9.11.23

Clouds made from canvas and wood, scenery for a production of Jean-Philippe Rameau´s opera,
"Dardanus". The Palace of Fontainebleau, 1783





NUBES, ÁNGELES, CIUDADES



1

"En Felanitx asoma a veces por el lado de poniente una gruesa nube que hace figuras de casas y campanarios y que indica mal tiempo. La gente le llama la ciudad de Troya".


A veces trato de imaginar cómo pudieron representarse la ciudad de Troya los campesinos mallorquines del siglo XIX, cuyo dicho recogía En Jordi des Recó -mossén Antoni Maria Alcover- en sus Rondaies mallorquines. Qué imágenes pudiera despertar en ellos el nombre de aquella ciudad, Troya, para llegar a identificar su forma en un ancho nubarrón gris y rojo, a la deriva sobre el llano mallorquín, con su sombra lamiendo lentamente el campo, marchándose hacia levante, o bien quieto sin moverse, a poniente, asomando su incendio de telón y perseguido por el tumulto de la tormenta.
¿Por qué camino llegó Troya hasta aquí? ¿Fue quizás desde algún romance de caballería, donde la toponimia evocada por el caballero daba cuenta de su ansiedad por alcanzar un lugar del que se sentía excluido y al que nunca regresaría? ¿Habrá sido por el camino de los ríos o por el camino del mar, cruzándose con la sal, las especias y las telas, por donde fue marchando lentamente hacia Mallorca, desde el siglo XII, a través de toda Europa, la figura y el nombre de aquella Troya, en ruina pero preñada, que estaba en los versos del Roman de Troie? ¿O vino de las vecinas islas de Oriente?

Debió de ser un trayecto vago, distraído y ciego, como el de una nube perezosa, el que fuera acercando hacia la isla el nombre de aquella ciudad ennubarrada. Por eso no cabe querer fijar demasiado la historia de esta figura, ni deducir la ley seguida en su camino, sino asociarle, a la propia imagen -y a este mismo escrito-, la materia impalpable, la estructura blanda, la condición errante, la inconsistencia aveporada de una nube.

"Quizá la nube sea no menos vana / que el hombre que la mira por la mañana".
Jorge Luis Borges



2

HAMLET: ¿Ves esa nube casi con forma de camello?
POLONIUS: Por el bulto es como un camello, cierto.
HAMLET: Mejor pensado parece una comadreja.
POLONIUS: El lomo es como una comadreja.
HAMLET: ¿o como una ballena?
POLONIUS: Exactamente una ballena

Hamlet, Acto III, escena 2.


¿A qué se parece aquella nube? Esa es una pregunta que todos recordamos de alguna ocasión y que no altera, por tanto, la consistencia de nuestra imaginación. Es mejor invertir la pregunta.
Porque existe un arte -el preferido por el príncipe de la melancolía y por algún personaje de Baudelaire- de reconocer figuras en las nubes: figuras en marcha, consumidas, huidizas: figuras de lo moderno. Es cierto, pero hay otro arte, análogo e inverso, más misterioso, más pervertido, que no deja el consuelo de la memoria, sino que mantiene siempre abierta la punzada de la sorpresa: el arte de reconocer la nubosidad de lo quieto, el arte de saber ver un desvanecimiento, un envejecimiento, una transición, un cambio, capaz de asomar ya emborronando la imagen cuando esta aún cree en su firmeza. (...)
¿Cuánto de nube habrá en este camello, en esa comadreja, en aquella ballena? ¿Qué nube deshaciéndose es ya esa ciudad , esa arquitectura, aquel rostro? ¿Cuánto de ellos ya se está yendo?
Esa es una cuestión más difícil. Hasta aquí, el signo -la palabra, la forma- había sido el rastro débil de un contenido fuerte, reservado y soberbio, inalterable, inalcanzable sino por traducciones. Ahora, un signo definido y fuerte se deshilacha en múltiples referencias hacia contenidos tornasolados, desconfiados de sí mismos, hacia asociaciones que mantienen célibe al signo, mudo.
¿Quizás Bacon no haya dibujado si no rostros y cuerpos que son como nubes?" (...)
Las palabras que usamos tienen la misma movilidad vaporosa que las nubes. Creemos que designan figuras fijas solo porque el sonido o el trazo de sus letras se mantiene igual o similar desde generaciones, pero aluden a figuras movedizas, inestables, indeterminadas.

¿Qué nube es "ciudad"?



3

Aquí hay un lugar para un párrafo donde se explicaría que la ciudades no existen, que la palabra "ciudad" no es sino una convención de lenguaje que designa algo que nadie conoce ni ha visto nunca, y que la disimilitud entre los sitios o las prácticas a los que se aplica esa palabra así lo prueba. (...)



4

El cuarto fragmento empieza con un verso del último libro publicado por Borges. En él hay dos poemas que ha titulado "Nubes". Uno de ellos es:

No habrá una sola cosa que no sea
una nube. Lo son las catedrales
de vasta piedra y bíblicos cristales
que el tiempo allanará. Lo de la Odisea,
que cambia como el mar. Algo hay distinto
cada vez que la abrimos. El reflejo
en tu cara ya es otro en el espejo
y el día es un dudoso laberinto.
Somos los que se van. La numerosa
nube que se deshace en el poniente
en nuestra imagen. Incesantemente
la rosa se convierte en otra rosa.
Eres nube, eres mar, eres olvido.
Eres también aquello que has perdido.

¿Cómo la simple figura de una nube ha sido capaz de anunciar, presidir y acompañar todo el desarrollo de lo que ha sido la arquitectura moderna? ¿Como conciliar la voluntad de forma, que constituye el proyecto moderno, con la desanimada pasividad a la deriva de un rastro de vapor que se disuelve?
(...)


Josep Quetglas
A Casandra. Cuatro charlas sobre mirar y decir