que estuve mirando y probando, estaba sintiendo una debilidad en el cuerpo, me veía incapaz. Me prohibí pensar siquiera en la gran idea.

Las reproducciones y los planos de los tejados construidos por los chinos se convirtieron para mí en algo apasionante, y el problema del modo de descargar los pesos por medio de las transmisiones adecuadas. Vi que había por todas partes un ámbito de lo intermedio.

»Después de muchos días, sin pensar más, cosí las partes unas con otras y en un lugar de la falda puse un abombamiento hacia adentro. La seguridad que sentía me infundía una gran excitación.

»Colgué el abrigo en la pared. Todos los días lo examinaba y empecé a apreciarlo. Era mejor que todos mis otros vestidos y no era perfecto.

»Al confeccionar un vestido, para continuar el trabajo hay que retener en la memoria cada una de las formas que ya se han utilizado. Sin embargo, no puedo verme obligada a citar interiormente estas formas, tengo que ver inmediatamente el color que sigue, el definitivo. En cada caso no hay más que un color adecuado, y la forma es lo que decide la masa de este color y tiene que resolver el problema de la transición.

»Para mí, la transición tiene que ser algo que separe claramente y que a la vez junte unas partes con otras». 


Peter Handke

La doctrina del Sainte-Victoire