Piedad Rondanini, 1540. Miguel Ángel Buonarroti.
Aquí tenemos, todo al mismo tiempo, locura y magia. El libro treinta y seis de la Historia natural empieza con la afirmación de que las constituyen "el dominio donde se manifiesta mejor la locura (insania) de las costumbres humanas", incluso si se hace abstracción de la loca fascinación de los humanos por el brillo de las piedras preciosas, del ámbar, del cristal. Esta locura consiste principalmente en el hecho de que extirpamos la sustancia misma de aquello que estaba destinado a condensarse, "replegado en las entrañas de la naturaleza", telluris visceribus densandis, escribe Plinio. "Y nosotros, sin más motivo que nuestro disfrute (nulla alia quam deliciarum causa), cortamos y transportamos los montes que antiguamente era un milagro sólo poder atravesar (...): Y ahora los rompemos para extraer de ellos mil especies de mármoles. Se abren promontorios para dar paso al mar, se nivela la naturaleza (rerum natura agitur in planum: se desplaza la naturaleza de las cosas hacia el plano)." Y finalmente, concluye Plinio, "¿cuáles son los resultados útilles, qué otros placeres provocan (esas obras, esos esfuerzos, todos esos sufrimientos para extraer los mármoles de la tierra), sino el de descansar en medio de las piedras de manchas coloreadas (inter maculas lapidum), como si, en verdad, las tinieblas nocturnas, que ocupan la mitad de la vida de cada cual, nos escondieran ese placer?".
En un sentido, toda esa "insania" de la fascinación humana por las piedras está relacionada con el juego de un intervalo: entre lo informe (las entrañas de la naturaleza) y el deseo de una forma (la piedra como ornamento o medio de representación mimética); entre lo inanimado y la fábula de una metamorfosis corporal. Ahora bien, la magia propia de las piedras induce o responde a esa fábula: consiste muy a menudo en un juego de o dentro de ese intervalo.
Georges Didi-Huberman
La pintura encarnada
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