Me viene a la
memoria Sáenz de Oíza, explicando en 1990, en una charla en el Colegio de
Arquitectos de Zaragoza, el absoluto deslumbramiento que le produjo cuando
acudió a una exposición sobre aerodinámica en Londres, y percibió, como una
iluminación, que esa idea espacial, esas estructuras envolventes preparadas
para el vuelo, estaban relacionadas con una arquitectura soñada durante tantos
años por él. Pues bien, cada libro nuevo de Ruiz de Samaniego se conforma como
esas estructuras aerodinámicas, dentro de las cuales se permite soñar y hacer
volar el pensamiento, y a su vez son parte generativa del mismo.
Digo esto porque
una de las primeras peculiaridades de este El
espacio salvado, que acaba de editar Shangrila, es precisamente su proceso de formación. Ruiz de Samaniego
ha procurado que la obra nazca sola. Al igual que Henri Michaux cuando nos dice que a veces los colores de Klee parecen haber nacido
lentamente sobre el lienzo, emanados de un fondo primordial, "exhalados en
el sitio oportuno" como una pátina o un moho, El espacio salvado da la apariencia de haber nacido solo, a pesar
de su autor. Las reflexiones sobre el Álbum de imágenes parecen haberse ido
colocando solas. Es en ese sentido que su estructura es diferente a la de otros
de sus libros. En La ciudad desnuda,
esa reflexión sobre el triunfo del espacio sobre el tiempo en la obra de Perec,
se conforma como las ramas de un árbol y sus cortezas. En Cuerpos a la deriva, como una mitología del viaje, del viaje como
fuga, -“La línea de fuga como
desterritorialización”, que nos dice Deleuze- su estructura es geográfica,
construida a partir de la ensoñación del agua, donde subyace el eterno viaje de
Ulises, del capitán Ahab, o del mismo Fellini en E la nave va. Samaniego va desde la expedición de Shackleton a la
Antártida, última fuga hasta la frontera de lo visible en toda su extensión, hasta
la ensoñación de las aguas de Venecia donde “el espacio nunca es una extensión”. Su propia estructura es una línea de fuga. En Hombres y Dioses
esa estructura deviene en cuatro capítulos herméticos, a modo de cuatro pilares equidistantes dentro de los cuales se delimita un mismo espacio. En El espacio salvado su estructura deviene fósil. Un fósil en el cual sus páginas se generan como el plegado de las capas geológicas. Un fósil que nos
recuerda al cristal que nos describe Italo Calvino en sus Seis propuestas para
el próximo milenio:
“El cristal, con su talla exacta y su capacidad de refractar la luz, es
el modelo de perfección que siempre ha sido mi emblema, y esta predilección
resulta más significativa desde que se sabe que ciertas propiedades del
nacimiento y crecimiento de los cristales se asemejan a las de los seres
biológicos más elementales, constituyendo así casi un puente entre el mundo
mineral y la materia viviente.”
Calvino lo usa como emblema
de toda una constelación de autores:
“El emblema del cristal podría caracterizar a una constelación de poetas
y escritores muy diferentes entre sí, como Paul Valéry en Francia, Wallace
Stevens en los Estados Unidos, Gottfried Benn en Alemania, Fernando Pessoa en
Portugal, Ramón Gómez de la Serna en España, Massimo Botempelli en Italia,
Jorge Luis Borges en Argentina.”
Alberto Ruiz de Samaniego es
muy consciente de sus raíces. De hecho, en sus libros pretende perforarlas
hasta el extremo para abrirlas a la luz, a la vez que procura captar en el
mismo movimiento todo lo intangible, lo invisible y etéreo; lo que se encuentra en la
frontera de la mirada, lo más móvil y leve en cuanto que lo más enterrado, lo más
fantasmático. Esa disyunción de la mirada es piedra angular en toda su obra.
Dicho de otro modo, en palabras de nuevo de Gilles Deleuze, esta vez comentando
la filmografía de Straub: “A la vez que
aquello de lo que nos hablaba, la palabra elevándose en el aire, aquello de lo
que se nos hablaba va hundiéndose bajo el suelo”.
