Il Castello Incantato. Siciacca, Sicilia. Filippo Bentivegna
El castillo encantado de Filippo Bentivegna en Siciacca es una vibración de rostros infinita esculpidos compulsivamente en grandes acumulaciones de piedras. Unos colocados sobre otros con la intención de llenar el espacio, de que desaparezca cualquier resquicio del mismo. Son rostros con ojos cerrados, sin mirada, durmientes, inmersos en su propio mundo interior, que consecuentemente se prolongan por los árboles o surgiendo de cualquier elemento por el que pudiera llegar a descansar nuestra vista. El autor, apenas surgen a la luz, ya los abandona para comenzar a esculpir en una roca nueva. El proceso que sigue es de una repetición de los mismo gestos cortos y nerviosos ejecutados con rapidez y a la vez casi solo acariciando la piedra o la madera. La misma repetición una y otra vez obsesivamente, sin parar, durante todos los días, todos los años, hasta su muerte. Asemeja al surgimiento de una nueva civilización entera como dice Paco Carreño.
La frase "Cada piedra es una sueño" de Fernando Mejía, la que tantas veces he vuelto a ver detrás de poemas de muy distintos autores, aquí cobra toda su desnuda corporalidad. Cada piedra es un rostro, que es un latido, que se sueña en su forma.
Aún así intuyo que el mayor vértigo que nos produce el recinto viene del contraste entre la acumulación extrema de rostros durmientes en un exterior, y la ciudad lejana y etérea con ventanas infinitas dibujada en una pequeña habitación con apenas luz, en la cual se sigue la misma pauta desbordante. Viene de esa dislocación de crear ese mundo interior, sueño-tierra, en un exterior, a pleno sol, y a su vez un exterior, la ciudad-aire, en un interior cerrado con apenas luz. Nuestro subconsciente expuesto a plena luz mientras que se relega la memoria del mundo real a la oscuridad.
En este castillo situado apenas a cuarenta kilómetros del templo de Selinunte en Sicilia, Filippo Bentivegna con su vida de anacoreta iluminado consiguió que interior y exterior se volvieran uno mismo, o dicho de otro modo, que desaparecieran. Ya no existe diferencia entre la realidad y el sueño. Siendo llevado Bentivegna por una visión de la misma intensidad que la de Heróstrato cuando incendió el templo de Éfeso la misma noche que vino al mundo Alejandro, rey de Macedonia.
César Barrio