15.11.11
Y en todos esos gestos, en esas actitudes angulosas y bruscamente abandonadas, en esas modulaciones sincopadas del fondo de la garganta, en esas frases musicales que se interrumpen de pronto, en esos vuelos de élitros, en esos rumores de follaje, en esos sonidos de cajas huecas, en esos chirridos de autómatas, en esas danzas de maniquíes animados hay algo realmente curioso: por medio de ese laberinto de gestos, actitudes y gritos repentinos, por medio de esas evoluciones y giros que no dejan de utilizar porción alguna de espacio escénico se revela el sentido de un nuevo lenguaje físico basado en signos y no ya en palabras. Estos actores, con sus ropajes geométricos, parecen jeroglíficos animados. Y no sólo la forma de sus ropas (que desplazan el eje de la talla humana crea junto a las vestimentas de esos guerreros en estado de trance y perpetua guerra una suerte de vestimentas simbólicas, de ropajes segundos) inspira una idea intelectual, o simplemente se relaciona por los entrecruzamientos de sus líneas con los entrecruzamientos de las perspectivas del espacio. (...) Estos temblores, esos chillidos pueriles, ese talón que golpea el suelo cadenciosamente, con el automatismo propio del inconsciente liberado, ese doble que en un determinado momento se oculta tras su propia realidad.
(...) Y las más imperiosas correspondencias unen perpetuamente la vista y el oído, el intelecto y la sensibilidad, el gesto de un personaje y la evocación del movimiento de una planta en el grito de un instrumento. Los suspiros de un instrumento de viento prolongan las vibraciones de las cuerdas vocales con una impresión tal de identidad que no sabemos si la voz misma se prolonga o la identidad ha absorbido la voz desde el principio. Una armonía de articulaciones, el ángulo musical del brazo con el antebrazo, un pie que cae, una rodilla que se dobla, dedos que parecen separarse de la mano, todo es un conjunto perpetuo de espejos, donde los miembros humanos parecen emitir ecos, músicas; donde las notas de la orquesta, los soplos de los instrumentosde viento evocan la idea de una monstruosa pajarera donde aletearan los actores.
(...) Entre un gesto y un grito o un sonido no hay transición.
(...) Aparte de la prodigiosa matemática de este espectáculo, lo que nos parece más sorprendente y admirable es es aspecto de la materia como revelación, de pronto desmenuzada en signos que nos muestran en gestos perdurables la identidad metafísica de lo concreto y lo abstracto.
(...) Las obras balinesas se forman en el centromismo de la materia, en el centro de la vida, en el centro de la realidad.
(...) Asistimos a una alquimia mental que transforma el estado espiritual en un gesto: el gesto seco, desnudo, lineal que podría tener todos nuestros actos si apuntamos a lo absoluto.
Antonin Artaud
El teatro y su doble