¿Qué significó para mí el encuentro con Heidegger en Provenza? Sin duda no consigo separarlo del lugar en el cual sucedió; su rostro a la vez apacible y severo, esos ojos tan encendidos e intransigentes no los he visto en nadie más, salvo en sueños. Hay en la vida acontecimientos y encuentros hasta tal punto decisivos que es imposible que entren del todo en la realidad. Suceden, cierto, y marcan el camino, pero nunca terminan, por así decirlo, de suceder. Encuentros, en este sentido, continuos, como los teólogos decían que Dios jamás deja de crear el mundo, que hay una creación continua del mundo. No dejan de acompañarnos hasta el final. Forman parte de lo que permanece inacabado en la vida, que va más allá de ella. Y lo que va más allá de la vida es lo que de ella queda.
Recuerdo, en la iglesia semiderruida de Thouzon, que visitamos en una de nuestras excursiones en Vaucluse, la paloma cátara esculpida dentro del arquitrabe de una ventana, de modo que nadie pudiese verla sin mirar en dirección opuesta a la habitual.
¿Qué ha sido de aquel pequeño grupo de personas que, en la fotografía de 1966, caminan juntas hacia Thouzon? Cada una a su manera había intentado más o menos conscientemente hacer algo de su vida -esos dos a la derecha, de espaldas, son René Char y Heidegger, detrás Dominique y yo- ¿qué ha sido de ellas, qué hay de nosotros? Dos fallecieron hace tiempo, las otras dos tienen, como suele decirse, una avanzada edad (¿avanzada hacia dónde?). Aquí no importa la obra sino la vida. Porque en ese atardecer soleado (las sombras son largas) estaban vivas y así lo sentían, cada una concentrada en sus pensamientos, es decir, en la porción de bien que había vislumbrado. ¿Qué ha sido de este bien, en el cual el pensamiento y la vida todavía no estaban desunidos, en el cual el pensamiento y la vida todavía no estaban desunidos, en el cual la sensación del sol sobre la piel y la sombra de las palabras en la mente se mezclaban con tanta felicidad?
Giorgio Agamben
Autorretrato en el estudio