Pintura en la gruta
El hombre comenzó por la extrañeza de su propia humanidad. o por la humanidad de su propia extrañeza. Se presentó en ella: se la presentó o figuró. (...) El esquema del hombre es la mostración de ese prodigio: sí fuera de sí -el fuera vale para sí- y él sorprendido frente a sí. La pintura pinta esa sorpresa. Esa sorpresa es pintura.
En esa mostración, todo se da de una vez: la sociedad de los semejantes, la inquietante familiaridad del animal, el sujeto surgido de su muerte, el sentido suspendido, la evidencia oscura. Todo se da con ese pase de manos que traza el contorno de una presencia extraña, directamente sobre una pared, una corteza o una piel (con él, casi con el mismo gesto, podría haberla aplastado, sofocado). También fue, tal vez, un canto. Es preciso escuchar al primer cantante acompañar al primer pintor.
La figura trazada presenta todo eso. es la huella de la extrañeza que viene como una intimidad abierta, experiencia más interior que cualquier intimidad, hundida como la gruta, abierta como la aperturidad y como la apariencia de la pared. La figura trazada es esa misma apertura, el espaciamiento mediante el cual el hombre llega al mundo y este mismo es un mundo: el acontecimiento de toda la presencia en su extrañeza absoluta.
Así, la pintura que comienza en las grutas (pero, también, las grutas inventadas por la pintura) es en primer lugar la mostración del comienzo del ser, antes de ser el inicio de la pintura.
Muestra con un trazo el extraño que él es, muestra la extrañeza del mundo al propio mundo, y muestra además su saber de la mostración y de su extrañamiento. Pues "mostrar" no es otra cosa que poner aparte, poner a distancia de presentación, salir de la pura presencia, ausentar y, así, absolutizar.
En ese sentido, el "arte" está presente en su totalidad desde el comienzo. Incluso consiste en eso: estar presente en su totalidad en el comienzo. (...) Pero, al mismo tiempo, no deja de transformar las formas de esa mostración infinita. Con un solo trazo, multiplica sin fin la historia de todos sus trazos.
El sentido que es el mundo directamente en sí mismo, ese sentido inmanente de ser ahí y nada más, viene a mostrar su trascendencia: que consiste en no tener sentido, en no inducir ni permitir su propia asunción en ninguna suerte de Idea ni de Fin, sino en presentarse siempre como su propio extrañamiento. (Ser ahí en cuanto el ahí está ahí, monstruosamente ahí, es ser el ahí mismo, hacer una incisión o una excisión en lo íntimo de su inmanencia, cortar, pintar la pared (paroi), su a-pared-cer (apparoitre): el ahí es siempre una gruta.)
Si la condición de una presencia, en general, es su situación en un lugar, en un tiempo y para un sujeto, el mundo, entonces, y el hombre en el mundo, es la presentación de una presencia sin presencia. Pues el mundo no tiene ni tiempo, ni lugar, ni sujeto. Es pura y simple presentación monstruosa, que se muestra como tal en el gesto del hombre que dibuja los contornos de la aparición que nada soporta ni delimita.
Así, las manos pintadas, sin duda por medio de una técnica de plantilla de estarcir (se las llama "manos en negativo") (...). La mano puesta sobre la pared, pegada a ella, no agarra nada. Ya no es una mano prensil; se la ofrece como la forma de una prensión imposible o abandonada. Una prensión que, en igual medida, suelta. La prensión de un abrir: el abrir de la forma.
Pero es entonces el silencio de toda pintura, de toda música, el silencio de la forma, de esa forma que no significa y tampoco halaga, pero muestra: el ritmo o el plan, el trazo o la cadencia. Por consiguiente, no se trata tampoco del silencio que retiene y reserva, sino del que deja sobrevenir la extrañeza del ser: su inmediata contigüidad, en la pared misma. Ese silencio no hace nada: expone todo.
El hombre comenzó en el silencio sosegadamente violento de un gesto: aquí, sobre una pared, la continuidad del ser era interrumpida por el nacimiento de una forma, y esa forma separada de todo, y que incluso separaba a la pared de su espesor opaco, dejaba ver la extrañeza del ser, sustancia o animal, que la trazaba, y de todo el ser en él.
Si las imágenes de las cavernas de nuestra prehistoria (que es tan poco nuestra a la vez que es la nuestra, que es nuestro destierro en nuestra propia tierra) nos emocionan, nos fascinan y nos tocan el alma, no sólo es en razón de su perturbadora antigüedad, sino, más bien, porque presentimos la emoción que nacía con ellas, esa emoción que era su nacimiento mismo (¿o cuya venida al mundo eran ellas?): risa y miedo, deseo y estupor frente a esa evidencia, tan poderosa como la pared de roca maciza, según la cual el contorno figurativo consuma lo que no puede consumarse, pone fin a lo no finito, y no lo sustrae así a lo infinito, sino que, muy por el contrario, le da el espacio vertiginoso de su presentación sin fin.
