16.5.12



... Vamos viendo a la muerte enfrente, en los espejos. Y de Narciso queda sólo la ninfa Eco, vengadora y lejana.
Jean Cocteau lo decía: "Les miroirs sont les portes par lesquelles la mort vient et va. Du reste, regardez-vous toute votre vie dans un miroir et vous verrez la mort travailler comme les abeilles dans une ruche de verre".
Pero el mito de Orfeo es quizá más terrible; al mirar la muerte, en Eurídice, sólo encuentra la nada, la soledad absoluta. Es decir, el vacío, la Muerte.
A los poetas, de siempre, les ha preocupado, angustiado, el tema de los espejos. A los pintores también, aunque de otra manera.
Ese conflicto entre la ¿realidad? del fugaz instante y el anhelo poderoso de perennidad puede expresarlo un artista como Rembrandt, en sus obsesivas series de autorretratos, aunque el lenguaje plástico de cada uno sea diferente.
En Velázquez es juego de ingenio, sutileza intelectual, muy radicada en su estar allí y entonces. Ilusionismo barroco con lo posible. Elude referirse a lo inmediato, con su desnuda crudeza, y desplaza por ello el drama, el patetismo que dimana de todo encuentro entre los seres y las cosas.
Eduardo Sanz, con sus espejos truncados, incididos, rotos, crea la posibilidad de una coparticipación entre el objeto y el individuo expectante. Digo expectante, que no espectador, porque ante y en estas obras, el hombre pasa a ser elemento integrante del objeto. (...)
La materia de que está compuesta cada una de estas obras es, fundamentalmente, el cristal azogado. De muy distintas calidades, vejez, matiz. Espejos de interiores húmedos, antiguos, de Norte ante el mar, que han reflejado muchas veces la sombra de las gaviotas y la nostalgia de otras tierras o mares donde alguien se quedó para siempre.
Espejos limpios, asépticos, como un cartel que cambia cada día.
Espejos deformantes, donde uno se ve grotesco personaje de Gran Guignol, enano oscuro a veces o espiritado caballero.
Espejos de encuadre frívolo, galante, por lo que pasa, un instante, una figura chapliniana, con su tragedia en la sonrisa.
Algún espejo agrio. (...)
Desde luego, Eduardo Sanz construye sus obras con una refinada intención, casi maliciosa, conjugando esquemas de sereno equilibrio "informal" con notas de chocante "feísmo", con lo que impone el recuerdo de esa gran comarca en que domina la muerte, en ámbitos tranquilos, de impecable elegancia.
Por otra parte, la estructura, el esquema lineal de estas construcciones de Eduardo Sanz se corresponde sintéticamente con su obra anterior. Allí, un elemento constante: un astro, el resumen de una ola, la curva de una playa. Aquí, el astro, la luz, persiste; está detrás de los espejos. Y no hay color, están todos los colores, sus reflejos, sus sombras. Sólo que ahora cambia de silencio. El recuerdo es silencio, como el color parado. Y estos espejos, en su trasfondo, no son la negación del recuerdo, sino su imposibilidad. Todo lo contrario del concepto stendhaliano del espejo, tantas veces repetido. (...)

Manuel Conde
La comunicabilidad de Eduardo Sanz