No es coincidencia que una
de las frases subrayadas por Ruiz de Samaniego en Diario de la mirada de Bernard Noël sea “La visión del límite no es soportable: el aire tiembla, y es entonces
cuando se le ve: es la sustancia del temblor.” Unas líneas más abajo Noël
escribe: “El sentido es siempre lo que no
se ve, lo que permanece "invisible" y, sin embargo, está incluido en
lo visible.”. Toda la obra de Ruiz de Samaniego como una pregunta, ¿Qué es
una mirada? ¿Cuáles son los límites de su percepción?
Hijo consciente
de la Modernidad, se le podría describir con estas palabras de Merleau-Ponty en
El ojo y el espíritu:
“El esfuerzo de la pintura moderna no ha consistido
tanto en elegir entre la línea y el color, o incluso entre la figuración de las
cosas y la creación de los signos, como en multiplicar los sistemas de
equivalencias, en romper su adherencia a la envoltura de las cosas, lo cual
puede exigir que se creen nuevos materiales o nuevos medios de expresión, pero
que se hace a veces mediante el nuevo examen e investidura de los materiales ya
existentes.”
Tras leer El espacio salvado, tras salir de ese
crisol de imágenes y textos, hay algunos que quedan más en la memoria. En mi caso
recuerdo nítidamente los comentarios sobre Giotto, Pessoa, Pessoa con
Klee, Degas, Corot, Rousseau, Molder, Caravaggio y Rodchenko, estos dos tenían
cierta conexión, Michelangelo, Gauguin, Morandi... El autor incita a negar la lectura lineal, para
atravesar el libro con un recorrido al azar, uno entre las muchas bifurcaciones posibles.
El espacio salvado es un catálogo continuo de agujeros. A nada
que se ojean sus imágenes y textos se percibe claramente que gran parte del
libro está perforado sistemáticamente por círculos u orificios. El Círculo negro de Malevitch, el
ready-made Rueda de bicicleta de Duchamp,
la ventana interior de Las Hilanderas,
la fotografía de Matta-Clarck, la boca de la cantante en el pastel de Degas, el
cristal de las gafas de la madre de Rodchenko, un cráneo de Zurbarán, la mano
de Dios del maestro de Taüll, el ojo del burro pintado por Caravaggio, la luna
de Rousseau, el límite del bosque de Altdorfer... Todo son perforaciones,
puntos de vista, fugas. Aparecen también una multitud de ventanas. No solo se habla de cuerpos y
rostros, o estancias, como se propone en el índice. Vemos surgir bocas, descripciones de bocas, manos, ojos, el yo, la sombra, la historia... Todo deviene
crisol rizomático y fragmentación, al acecho del brillo del pensamiento
decisivo, de tal forma que se reflejen unos en otros, como pequeños espejos,
caras de ese cristal.
Hay una cita de
Wittgenstein que Ruiz de Samaniego escribe en las primeras páginas: “El sujeto no pertenece al mundo, sino que es un límite del mundo.” No se me ocurre mejor
cuaderno de bitácora tanto para la creación de este libro como para su lectura.
Se pueden apreciar tantas lecturas como clasificaciones, y aún así se vislumbran los temas de referencia
del autor, sus grandes obsesiones. Cito la frase: "solo queda la huella
de la infinita explosión como una escritura que se pierde sin fin...” o un
par de líneas más abajo vemos como aparecen las palabras con la que iniciábamos este texto, "el reverso deslumbrante de lo visible”. Imposible no acordarse de Octavio
Paz en El mono gramático:
“Frases que son lianas que son manchas de humedad que
son sombras proyectadas por el fuego en una habitación no descrita que son la
masa oscura de la arboleda de las hayas y los álamos azotada por el viento a
unos trescientos metros de mi ventana que son demostraciones de luz y sombra a
propósito de una realidad vegetal a la hora del sol poniente por las que el
tiempo en una alegoría de sí mismo nos imparte lecciones de sabiduría tan
pronto formuladas como destruidas por el más ligero parpadeo de la luz o de la
sombra que no son sino el tiempo en sus encarnaciones y desencarnaciones que
son las frases que escribo en este papel y que conforme las leo desaparecen:
no son las sensaciones, las percepciones, las
imaginaciones y los pensamientos que se encienden y apagan aquí, ahora,
mientras escribo o mientras leo lo que escribo:
no son lo que veo ni lo que vi, son el reverso
de lo visto y de la vista -pero no son lo invisible: son el residuo no dicho, no son el otro lado de la realidad sino el otro
lado del lenguaje, lo que tenemos en la punta de la lengua y se desvanece antes
de ser dicho, el otro lado que no puede ser nombrado.”
