20.5.12
Muerte en Venecia, 1971. Luchino Visconti
20 de enero
A la una, llegada a Venecia. Hace frío, pero con sol. Me sorprende de nuevo toda esta hermosura. Ahora, en el invierno, parece todo más preciso, más de cristal, y a un mismo tiempo más soñado.
25 de enero
Existen, posiblemente, muchas Venecias, pero dos de ellas, al menos, muy marcadas: la de cristal, fantasmal, tornasol, transparente, y otra un tanto cochambrosa, lujosa, carnosa, corórea, casi... realista.
El oleaje sobre los escalones de mármol.
29 de enero
De nuevo el chocar del agua marina en el mármol de los escalones me produce una sensación extraña; tiene algo de carnal, de sonido carnal.
31 de enero
Amanece con tanta niebla que no veo, al abrir el balcón, no ya la orilla de enfrente, sino las góndolas o las barcazas que pasan por el centro del Canal Grande. Salgo y voy al Florian a tomar un café; San Marcos y el Ducale están maravillosos. Parecen, no algo corpóreo que la niebla lograra borrar en unos instantes, sino algo ideado, pensado, y que empezara, de pronto, a tomar cuerpo, a convertirse en piedra. Siempre, por lo demás, se está aquí en una extraña situación, diríamos, de metamorfosis inminente, acechante. Todo aquí parece estar a punto de volverse otra cosa.
10 de febrero
La Belleza en la Trattoria. La hija de la dueña viene algunas veces con una amiga suya que, al pronto, no parece muy guapa, pero más tarde resulta ser, decididamente, una belleza, es más, la belleza. Es de un rubio intenso, vigoroso, casi... verde. Muy clara de piel, pero no blanca, sino lívida -de un amarillo Nápoles rosado, pálido, desmayado-, no como algo sin color, sino como algo que lo ha perdido. Es, desde luego, un rostro de una gran perfección, de un gran rigor, de un gran vigor, construido y sostenido por leyes muy rigurosas y vigorosas, pero... terriblemente delicado. En las comisuras de los labios hay como una intimidad que da un poco de sofoco, de sonrojo, y no por el deseo que pudiéramos sentir, sino porque se tiene la sensación de sorprender algo, más que sensual, demasiado íntimo, demasiado propio, suyo en extremo, o mejor, no ya suyo, de ella, sino... para ella.
En la belleza -absoluta, pura- hay algo de... inhóspito y como vedado, que ha vuelto siempre loco -y a veces tonto- al hombre; se diría que el hombre no ha sabido comprender que la belleza existe, sí, pero no para esto o aquello, ni para nuestro uso, aunque tampoco... inútilmente, vanamente.
Quizá lo que ha querido, de una manera oscura, el hombre, al toparse con la belleza, ha sido más bien... borrarla, salir de ella, liberarse, desembarazarse de ella, y no como él ha supuesto siempre con tanta ingenuidad e infantilismo, apropiársela, es decir, poseerla.
"Poseerla" sería, pues, como una sustitución. Pero quizá todo, o casi todo, lo que vivimos no sea más que... sustituciones.
18 de febrero
Toda obra suprema parece estar asomada a una especie de... abismo. Incluso Velázquez -tan firme, tan segura, tan... justa- parece estar al borde de algo sin fondo, sin fin, que no acaba, que no concluye.
10 de marzo
Gide no podía aceptar así como así esa extraña fachada de San Marco, horrible acaso como ejemplo arquitectónico, pero sumamente hermosa como reliquia, como santa basura, como enigmático desperdicio marino dejado ahí por la marea. Es desde luego difícil de ver, de comprender, porque a veces -todo depende de la luz- es como una diadema, o un sombrero maltrecho, viejo, o un crustáceo monstruoso, o un instrumento musical y, claro, todo esto no podemos... juzgarlo así, tranquilamente, con nuestras... pobres y razonantes leyes, sino... vivirlo. Esa fachada, hija de nadie, levantada por nadie, ha ido formándose poco a poco ella misma, y hecha ya un amasijo de riquezas, se ha quedado ahí, en ese rincón, replegada y concentrada como una lechuza.
11 de marzo
La sonoridad especial de las campanas, por la tarde, con frío; todo muy claro, muy recortado, como de hierro, sin distancias, con toda la isla de San Giorgio aquí, dentro mismo de la Piazzetta.
7 de abril
Irme de aquí no significa, en absoluto, que me voy a Parigi (como reza en cambio mi billete de tren), ni a ninguna parte; una y otra cosa no se... continúan. Irse de Venecia es sólo eso, no puede ser más que eso: irse de Venecia y... basta, es decir, es algo que termina, radicalmente, en ese punto.
Una ciudad después de otra, un lugar después de otro, por muy diferentes que pudieran ser, no me habían producido nunca ese corte, esa separación de ahora, entre Venecia y todo lo demás, ya que seguía siendo yo mismo, el mismo que, simplemente, cambiaba de ciudad o de lugar -e incluso de emociones-, pero no de... persona. Pero aquí, después de tres meses largos, soy otra persona. La Serenissima no es sólo una ciudad, un lugar, sino una... existencia, y nos hace, armoniosamente, ser personas de esa existencia suya. Porque si a Venecia le damos tiempo puede empujarnos, enseñarnos a ver, a ser nosotros... en ella, desde ella. Nos ofrece una posibilidad del ser y del vivir; nos da como un... sentimiento de vida, de la vida, un sentimiento nuevo, inesperado -o perdido- de vida. Porque Venecia es, ante todo, un espacio, una concavidad; es la palma de una mano -una mano extendida al aire, a la lluvia, a la luz-; es un refugio abierto, expuesto a la intemperie. Nos acoge en su regazo, nos educa, nos madura; y nos regala una forma de estar, del estar, del sentirnos sin apenas movernos, ya que ese punto en donde por casualidad estamos, en donde por casualidad nos encontramos, es como un centro, un centro... suficiente.
Ramón Gaya
Diario de un pintor