Bajo la tierra, como si tocara la ruptura de todo soporte y el fundamento de toda separación, el mundo entero salía a la superficie... (...)
Imaginemos lo inimaginable, el gesto del primer imaginero.
Que no procede por azar ni por proyecto. Su mano se adentra en un vacío, ahondando en el instante mismo, que lo separa de sí en vez de prolongar su ser en un acto. Pero esa separación es el acto de su ser. Helo aquí fuera de sí aun antes de haber sido en sí, antes de haber sido sí. A decir verdad, esa mano que avanza abre por sí sola ese vacío, aunque no lo colma. Abre la hiancia de una presencia que acaba de ausentarse con el avance de la mano.
Esta tantea, ciega y sorda a toda forma. Pues el animal que está en la gruta y hace ese gesto conoce cosas, seres, materiales, estructuras, signos y acciones. Pero ignora la forma, el elevarse de una figura, un ritmo, en su representación. Lo ignora, o es de inmediato eso mismo: levantamiento de la forma, figuración.
Por primera vez, toca la pared no como soporte, o como un obstáculo o un apoyo, sino como un lugar, si un lugar puede tocarse. Pero como un lugar donde dejar acaecer algo del ser interrumpido, de su extrañamiento. La pared de roca solo se hace espaciosa: acontecimiento de la dimensión y el trazo, del apartamiento y el aislamiento de una zona que no es ni un territorio de vida, ni una región del universo, sino un espaciamiento para dejar llegar, procedente de ninguna parte y vuelta hacia ninguna parte, toda la presencia del mundo.
La realidad misma de lo real, desconectada de cualquier uso, inviable, intratable y hasta intocable, densa y porosa, opaca y diáfana directamente sobre la pared, película impalpable e impasible en la superficie de la roca: la roca misma transfigurada, pura superficie, pero siempre sólida.
No una presencia: su vestigio o su nacimiento, su vestigio naciente, su huella, su monstruo.
Por lo demás, el mundo sólo es superficies sobre superficies: por mucho que se penetre detrás de la pared, no se encontrarán sino otras paredes, otros cortes, y estratos bajo estratos o caras sobre caras, laminado indefinido de capas de evidencia. Al peinar la pared, el animal monstrans no pone una figura sobre un soporte, levanta el espesor de este, la multiplica al infinito, y la figura misma ya no está sostenida por nada. Ya no hay fondo, o bien el fondo no es más que el advenimiento de las formas, la aparición del mundo.
Eso es el acontecimiento que se manifiesta en la punta del pedernal o el carbón del pintor en la gruta: helo aquí remedando el origen del mundo. No copia ese origen, adopta la postura que jamás tuvo lugar ni lo tendrá, porque no hay afuera del mundo. (Sólo hay el adentro del mundo, como el interior de una gruta.) Adopta la postura o el aspecto del gesto que da lugar al mundo (que le da lugar sin tener lugar con anterioridad a él). La gruta es el mundo, donde el dibujo hace surgir lo imposible fuera del mundo, y lo hace surgir en su imposibilidad misma.
Atrapado en esa postura, en medio de ese gesto, el primer pintor se ve, y el mundo con él, llegar a sí como aquel que él nunca fue ni será, como el extranjero llegado de ninguna parte, sin ir, entonces, ni venir: únicamente puesto, separado, aislado en un trazo frente a sí.
Entonces, el ojo que hasta aquí no ha hecho más que percibir las cosas se descubre viendo. Ve esto: que ve. Ve que ve ahí: ve donde hay algo del mundo que se muestra. Y siempre es ver también en la noche de la gruta, la mirada recta tendida hacia la profundidad negra. Y el ojo ve ahí la Idea, la extranjera, la figura: el Monstruo que es él mismo es abierto por ella y en ella, es ritmado a su son, y es ella. Ve lo invisible, y el desvanecimiento del sentido de su propia presencia en el mundo.
Jean-Luc Nancy
Las Musas
La forma surge de la cosa misma. No son formas que vengan de otro lugar sino que están ahí dentro. Tienes que jugar un poco hasta que encuentras la forma, y a partir de ahí sólo te resta seguirla. (…) Cuando escribo, por lo general me dedico a buscar la forma, y si los primeros días no la encuentro entonces abandono el texto.
Anne Carson