Es en este sentido que hay
una parte importante del libro que se situa en esta reflexión de Goethe:
“Voy a decirle algo que le servirá para toda la vida: en la naturaleza
hay una parte que nos es accesible y otra que no lo es. Hay que distinguir
entre estas dos partes, tenerlas muy en cuenta y respetarlas. El mero hecho de
saber que existen ya nos resulta muy útil, aunque siempre será muy difícil ver
dónde acaba la una y dónde empieza la otra. Quien no lo sepa puede que se pase
la vida entera atormentándose en pos de lo inaccesible y sin aproximarse nunca
a la verdad. Pero quien sea sabio e inteligente se atendrá a aquella parte a la
que puede acceder, y, en la medida en que recorra esta región en todas las
direcciones y se reafirme en su conocimiento de ella, tal vez incluso consiga
arrebatarle algo a la inaccesible.”
J. P. Eckermann
Conversaciones con Goethe
Estas palabras de Ruiz de Samaniego
comentando a Corot: “Proust tenía razón.
Las telas de Corot pueden ser muy pequeñas, pero los paisajes son inmensos. La tierra necesita distancias”, bien podrían describir su propio libro.
Esa misma fragmentación
afecta al propio autor. En cierta manera, Alberto Ruiz de Samaniego tiene un gran parecido con su
admirado Fernando Pessoa y sus heterónimos. Existe un Samaniego poeta, existe el Samaniego que podíamos
llamar minero o arqueólogo, que excava hasta el fondo
del mito, de su raíz, hasta llegar a la sensación de desnudez en la percepción,
hasta llegar a campo abierto. También el Samaniego que podríamos llamar mago, o tahúr de los nuevos desplazamientos de ideas y sus combinaciones. Siempre conectando
cosas como si sacara el conejo blanco de la chistera. El mago aparece a veces
a la vez que el minero o el poeta. Y después está el llamado académico, el que suele generar el marco descriptivo, que se mezcla menos, pero se
mezcla, y que construye las estructuras antes referidas para que los demás
alcen el vuelo.
No nos olvidemos de la gran
amistad que unía a Ruiz de Samaniego con Eugenio Trías. No se me ocurre mejor
forma de acabar estas anotaciones que con este fragmento suyo de Ciudad sobre ciudad. En él estaba ya el
germen de este libro.
“Creo que toda innovación en filosofía consiste en desplazar el centro
de gravedad de los conceptos principales que la componen, o en trasladar al
centro algún concepto que suele hallarse muchas veces en la periferia de las
nociones o ideas que en toda filosofía se manejan.
(…)
La distinción entre una filosofía creadora,
portadora de su propia propuesta, y otra simplemente epigonal radica en este
sensible punto.
(...)
Ese desplazamiento (del centro de gravedad, o de
la relación de centro y periferia) debe ser de tal orden que por su sola
modificación cambie y transforme, una por una, las grandes ideas y las grandes
cuestiones en que suele discurrir la filosofía: las relativas al concepto de
ser y de realidad, o de existencia, que podemos hacernos; o al concepto de
razón, pensamiento y lenguaje; o de lo que podemos conocer; o de lo que debemos
hacer; o de las formas de producción o poiesis; o de los modos de orientarse en relación a lo sagrado;
o bien, por último, en relación a nuestra propia condición (humana).